Cada vez se ríen menos
El ánimo de los acusados se ensombrece a medida que avanza el proceso
El ex minero Emilio Suárez Trashorras se come las uñas hasta el codo. Rafá Zouhier repasa con una ínfima mina de lápiz un escrito de un bloc entero. Mohamed el Egipcio tiene vidriosos sus penetrantes ojos verdes por la gripe. Jamal Zougam, cada día más delgado, se refugia en la esquina, la más cercana a las víctimas más armadas de valor. Pero si se les mira fijamente, si detectan que les observas como peces en la pecera, mantienen la mirada, altiva. Bouchar, Antonio Toro y Fouad el Morabit, el estudiante políglota, son especialistas.
A medio metro del cristal blindado, sentado a la vera de Suárez Trashorras, bajo la desafiante mirada de Abdelmajid Bouchar, el juicio del 11-M va destilando su macabra dimensión. Un aquelarre de delincuentes. Un descontrol en la seguridad del Estado. El dolor de las víctimas. La frustración de quienes buscan una conspiración, la que sea, para justificar su cercanía con el lado oscuro. Las ansias de justicia. El arbitraje severo del magistrado Javier Gómez Bermúdez. Todo en la misma sala, revuelto pero con su orden. Un cristal de cinco centímetros de grosor separa el bien del mal. Aparentemente.
El juez Gómez Bermúdez, a las víctimas: "Sigan manteniendo la dignidad, pase lo que pase, oigan lo que oigan"
El juicio ha dejado ya frases escalofriantes como la de Trashorras: "Los atentados no me afectaron para nada"
Los imputados cada vez se ríen menos. Cada jornada de juicio que pasa, y van 12, su ánimo se ensombrece. La última carcajada (El Morabit, Zougam, Bouchar y Basel Ghalyoun se partieron) explotó sorda tras el cristal cuando Gonzalo Boyé, uno de los abogados de la acusación, intentó vincular al estudiante con el documento islamista que, ya en diciembre de 2003, instaba a golpear a España antes de las elecciones para forzar la salida de las tropas de Irak. ¿Se reían porque sabían quién era el verdadero autor de ese texto, esa amenaza a la seguridad de España?
El flanco izquierdo está cubierto de togas negras de los abogados de las defensas y las acusaciones, que en algunos casos se confunden. Gómez Bermúdez ya le ha sacado tarjeta amarilla a la acusación ejercida por la Asociación de Ayuda a las Víctimas del 11-M. "O sostienen su acusación o la retiran", les espetó cuando a toda la sala le pareció que pretendía exculpar a los acusados. La presidenta de esta entidad, Ángeles Domínguez, aún no se ha pasado por el juicio, como tampoco ha hecho acto de presencia Juan José Alcaraz, máximo dirigente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT).
Sólo Pilar Manjón, presidenta de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo, aguanta con la entereza que puede, aunque su firmeza se ha ido quebrando, por la insistencia en buscar a ETA por donde no aparece, con el viraje de los autores de la teoría de la conspiración, que ahora ya ven lo que quisieron ignorar aunque se vio en la comisión de investigación: los tremendos fallos de seguridad, los avisos de amenaza desatendidos, la descoordinación de los servicios antiterroristas, la falta de una directriz política contra el terrorismo islamista antes del 11-M.
El juicio ha dejado ya frases escalofriantes. Como la que soltó Suárez Trashorras: "Los atentados del 11-M no me afectaron para nada". El audible escalofrío que recorrió la sala mereció un gesto de Gómez Bermúdez hacia las víctimas presentes en la sala de vistas: "Sigan manteniendo, como hasta ahora, su dignidad, pase lo que pase, oigan lo que oigan".
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