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Columna
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Mañana: los que no vamos

Vicente Molina Foix

El viento huracanado que sopló por toda nuestra comunidad este miércoles y, con fuerza menor, durante la mañana y el pomeriggio del jueves, no pudo con la escarapela gigante que el PP colgó en la fachada de su sede central madrileña. Pero sí despejó, me dice un conocido mío (científico proclive al socialismo), las nubes tóxicas emanadas desde el mismo edificio de la calle de Génova. Sostiene este químico de profesión que, llevadas por el viento hacia la costa, tales gases altamente tóxicos causaron los incendios de Castellón, al prender la yesca que en esa zona (antiguo predio veraniego de José María Aznar) tiene siempre dispuesta, por si acaso, el cacique local Fabra, uno de tantos líderes del PP perseguidos por la justicia española. Probablemente mi amigo, aun siendo de ciencias, también sea propenso a la exageración connatural a las letras.

Escarapela. Al químico amigo del que estoy hablando le hizo gracia que yo llamase a eso que cuelga del chaflán de Génova con Zurbano "escarapela" y no "colgajo", "banderola" o "colcha", pero es que, así como él se jacta de precisar los términos de la rama (algo relacionado con la química experimental) en la que es experto, yo procuro ser atento con las palabras, y mi diccionario de cabecera, el Casares, define escarapela como "insignia o divisa compuesta de cintas que forman lazadas".

Ya que nos hemos puesto a hablar de la vida íntima de las palabras, por qué no reflejar la similitud sonora que "escarapela" tiene con "carabela", o con "escarabajo". El PP, de un modo que a todos los ciudadanos -excepto a sus más obcecados partidarios- nos resulta incomprensible e hiriente, está haciendo un filibusterismo no sólo parlamentario (los gritos de "¡al abordaje!" que anteayer impidieron hablar al presidente del gobierno en el Senado) sino social. La carabela pirata al mando subalterno de Acebes y Zaplana ha estado estos días pasados surcando las aguas de todo el país en busca de tripulación, y me cuentan que hay muchos autocares armados en las provincias, preparándose para hacerse a la mar el sábado en dirección a Madrid. Creo que Acebes, con la soltura que tiene en la prestidigitación de la verdad por la mentira, ya ha dicho que, si se ven obligados a dejar de usurpar la enseña del lazo azul que les han robado a los demócratas vascos de Gesto por la Paz (y que yo mismo, entre millones de españoles, llevé en su día), ha previsto poner en esa escuadra aerotransportada y en las pancartas de la manifestación la bandera negra con la calavera: nunca les ha arredrado a estos dirigentes del PP el uso de los símbolos de la muerte con fines sectarios.

Respecto al eco insecticida de la palabra "escarapela", no voy aquí a extenderme, por lo trillada que está, en la imagen de la labor de zapa que este directorio de un partido respetable (por ser el principal de la oposición, y por sus individualidades y votantes de buena fe) está poniéndose como única tarea política, y que consiste en socavar todas las galerías subterráneas de la vida civil para que su rival se hunda, sin preocuparles que en ese desmoronamiento caigan también los valores de la convivencia, el respeto mutuo y la defensa común contra los terroristas.

El sábado se ha convertido en el día más bronco y sucio de la semana madrileña desde que los dueños de la Cope, las santas compañas del señor Alcaraz y el señor Buesa y el PP lo han elegido como su día de acampada o verbena, instaurando ya casi todas las semanas una jornada de polución ambiental so capa de proteger a la familia, a los nascituros, a los morituri y al Cristo bendito, este último atado (y bien atado) a la cruz gigante del Valle de los Caídos, que tanto les molesta a los citados ver desaparecer como símbolo de la criminalidad franquista. Así que también mañana veremos las banderas al viento, llevadas por una legión de manifestantes entre los que habrá, no tengo duda, gente decente, ciudadanos genuinamente doloridos y algunas víctimas exacerbadas. Pero seremos muchos millones más en toda España, quienes no salgamos a la calle. Personas sensatas, normales y decentes, como ésas a las que convocaba con estos mismos adjetivos Mariano Rajoy, no dispuestas a seguir la torcida consigna de la revancha política.

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