Suspiros de España
Soy espía a sueldo de potencias clandestinas, pero razonables. Los agentes secretos vivimos azarosamente. Ayer me reuní a las cinco en punto de la tarde en el Rick's de Casablanca (Marruecos), con Humphrey Bogart, Ingrid Bergman y otros cuatro colegas para tratar cuestiones reservadas. A esas horas, el pianista Sam no podía interpretar As time goes by (El tiempo pasa) porque estaba durmiendo la siesta. El camarero puso la televisión. Vimos en directo la algarabía montada ayer por el PP en el centro de Madrid contra el Gobierno. Humphrey, perplejo, miraba la pantalla. Apuró su copa y masculló: "Usted me dice que estamos en 2007, forastero, pero éstas son imágenes de 1943. As time goes by? Pasa el tiempo, sí, pero, por lo que veo, a unos cuantos se les ha pasado de rosca el reloj y no lo quieren arreglar. La gente no acaba de aprender. La humanidad no tiene remedio, muchacho".
Ingrid Bergman se mantuvo encantadora. Ella guarda un recuerdo entrañable de Madrid. Aquí estuvo algunas veces, casi de incógnito, y coincidió una noche de 1942 con Agustín Lara en el Chicote. Todo parece indicar que aquí fue feliz con alguien un par de días. Pero de estas cosas preferí no hablar delante de Bogart, que es bastante celoso. Ingrid se impresionó al observar en televisión la agresividad de algunos manifestantes de Madrid, los insultos, las amenazas, las banderas con gallina. Dijo dulcemente: "Tienen mucho odio en la mirada. Me dan miedo". En ese momento llegó Sam de la siesta y se puso al piano. Humphrey susurró: "Tócala otra vez, Sam".
Pero Sam, por deferencia a los españoles presentes, en vez de As time goes by, tocó el pasodoble Suspiros de España. Lo hizo con tanta unción que a Ingrid Bergman se le saltaron dos o tres lágrimas, y a mí también. Bogart se hizo el duro y nos miraba con estoicismo. Después, El relicario. Humphrey lanzó una bocanada larga y sosegada. Se acercó a mí, me puso la mano sobre el hombro y dijo: "Los españoles estáis como cabras desde tiempos de Felipe II". Ingrid se le acercó, le miró a los ojos, le acarició la mejilla y murmuró:
-¡Siempre nos quedará Madrid!
-¡Amén!
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