La virtud está en el medio
Advierte el autor sobre la incoveniencia de reclamar a la escuela objetivos que ésta no puede dar en el terreno de la normalización del euskera. Frente a las posiciones radicales en ambas direcciones, aboga el autor por buscar una solución sensata e integradora, que se da a su juicio en la propuesta del Consejo Escolar de Euskadi.
En los próximos días, el consejero de Educación, Tontxu Campos, comparecerá en el Parlamento con objeto de dar cuenta de las propuestas del departamento sobre los modelos lingüísticos en la enseñanza. Éste, como cualquier otro aspecto relacionado con la identidad, suscita posicionamientos encontrados y aparentemente irreconciliables, como hemos visto los últimos días a propósito del pronunciamiento que ha hecho el Consejo Escolar de Euskadi sobre este tema.
Así, de un lado están los que piensan que este país tiene que convertirse en una nación euskaldun, pura y dura, que la política lingüística que se está llevando es demasiado blanda para lograr los objetivos de la normalización del euskera y que es preciso meter el acelerador para garantizar los derechos lingüísticos de las futuras generaciones. De otro lado están los que piensan que estamos sometidos a una presión insoportable por parte del nacionalismo, que cada uno habla la lengua que le viene en gana, pues las lenguas no tienen derechos, sino los ciudadanos, y que el Consejo Escolar de Euskadi es una cuadrilla de talibanes del euskera que se quiere cargar el modelo A.
Las posturas extremistas sirven bien para conocer cuál es el camino que no se debe seguir. En este caso, la virtud también está en el medio
Ni la escuela ni la mejor reforma de los modelos van a traer por sí solas la normalización del euskera. Sólo el uso hace viva a una lengua
Los primeros olvidan que todo aprendizaje, más el de una lengua, está estrechamente vinculado a factores motivacionales y afectivos. Existe toda una literatura científica sobre ello, que nos llega de la experiencia canadiense y de otros lugares. También habrá que hablar de los factores motivacionales de los propios docentes y de los padres y madres.
En Euskadi, tres personas de cada cuatro nacen en un hogar castellanoparlante y una de cada dos muestra indiferencia, incluso rechazo, hacia el euskera. No dispongo de datos de cuántos lo sienten hacia el castellano. Pero está claro que es fundamental incidir sobre ese nivel y que no es suficiente el voluntarismo, ni confundir nuestros ideologizados deseos con la realidad.
En este sentido, olvidan también que nuestra sociedad no está para romanticismos y utopías -ni de ecología lingüística ni siquiera medioambiental-, sino que vive instalada en la frenética carrera del consumo y, bien por comodidad, bien por supervivencia, busca economizar esfuerzos, también lingüísticos. Y nuestro bilingüismo acumula especiales dificultades, ya sea por la distancia que hay entre euskera y castellano, por tratarse de lenguas con estructura lingüística muy diferente, lo que dificulta su aprendizaje recíproco, bien porque en el caso del euskera para una gran parte de la población castellanohablante, fuera de las escuelas y euskaltegis, no existen referentes lingüísticos, como pueden existir en mayor medida en Cataluña o Galicia, y además escasean los medios de comunicación.
Ni la escuela ni la mejor reforma de los modelos van a traer por sí solas la normalización del euskera. Sólo el uso hace viva una lengua. Pero sólo dos personas de cada diez afirman que hablan en su vida tanto o más euskera que castellano. ¿Estamos en condiciones de extender el modelo D universalmente o faltan bases sociales?
A la segunda postura, en cambio, le gusta distinguir entre lenguas aldeanas y lenguas internacionales y utiliza como coartada la comunicación entre los pueblos a modo de prejuicio lingüístico frente a los esfuerzos para conservar el euskera. Sin embargo, no hay lenguas más capacitadas para la expresión que otras. Las lenguas, como las personas que las hablamos, se desarrollan más o menos en función de los contextos a los que deben responder y pueden ampliar sus capacidades en función de los nuevos retos a los que se vean sometidas las comunidades de hablantes.
El inglés es la actual lingua franca no en función de alguna superioridad de origen, sino en función de intereses políticos, comerciales y económicos, como en su día el latín fue la lingua franca del imperio. Pero cada lengua es una manera irrepetible de pronunciar el mundo y nosotros tenemos el derecho y el deber de cuidar y fomentar las nuestras, sin que signifique abandono del multilingüismo.
Este segundo grupo gusta mostrarse también muy celoso de mantener el actual sistema de modelos, presentándose como adalides de la educación en la lengua materna y del derecho que cada familia tiene a ello. Es verdad que especialistas de todo el mundo convocados por la Unesco en París (1951) afirmaron que lo mejor era enseñar en lengua materna y que no era conveniente introducir la segunda hasta que no hubiera un buen dominio de la propia.
Estas afirmaciones se basaban en la idea, desechada hoy día, de que hay un almacenamiento separado de las competencias lingüísticas en ambas lenguas. Pero, a partir de las últimas décadas del pasado siglo, se han ido disipando las sospechas que pendían sobre la educación bilingüe. Hoy día la investigación lingüística está en condiciones de afirmar que el aprendizaje en una lengua distinta de la materna, realizada en unas determinadas condiciones, entre las que está la consideración de la lengua materna, no sólo no produce perjuicios cognitivos, sino que mejora las competencias lingüísticas generales del alumnado.
Por otro lado el actual sistema ha inducido una clasificación social también, con paradojas como ésta: el modelo A, menos marginal de lo que se piensa y creciente a medida que se avanza en los niveles superiores de la enseñanza, se concentra en pequeños centros de la red pública con alumnado de baja extracción socieconómica, pero sobre todo en centros privados grandes compuestos de alumnado de nivel socioeconómico alto o medio alto. ¿Podemos seguir manteniendo segregado al alumnado por identidades culturales y lingüísticas, además de la clasificación socioeconómica que encubre el actual sistema?
Las posturas extremistas vienen bien para conocer cuál es el camino que no se debe seguir, aunque a la vez tienen la función de subrayar una parte de la verdad que debe ser integrada en la búsqueda honrada y bienintencionada de las soluciones. El euskera y el castellano -y evidentemente las lenguas de mayor uso internacional- deben formar parte de cualquier solución sensata de futuro. Pero no como compartimentos estancos, sino como parte del abrazo integrador hacia el que deben caminar las identidades plurales de nuestra Euskadi actual.
No es de extrañar que sólo los extremos se hayan quedado fuera del apoyo mayoritario a la propuesta que ha hecho el Consejo Escolar de Euskadi. En este caso también, la virtud está en el medio. Deseo de corazón que el Departamento de Educación sea sabio en esta cuestión.
Gonzalo Larruzea es representante de CC OO en la Comisión Permanente del Consejo Escolar de Euskadi
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