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Columna
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Galicia abierta al mundo

Tiene razón el presidente del Gobierno gallego al promover la intensificación de la presencia de Galicia en el exterior, creando, si fuese necesario, nuevos órganos y sus equipospara atenderla. A día de hoy, con el nivel de globalización que ordena ya la mayor parte de nuestros actos cotidianos, especialmente en el ámbito de lo económico, es necesario hacer pie firme tanto dentro como fuera de Galicia, pues no se sabe muy bien en cuál de las dimensiones espaciales se juegan con más riesgo nuestros intereses.

Los gallegos lo saben bien. Quizá mejor que otros pueblos que no han tenido que pasar por la experiencia de la emigración. Muchas de las familias de Galicia han tenido que buscarse la vida fuera del país. Una buena parte de ellas no dejó por eso de mantener sus referencias principales aquí. Fueron menos los que, porque las cosas le hayan ido bien o porque se le hayan complicado, reordenaron su vida allá donde estuviesen reubicados, desechando la esperanza del retorno. Los más volvieron. Pero el caso es que unos y otros aprendieron -y esta letra sí que entró con sangre- que a la vida hay que salirle al encuentro allí donde asome.

Esa es una experiencia que nos puede ser útil también para hoy. No porque estemos en la tesitura de tener que volver a emigrar para buscar fuera el sustento que aquí no hallemos, sino para eso que digo de salirle al paso a la vida.

Es difícil que entre nosotros quede todavía alguien que crea en la posibilidad no ya de que los gallegos podamos valernos por nosotros mismos en el caso de que tuviésemos que encerrarnos en nuestras propias fronteras territoriales -¡hay tantas cosas que nos faltan!-, sino tampoco en la de que podamos sostener nuestro modo de vida, incluso preservar nuestras señas identitarias, no teniendo guarda de lo que sucede más allá de nuestras fronteras, bien lejos tal vez de sus mojones.

Contra lo que ha llegado a predicarse, no es cierto que las sociedades cerradas tengan más probabilidades que las abiertas de preservar su lengua, sus dioses o sus diversas manifestaciones culturales. Al contrario, una sociedad cerrada, que funciona y evoluciona -si es que esta palabra es la adecuada para esto- al margen de la Historia, fuera del mundo, está condenada a perecer, a poco que sea su grado de dependencia respecto del exterior. Cuando apriete la necesidad, sus miembros, frente al cierre, optarán por la huida y entonces, sí, todo se acaba.

El planeta siempre ha sido un solo lugar para todos los hombres, pero hoy lo es todavía más. Y ahora se le añade a esta condición la de la extraordinaria facilidad con que fluyen o pueden fluir de un lado las mercancías, los capitales y los hombres. Todos estamos en todos los sitios. Y esa es la cosa: ya de estar, hay que hacerlo bien. Cultivar en todos los campos, de aquí y de allá.

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Y Galicia, hoy por hoy, es capaz de plantarse en muchos lugares de la tierra buscando provecho para los gallegos. En unos, para implantar empresas que compran y vendan con eficacia y competitividad. En otros, para que nuestros estudiantes, profesores e investigadores amplíen sus expectativas de aprendizaje. En algunos, para prestar la atención debida a los hijos de la diáspora que aún tienen por allá sus asientos. En todos, para dejar claro ante el mundo quiénes somos, qué es lo que sabemos hacer y cuáles son nuestras ambiciones. De todas formas se hace labor. De todas se defienden y promueven los intereses de Galicia y de los gallegos. De todas se hace país.

Una Galicia abierta al mundo es, sin duda, una Galicia con futuro. Y lo contrario es lo contrario: si se cierra, pocos días le quedarán por delante.

Adelante, pues, con la iniciativa de la Xunta de Galicia sobre la puesta a punto de proyectos, programas y planes para impulsar la presencia de la Galicia en el exterior. Harán falta dirección política, órganos ejecutivos, oficinas y equipos profesionales. Pero todo eso es, por fin, Política con mayúsculas.

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