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Columna
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Pluralidad y bipartito

Políticamente, en Galicia estamos saliendo de más de década y media de pensamiento único y de constatación palpable de aquello de que "el que se mueva no sale en la foto". La verdad de las cosas de la política las sabíamos o por canales informativos muy restringidos o, incluso, por la vía del rumor o la conversación privada. Paradójicamente, los items más espectaculares de la actualidad política gallega, informativamente hablando, tienen que ver con las discrepancias entre los dos socios del Gobierno bipartito.

Es cuestión de higiene informativa, y máxime con la resaca que arrastramos, que se informe puntualmente de esos asuntos. Así debe ser. Lo que no comparto, porque desde luego es opinable, es el catastrofismo con el que en la mayoría de los casos se valoran esas disparidades. No es irreversiblemente grave e inconciliable con la acción de gobierno la disputa por la rotulación del nombre de un departamento de la Xunta, por lamentable que sea el contexto en cómo se produce, ni los diferentes matices entre BNG y PSdeG por la transferencia de determinadas competencias o, en general, sobre las relaciones con el Gobierno central.

Es más, creo que los ciudadanos deberíamos exigir a nuestros políticos detrerminados niveles de sinceridad, que es todo lo contrario de uniformidad, que enriquecen nuestro discurso político. La composición del actual Gobierno de la Xunta es la mejor foto de la realidad de más de la mitad de la población gallega. Ni los políticos en el poder ni sus bases militantes deberían confundir sus respectivas organizacións y alternativas con esa mayoría social más o menos de izquierdas o más o menos nacionalista o galleguista que les ha dado el mandato elctoral de formar gobierno. Que no dejen por ello de expresar sus convicciones y estrategias porque además es obvio que resulta más complejo y dialéctico explicar el mundo y la transformación de la realidad inmediata desde la izquierda y el progresismo que desde la derecha conservadora que lo que quiere es eso, conservar lo que ya hay.

El verdadero baremo por el que deberíamos medir al Gobierno bipartito es por el calendario y el modo de gestiones y acciones que lleven a la práctica lo que se derivaba de sus respectivos programas electorales. No hay contradicción, por ejemplo, entre que el BNG reivindique la transferencia de salvamento marítimo y que Touriño les recuerde que ésa no es no la panacea ni la solución automática de los problemas. Pero no se debe cejar en la reivindicación de mayor autogobierno de la gestión, aunque se compartan medios y recursos estatales y europeos. Lo importante es que discutan con transparencia y convicción, pero que hagan cosas y avancen en el "buen gobierno", que sumen y que no se paralicen.

Ni el PSdeG puede actuar como si la coalición de gobierno sea para ellos un mal menor ni el BNG puede obviar, incluso en coherencia con su propio discurso contra el colonialismo, que, si eso es efctivamente así, su penetración social e ideológica no es mayoritaria. Sobran, pues, los victimismos. Esa pluralidad, aunque a veces se manifieste como discrepancia y divergencia, conforma un país avanzado social y políticamente. Por primera vez, quizás éste sea el mejor ejemplo, estamos en una situación en la que el crecimiento de nuestro producto interior bruto no se cifra en mano de obra barata ni en agresiones al medio ambiente.

De momento, la mejor constatación de lo que digo es que en apenas año y medio de gestión del bipartito, la oposición del PP se ha quedado sin discurso propio y alternativo, más allá de la referencia constante a esas disparidades para pretender que el Gobierno de la Xunta está colapsado por ese tipo de discusiones. Ese sería precisamente el otro factor que le queda a Galicia por superar para normalizar su estructura política: una derecha dinámica que tenga un discurso y unas propuestas propias.

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