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Columna
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El honorable y respetable

Don Tancredo, Don Tancredo/ en su vida tuvo miedo / ¡Don Tancredo es un barbián! / ¡Hay que ver a Don Tancredo/ subido en su pedestal

El tancredismo es una suerte de la tauromaquia que ha pasado, con notable aprovechamiento, a la política. Debe su nombre a un valenciano, el torero Tancredo López, que la vio ejecutar en La Habana y que la incorporó con éxito a su, por otra parte, no muy brillante carrera como novillero a finales del siglo XIX y principios del XX. La suerte consistía en esperar inmóvil al toro subido en un pedestal. El toro llegaba y pasaba de largo ante el regocijo del respetable. Creó una pequeña escuela, el dontancredismo, que tuvo su prolongación en la política y la forma de algunos gobernantes de no enfrentarse a los grandes problemas. Figura señera del tancredismo durante la transición fue sin duda la del hierático presidente ucedeo don Leopoldo Calvo Sotelo, quien desde la misma sesión de investidura vio pasar, impertérrito, el toro del golpismo que estuvo a punto de llevarse por delante a aquella débil democracia.

El actual presidente de la Generalitat, Francisco Camps, ha manifestado en numerosas ocasiones su admiración hacia la UCD y, sin duda llevado por su afán de recuperar las tradiciones valencianas, ha hecho gala de su adscripción al tancredismo político. Así que si en los próximos días Rita Barberá dedica una calle al ilustre valenciano Don Tancredo López, piensen que ha sido inspiración de Camps. Y es que en esto del tancredismo, Camps se distancia también de su predecesor en el cargo, Eduardo Zaplana, que aunque apenas tenía oposición, practicaba un toreo achulado y tremendista. En cambio, la inmovilidad de Camps ante los problemas que padece la ciudadanía empieza a ser proverbial. El pasado mes de octubre, el líder de los socialistas valencianos, Ignasi Pla, desgranó, en las Cortes, los motivos que le llevaban a plantear una moción de censura al Gobierno de Camps: la presunta corrupción de numerosos cargos del PP, la especulación urbanística, la falta de iniciativa política del Consell y el abandono de los servicios públicos, puesto de manifiesto con el mayor accidente de metro de la historia de España. Entonces el honorable presidente apenas ladeó ligeramente la barbilla, compuso su mejor rostro de estatua de senador romano e, impasible el ademán, se quedó quieto en el hemiciclo de las Cortes Valencianas como hizo tantas veces don Tancredo López en el ruedo.

Camps lleva el tancredismo metido en el alma y ha extendido su práctica, más allá de los usos parlamentarios, a las relaciones con la prensa. En efecto, en las comparecencias de los últimos meses, el impasible presidente no admite preguntas, lo que es ya el colmo del tancredismo político, toreo de salón, tancredismo sin toro.

En aquel debate de la moción de censura, Camps ya dio muestras de su apego a otra práctica, no por cuestionada menos castiza y que también se da en el mundo taurino, la de pegar la espantá. Y así rozó la grosería parlamentaria cuando se negó a oír a su oponente, dejando vacío su escaño durante horas. Esa misma práctica parlamentaria, tan antidemocrática, la ha utilizado en numerosas ocasiones para esquivar las sesiones de control parlamentario. Unas sesiones de control a las que se comprometió al poco de su investidura y que a algunos hizo pensar que se iban a abrir nuevos tiempos en la política valenciana.

El pasado jueves, el president debía comparecer en las Cortes Valencianas para someterse a la última sesión de control parlamentario antes de las elecciones autonómicas. Camps pegó la espantá y no compareció con la excusa de que tenía que ir a promocionar el turismo valenciano en la feria de Berlín. Llovía sobre mojado porque, en el último pleno, la oposición se quedó con las ganas de interpelar al jefe del Consell, que había excusado su presencia con el pretexto de un viaje a Bélgica y a Hungría. Así las cosas, las Cortes, y de paso los ciudadanos, se quedarán sin conocer la posición del presidente del Consell sobre los escándalos relacionados con los pagos de Terra Mítica, las razones por las que no se ha reunido públicamente con las víctimas del metro y por las subvenciones a los promotores de un partido político formado por ex socialistas.

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En lugar de hablar de esos temas, los diputados del PP convirtieron la sesión de las Cortes Valencianas en una bronca política sobre el caso De Juana Chaos. Camps huye del debate político valenciano porque no quiere oír hablar de Terra Mítica, de Carlos Fabra, ni de la corrupción en Alicante, Torrevieja y Orihuela. Le gustaría una campaña tranquila, llena de maquetas y monólogos, salpicada con alguna que otra descalificación a Zapatero. El problema es que su partido se está dejando llevar por una vorágine tan manipuladora y tremendista que está logrando despertar a la izquierda dormida.

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