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Crónica:BARCELONA MUSEO SECRETO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Plaza Vallmitjana, La Satalía

Al amigo que emprendía un largo viaje, para que entretuviese la espera y los tiempos muertos le llevé de regalo La fea burguesía y yo me reservé otro, La Xava, de Juli Vallmitjana. (Periódicamente se vindica a este autor tan singular nacido en 1873 y muerto en 1937, cronista de la falda de Montjuïc, que en su tiempo era un arrabal peligroso, hervidero de favelas y garitos. Él fue topógrafo y cantor admirativo y consternado de aquella gente, de su territorio y de su habla; de la chusma agazapada en las laderas y a los pies del monte, movida por pasiones elementales, bestiales, que en la lucha por la supervivencia se entregaba a toda clase de fechorías y delitos, y que desde la misma primera línea de sus novelas se batía en duelo mortal, interpelándose en un catalán suculento, no normalizado, en una jerga cifrada para que los de afuera no la entendieran y tuvieran que estar continuamente consultando notas a pie de página: Xalem, dic, que vénen un parell d'espardenyers ('Mossos d'Esquadra') pel mollerís ('moll'). Xapesquem ('fugim')... En los setenta el Ministerio de Cultura rescató La Xava en su colección Nova Terra, y Edicions 62 publicó su Teatre de gitanos i de baixos fons en una edición de Francesc y Joan Castells; y ahora en estos últimos años dos casas editoriales están reimprimiendo, con éxito, sus cuentos y novelas, y también los textos que dejó inéditos: un rotundo fracaso teatral en 1911 desmoralizó a Vallmitjana y a partir de entonces, según nos cuentan los Castells, publicaba con cuentagotas.

Por los altavoces llamaban a los pasajeros a las puertas de embarque. Él se guardó en el bolsillo la novela de aquel buen Espinosa, pero antes de irse tomó un momento La Xava y lo estuvo ojeando y luego volvió a cerrarlo para observar la portada, donde viene una gitana de Nonell (en los años en que Vallmitjana se proponía ser pintor y frecuentaba Els Quatre Gats, Nonell le tenía por guía de sus excursiones a aquellos confines inciertos; le tomaba prestadas sus modelos; eran amigos). Viendo que el diseño del libro está firmado por Enric Satué, me dijo: "Siempre los mismos. ¿No te parece que siempre somos en todas partes los mismos?".

Yo dije que no, que, muy al contrario, van apareciendo nuevas generaciones con ideas frescas y proyectos renovadores, pero en el fondo pensaba: "Sí, siempre, hagas lo que hagas, vayas donde vayas, siempre los mismos, siempre encontrarás a los mismos. Y si te haces transparente e invisible, y te quedas a un lado viendo pasar el desfile, puedes estar seguro de que primero pasará el flacucho del fagot, luego la giganta con los carrillos hinchados, soplando el trombón de varas, túúú-túúú, y luego vendrá Manolo, muy orondo, con su tambor. Ratataplán, ratataplán. Igual da Murcia que Samarkanda".

Él había descubierto el retrato de Vallmitjana reproducido en la página 5 de La Xava, y exclamó: "¡Fíjate qué bonito dibujo de Casas! ¡Qué preciosidad de retrato! ¡Qué delicia!". Puso tanto énfasis en el elogio que lo realzó indiscutible, ejemplarmente. (Y yo que hasta entonces sólo había visto en esa página un consabido dibujo de Casas, o sea, una agradable antigualla, desde entonces le he prestado al retrato una atención más cordial y ahora que lo miro un rato cada día obsesivamente también a mí me parece un logro de la sensibilidad, de la observación, una maravilla. Es un retrato al carbón en que se ve al autor bohemio vestido con abrigo y bufanda; en el rostro ensimismado, de facciones bien proporcionadas bajo la espesa y romántica cabellera, destacan como la característica más notable las grandes ojeras de mapache, de noctámbulo fatigado, de vidente agotado de haber visto tanto, de haber asistido a demasiados navajazos y crueldades y tonterías. En esas sombras alrededor de sus ojos parecen anunciarse las frecuentes depresiones que iban a jalonar sus últimos años y lo llevaban a internarse de vez en cuando en el Instituto Pere Mata de Reus, donde aprovechaba para escribir una pieza teatral sobre los locos. Es obra perdida, quizá el manuscrito se lo comió un interno. Así cerraba Vallmitjana el bucle de su vida artística que había empezado 40 años atrás viajando, con Nonell y Canals, a Caldes de Boí, para pintar a los subnormales de una barriada endogámica...).

(En reconocimiento al cronista de la mala vida, de A l'ombra de Montjuïc, al exaltador de aquellas barriadas y sus gentes cuchilleras, a las que tantas veces y con suerte diversa mostró sobre los escenarios teatrales de la ciudad, los vecinos de la Satalía, que es uno de los barrios menos conocidos, más airosos y más bonitos de Barcelona, rosario de calles empinadas, Blasco de Garay, Cariteo, Margarit, Julià, por encima del paseo de la Exposición, con interminables escaleras bajo las cuales fluyen los rumorosos torrentes de Montjuïc, calles líricas, esmaltadas de casas singulares con verja modernista, jardín y huerto, y en cada jardín un limonero, le han puesto el nombre de Juli Vallmitjana a una plaza).

(La plaza está formada por un paredón de piedra y la desembocadura de las calles de la Creu dels Molers, de Julià y el pasaje Martras; escondida, de planta irregular, adornada con una acacia y proyectándose como un mirador sobre las terrazas del Poble Sec es apropiado que se acceda a la plaza de Juli Vallmitjana por una puerta de forja modernista en los jardines del teatre Grec, entre rectos cipreses y por debajo de una pérgola, desde donde llegan cada tarde las voces de los críos que juegan al balón, voces como si fueran ecos, ecos como recuerdos confusos, en falta de editor). Entonces...

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