Fuerte Almansa
Un centenar de inmigrantes vive hacinado en una corrala de Tetuán. Por las noches se convierte en un dispensario de alcohol
Los marroquíes Fátima, Abdelkader y sus tres hijos viven en un piso de 25 metros cuadrados. Las paredes parecen de cartón y las camas se pliegan para ganar espacio durante el día. "Humedad, techos vencidos, agrietados y con goteras importantes... Abundancia de insectos". No lo dicen ellos, lo redactó un técnico del Ayuntamiento de Madrid en un informe de 2004 (ratificado en 2005) cuando Abdelkader solicitó una vivienda de protección oficial. "El hacinamiento hace que las condiciones de habitabilidad sean muy malas", añade el documento. Pero a veces, "muy malas" es relativo. Ahora, el principal problema de esta familia, que vive en el número 20 de la calle de Almansa (Tetuán) son sus vecinos.
"No hay noche en la que no tengamos que intervenir", cuentan varios policías
La vieja corrala de este edificio se convierte por las noches en un improvisado colmado de alcohol, tabaco y comida. Muchos de los inmigrantes latinoamericanos que abarrotan el barrio acuden en alguna de las intermitencias de su jarana nocturna a comprar provisiones a uno de los tres pisos donde pueden hacerlo hasta las ocho de la mañana. Fátima está desesperada: "Es terrible. Portazos, peleas, vómitos, música altísima... La policía viene cuando les llamamos, pero no pueden hacer nada".
En el edificio viven un centenar de inmigrantes hacinados en 12 de pisos. Charcos de orina, botellas vacías, cucarachas y restos de sangre, son el rastro matinal de una noche en Almansa, 20. El portal está siempre abierto y los buzones penden de un alambre en la entrada. El propietario del inmueble, un hombre de 84 años que administra cinco edificios, dice que está cansado de arreglarlo. "Lo vuelven a romper al cabo de dos días. ¿Tener un administrador? ¿Para qué quiero uno? Tengo una inteligencia privilegiada y puedo hacerlo todo yo solo", cuenta en el portal de su casa el anciano propietario.
Unos sufren al casero y otros sacan provecho de su desidia. "Yo acabo de llegar de Ecuador. No sé nada de todo eso. Aquí no vendemos alcohol", asegura un viernes de madrugada un hombre bajito y completamente borracho detrás la puerta entreabierta de un domicilio en la planta baja de la corrala. El piso tiene un precinto de la Policía Muncipal en la entrada, pero el reggaeton nunca dejó de sonar en su interior. Dentro, hay una docena de personas bailando y bebiendo. Cuando anochece, un par de individuos más entran en el minúsculo piso, departen cinco minutos con la concurrencia paisana, y salen con un par de bolsas de plástico cargadas de litronas.
La frase: "Yo no sé nada, acabo de llegar de Ecuador...", la repiten una y otra vez los vecinos que viven en los pisos donde se montan las tanganas y se vende el alcohol.
En la Junta de Distrito aseguran que el problema es de seguridad, y por tanto, depende de la policía. En cambio, tanto en la Delegación del Gobierno como en la Policía Municipal afirman que los problemas mayores de Almansa, 20 son de convivencia. Entre unos y otros, la casa sin barrer. Esto, las fuentes oficiales. Sin embargo, los agentes de policía que patrullan cada noche la zona describen la calle Almansa como "un infierno". "No hay noche en que no tengamos que intervenir. Los vecinos beben y beben hasta caerse al suelo o pelearse entre ellos. Entre ellos, además, se venden alcohol; pero no a cualquiera, saben perfectamente a quién abrir la puerta", explica un policía.
"¿Qué día es hoy? ¡Huy, viernes!, pues esto ya va a empezar", anuncia Fátima tras caer en la cuenta del martirio que le espera. La familia marroquí se atrinchera en casa. Cierra las ventanas, sube el volumen de la televisión y despliega las camas de la minúscula habitación de sus hijos.
Abdelkader Bouchmel y Fátima Ben Said llegaron de Tetuán hace siete años. Él es cerrajero y ella ama de casa. Pagan 492 euros por su minúscula infravivienda, la mitad de su único sueldo. Les ha tocado la negra y viven pared con pared con uno de los domicilios donde los fines de semana se vende alcohol. "Son todos ecuatorianos. Empiezan a beber el viernes por la noche y no paran hasta el domingo", protesta Fátima.
"Somos moritos, nadie nos quiere alquilar en otro sitio. ¿Dónde nos vamos a ir?", se queja Abdelkader. Él ha tenido más de un encontronazo con los vecinos problemáticos. "Un día salía de mi casa a las nueve de la mañana a comprar el pan y uno me empujó y se sacó el cinturón y empezó a sacudirme", explica. Por las noches, cuentan, no pueden dormir porque sus vecinos de arriba, "hacen ruido como si estuviesen galopando caballos encima de nuestras cabezas".
La última bronca ocurrió el viernes pasado por la noche. Hubo una pelea monumental con botellazos incluidos. La escalera quedó llena de sangre. La policía intervino, pero como pasa siempre, el ambiente se tranquiliza un par de días y la tempestad regresa al fin de semana siguiente.
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