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Reportaje:

Menos metadona y más gimnasia

Una cárcel madrileña pone en marcha un innovador programa para rehabilitar presos drogodependientes a base de ejercicio físico

Carlos Arribas

"¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Mi hijo, mi hijo! ¡Lo más guapo del mundo, lo más bueno! ¡Ayyy! ¡Tania, hija, dame un abrazo! ¡Ayyy!". Los lamentos, los gritos, el dolor, rompen el silencio en el inmenso aparcamiento, casi vacío a esa hora de la mañana, de la prisión de Soto del Real (Madrid). Quien llora inconsolable es una mujer de mediana edad rodeada de su familia en las escaleras. La han llamado al amanecer. Su hijo acaba de morir en la celda, presumiblemente de sobredosis de droga.

Los lamentos de la mujer van desvaneciéndose progresivamente según se avanza por los corredores de la prisión, se atraviesan patios, se ascienden escaleras y desaparecen una vez traspasada una puerta metálica en el interior del polideportivo, marcada con una gran pegatina redonda, un dibujo de una persona haciendo deporte, una sola palabra rodeándolo: Metagym. En la pequeña sala que se abre tras la puerta sólo se oye el suave ronroneo del giro de los pedales de dos docenas de bicicletas estáticas, sin ruedas. Sólo se oye la voz fuerte, casi alegre, de José.

Brother: "Mi vida ha pasado entre drogas y delincuencia. Ni sabía qué era una bici"
El 'International Journal of Sport Medicine' publicará los resultados del estudio

José Abrodes (al que todos llaman Brother) lleva en su cara, en su cuerpo, las huellas de una vida de adicción a la hipodérmica, de abandono, a la intemperie. "Toda mi vida ha transcurrido entre prostitución, delincuencia y drogas", proclama con la fe inquebrantable de quien ha visto la luz tras años en la oscuridad. "No sabía ni lo que era una bicicleta... y ahora me paso varias horas al día pedaleando en el Metagym".

La bicicleta que tiene al lado, que acaricia casi amorosamente José, es una BH normal, de esas que los pijos gorditos se compran por Reyes, y que a los 15 días empiezan a acumular polvo en un rincón. Pero la bicicleta de José, y todas las bicicletas de la sala, están resplandecientes. "Menudo es José", dice Fernando Pérez. "Después de las sesiones, limpia todo, el suelo, quiere todo brillante".

Fernando Pérez es monitor de deportes en la cárcel de Soto, el hombre que un día leyó en el periódico que el fisiólogo Alejandro Lucía había demostrado que unas horas semanales de ejercicio físico aumentaban espectacularmente la vida de los niños con leucemia, y que se preguntó inmediatamente si lo mismo no valdría para las personas más débiles del penal: los dependientes de opiáceos que participan en programas sustitutivos de metadona y que, en su mayor parte, son seropositivos o contagiados con el virus de la hepatitis. Personas con atrofia muscular generalizada y baja capacidad funcional que al llegar a la cárcel sólo tienen fuerza para estar tirados.

"Pero aquí, la rutina de la prisión, la regularidad de tres comidas diarias, el contar con techo fijo, les transforma", explica Lourdes Gil, la socióloga del centro, que supervisa el programa de metadona y lo complementa con otras terapias, como grupos de autoayuda o de agentes sanitarios. "En el centro de Soto del Real tenemos cerca de 160 reclusos en el programa de metadona, y participan en el Metagym entre 20 y 25, pero es que pocos pueden hacerlo de entrada. Necesitan tiempo para recuperarse".

Actualmente hay unos 8.000 reclusos, el 15% de la población penitenciaria de España, en programas de metadona, y 3.000 más en programas de deshabituación. Un 10% del total son seropositivos, un 33% sufren de hepatitis C. Casi un 50% de la población penal española es toxicómana; su tratamiento es por ello una de las prioridades sanitarias.

La utopía de Fernando Pérez era lograr que esos internos dieran un salto adelante, que fueran capaces de abandonar incluso la metadona a cambio de ejercicio físico, engancharlos al sudor, que experimentaran con el agotamiento una subida tal de endorfinas que luego no necesitaran más para encontrarse en paz. Que igual que la metadona es un sustituto de la heroína, la gimnasia sustituyera a la metadona. Escribió a Lucía, convenció a los responsables del centro, logró el apoyo de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, y el programa se puso en marcha.

El éxito del proyecto, pionero en el mundo, se puede medir fríamente valorando que el International Journal of Sports Medicine (IJSM) ha aceptado para su publicación un trabajo científico titulado Beneficios del ejercicio físico supervisado en internos de una prisión española, que resume los casi cuatro meses de un experimento en el que participaron, mediado 2006, 19 reclusos, 10 de ellos como grupo de control.

