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Columna
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Hinchan los censos

Parece como si los censos electorales de este maltratado País Valenciano fuesen ecológicos batracios de piel gruesa de color verde pardusco: sapos que se hinchan y se deshinchan. Se sabe hasta la saciedad que aquí el bienestar vino acompañado de unos bajos índices de natalidad que nos situaron a la cabeza del universo mundo globalizado. A pesar de los cual el censo de Oropesa se incrementó en un casi cuarenta por cien los últimos cuatro años, y cunde la sospecha que debido a algo más que el dinámico crecimiento de unos residentes turísticos, atraídos por el romanticismo intimista del envejecido Luís Aguilé, puesto al servicio de la Diputación Provincial. Huelen a podrido y a farsa los masivos empadronamientos en el censo unos pocos meses antes de las elecciones autonómicas, provinciales y locales.

Huele sin embargo a Edad Media y democracia la agreste población de Castellfort, por el no menos agreste norte valenciano. De un lado sus ermitas medievales; del otro, un censo con caída en picado desde los 296 vecinos en 1990 hasta las escasas 200 almas esta primera temprana. Pero no hinchan el censo. Tampoco pueden elegir a sus munícipes y alcalde mediante el procedimiento de un "consejo abierto". Lista abierta con todos mediante la que se elige a cualquier vecino, porque el censo está por debajo de los cien habitantes, y se conoce sobradamente a cada percal. No hay en Castellfort lista abierta, aunque organizan una especie de elecciones primarias y el más votado va para alcalde, sin que puedan ser elegidos los munícipes que finalizan su mandato. Evitan al politicastro local aferrado al cargo y son ejemplo de democracia directa. Luego el recién elegido, el día de las elecciones oficiales, acude a la lista o partido que le apetece. En las pasadas elecciones de los cinco elegidos, cuatro se inclinaron por el PP y uno por el PSPV. Todavía no se sabe por quién se inclinará Ovidio Troncho, elegido "in pectore" por el vecindario para el mandato que se inicia el próximo junio. El censo de Castellfort apenas llega hoy a los 200 votantes, y el otro día votaron más del 75%. No hinchan el censo. El censo se deshincha y envejece en el interior valenciano seco y agreste.

Aunque lo hinchan de forma fantasmal y fraudulenta en muchos municipios, porque el conservadurismo derechista gobernante en la provincia de Castellón necesita los votos indirectos de los concejales de los partidos judiciales del interior, que un día estuvieron muy poblados y fueron pasto después del abandono y la emigración. El método mediante el cual se eligen a los diputados provinciales es un anacronismo anti democrático, más pasado de moda que el esqueleto de la Cova de Bolomar, en Tavernes de la Valldigna, al que atribuyen los arqueólogos más de cien mil años. Más viejo incluso que el caciquismo tribal de la América precolombina. Y si anacrónico y sin sentido democrático es el voto indirecto de los partidos judiciales, mucho más lo es el hecho de que el derechismo conservador gobernante en la decimonónica provincia de Castellón esté hinchando los censos de las poblaciones del interior, de cuyo voto depende la administración de miles de millones de euros en las no menos decimonónicas diputaciones.

En el distrito electoral de la provincia de Castellón, el barreño de la ropa sucia funciona como hace ciento cincuenta años y como siempre. El cossi de la Restauración y de la dictadura de Primo de Rivera, en forma de empadronamientos furtivos en los partidos judiciales del interior, Viver y Llucena, amparados por el PP provincial que dirige Carlos Fabra con música de Luís Aguilé. Una música grotesta y una intromisión abusiva de personajes que ejercen excesiva influencia en asuntos políticos o administrativos: caciquismo, cuando ya hace varios años que entramos en el siglo XXI. La artimaña políticamente indecente de Argelita -población que huele, a bosque, agua y restos del Zayd Abu Zayd, el último rey de Valencia, y de los últimos moriscos- no se la merecen los agrestes votantes que riegan sus huertas con las todavía cristalinas aguas del río de Villahermosa. Los acólitos locales del PP hincharon el censo en más de un 30%. Y ni los nobles vecinos de Argelita, Cabanes, Fanzara, o cualquier otro municipio de los partidos judiciales del interior, ni los ciudadanos valencianos o hispanos, merecen el fango putrefacto que aniquila el más noble y democrático sistema político: el anacronismo del caciquismo.

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