"Al principio se apuntaron 40, pero como Soto es un centro de preventivos, algunos fueron trasladados", explica Fernando, a quien acompaña Luis, un segundo monitor deportivo que subió en marcha al programa. "Ahora, sin embargo, estamos en obras para ampliar el gimnasio y la experiencia. Aparte de toxicómanos, trabajamos con mujeres embarazadas, con diabéticos, con otros grupos". Todos ellos se guían por las conclusiones del estudio científico, que resalta una mejora en la condición muscular, de resistencia y cardiorrespiratoria del grupo activo, lo que desemboca en una mejora general del estado físico y la calidad de vida de los reclusos.

Y alrededor de Fernando, como prueba viviente de que el estudio científico no es una filfa, se monta una asamblea espontánea en la que una docena de reclusos, los monitores, los médicos Susana y Vicente, y la socióloga, dan testimonio de los hechos. Hablan José María, José Camacho, Juan,Brother, David, Óscar, José Luis, Francisco, Bienvenido, Diego, Orlando y Antonio, orgullosos pioneros de su transformación, del viaje interior que emprenden cada mañana en unas bicis estáticas.

Lleva la voz cantante Brother, evidentemente. "La meta del Metagym para mí no es sólo la metadona, sino una meta personal, un objetivo. Antes estaba todo el día aplatanado, y en la calle, igual. Entrabas al metabús, la asistente te daba la metadona, una jeringuilla y un bocadillo. Y al lado tenías el poblado de chabolas donde venden la heroína. Y en la puerta, los colegas, tómate un tranki, vamos a tomar cervezas, un cigarrito, y te arrastrabas hasta el bar. Ahora estoy más sano, he cogido peso, he cambiado de hábitos de higiene, me gusta sudar y luego lavarme, ducharme, sentirme limpio", proclama. Y a su lado, Óscar, tatuaje en el cuello, corte mohicano, asiente. "Me duele menos todo. He bajado la dosis de metadona. Porque esto, el deporte, también engancha. El cuerpo te pide su dosis diaria de sudor y ejercicio".

Y Brother asiente. "Nos hacían analíticas cada 15 días y nos miraban todo". Y Diego: "Y yo que antes sólo comía kikos he empezado a tomar tres comidas al día, y he ganado 10 kilos". Y a coro: "Nos tratan por primera vez en nuestra vida como personas. Nos respetamos más a nosotros mismos y nos ganamos el respeto de los demás. Nos hemos ganado el chándal y la bolsa de deportes, y la camiseta y el pantalón de Nike que nos han dado".

Lourdes, la socióloga, lo resume: "En algunos casos, la mejoría ha sido brutal, física, de autoestima... Todos los proyectos que tienen en cuenta al usuario son generalmente satisfactorios, pero en este caso, además, ellos han tenido el valor de empezar y atreverse a cambiar. Ni ellos mismos se creían que podían".

En el gimnasio de muscula-ción se explaya Jean-François Tremblay, fisiólogo canadiense al que las vueltas que da la vida le han acabado depositando en una celda de Soto, y que se reveló como un inesperado y valioso ayudante. "Esto es una oportunidad única. Soy de Ottawa y he trabajado en Montreal con el equipo olímpico canadiense de halterofilia", dice. "¡Cómo iba a pensar que estar en la cárcel me iba a conceder la oportunidad de convertirme en coautor de un trabajo científico publicado en el IJSM! Cuando quede libre y vuelva a Canadá voy a hacer un master o un doctorado basándome en este trabajo".

François empezó a colaborar con los monitores deportivos cuando la Universidad Autónoma envió desmontados al gimnasio de Soto unos cuantos aparatos de entrenamiento de fuerza, prensas de piernas, de pectorales, antiguas, aún movidas con cadenas de bicicleta, que iba a destinar a chatarra, como piezas de mecano. Nadie sabía cómo montarlos hasta que el canadiense lo organizó todo. Ahora está encargado de los grupos de muscula-ción, parte de los programas deportivos en los que participan 500 internos.

José, Brother, lleva desde los 20 años de prisión en prisión. "Empecé en Meco Jóvenes, y hasta 2004 no empecé a probar la metadona", recuerda, "y ahora me estoy quitando del ambiente de la metadona también".

Varios presos de Soto del Real realizan ejercicios sobre bicicletas estáticas.
Varios presos de Soto del Real realizan ejercicios sobre bicicletas estáticas.ULY MARTÍN
José Abrodes, <i>Brother,</i> da instrucciones a un compañero en una máquina de pesas.
José Abrodes, Brother, da instrucciones a un compañero en una máquina de pesas.ULY MARTÍN

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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