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Columna
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Todos apóstatas

Me lo sugiere Javier Angulo, a la vuelta de un viaje a Mallorca, donde fuimos a hablar de nuestros hijos del corazón: "¿Y si apostatamos todos? En serio, de verdad, en plan campaña masiva, y que a los tipos se les monte un lío descomunal". Me comenta que él ya ha empezado su campañita en la SER y que, a poco que nos pongamos serios, la cosa puede superar el estadio de provocación dialéctica para pasar a ser una auténtica rebelión. Como Javier es vasco, y los vascos son dados a la pasión verbal, me queda la duda de si mi colega está en la fase previa a cantar A las barricadas, o sólo está descargando la lengua de la mala leche acumulada. Pero más allá de la anécdota de una tarde de invierno (sin invierno), las palabras de Javier Angulo resuenan insistentes.

Lo cierto es que tiene razón. Lo cierto es que, a las puertas de la enésima manifestación en Madrid, usando el nombre de las víctimas para hacer una soez campaña política, con la radio episcopal encendiendo día a día el infierno interior de las terrenales almas, tendríamos que empezar a hablar de la responsabilidad de la Iglesia católica; es decir, de los que tienen el poder terrenal de la marca, más allá de las bondades espirituales de cada cual. Se trata, pues, de la Iglesia, de cómo continuamos chocando con ella, cual Quijotes con mala conciencia atea; se trata de hablar de la impunidad con que actúa, y de la indulgencia con que la tratamos. La jerarquía católica, de la mano de su Conferencia Episcopal, es la responsable directa de que hoy, en España, se pueda escuchar diariamente un verbo incendiario que enfrenta territorios, intenta crear un clima pregolpista, juega a ser Mortadelo y Filemón con un trágico atentado y, sin ninguna caridad cristiana, difama, insulta y arremete contra la práctica totalidad del espectro politicosocial, sector díscolo del PP incluido.

Las soflamas sanjurjistas de la radio episcopal han hecho más daño a la convivencia y a la serenidad política que todos los grupos de extrema derecha juntos y multiplicados, y esa contaminación perversa de la atmósfera democrática es posible gracias a los herederos del bajo palio que dominan las rancias estructuras apostólicas españolas. ¿Cómo hemos llegado a esto? Es decir, más allá de la libertad de expresión que tienen algunos para convertirla en libertad de insulto -feliz expresión de Josep Cuní-, lo cierto es que sin el sustento económico de los dirigentes eclesiásticos, mucho del ruido y del estruendo sufridos, sencillamente no existirían. Repito, pues, ¿cómo hemos llegado a esta normalidad de la enorme anormalidad que representa la COPE en el panorama mediático? Me dirán que la Iglesia es soberana incluso para pagar a provocadores, insultadores y otras especies de la fauna. Cierto. Pero entonces, que se acaben privilegios, se terminen concordatos, y se deje de tratar a la Iglesia católica con los algodones que la tratamos, quizá aún presos de nuestro pesado pasado histórico.

El tema del concordato es emblemático. ¿Es comprensible que el mismo gobernante que ha sido capaz de sacar las tropas de Irak y enfrentarse por ello a la presión internacional, no haya sido capaz de viajar al Vaticano y acabar, de una vez, con los privilegios públicos que la Iglesia mantiene en España? Una Iglesia que usa su poder económico para hacerle la cama cada día desde la radio que paga. Para hacérsela a José Luis Rodríguez Zapatero y a la inmensa mayoría de los que no practican el pensamiento guerracivilista.

La Iglesia no es inocente con lo que está ocurriendo. No lo es con la gente que hoy gritará consignas en la calle, algunas de ellas abiertamente golpistas. No lo es con las banderitas rojigualdas -quizá con alguna águila despistada- que ondearán al viento del chillido y el cabreo. No lo es con la locura de usar un atentado terrible para crear un clima de desestabilización y desgobierno. No lo es con los discursos de enfrentamiento entre pueblos, activos transgresores del principio católico del amor universal. Por serlo, no lo es del hecho insólito que, alguien que habita en el extremo más trentino del periodismo, se convierta en el referente de muchos. La Iglesia no es inocente, pero, por lo que parece, es impune.

Malos tiempos para la lírica del racionalismo. Lejos de superar la influencia de las religiones, estamos avanzando hacia atrás, y a los privilegios de la Iglesia católica, que no hemos resuelto en décadas de democracia, se sumarán ahora las religiones recién llegadas, que piden lógicamente su turno. El tema del islam no es irrelevante, tanto por su capacidad de presión como por su alto nivel organizativo, su militancia proselitista y su peso demográfico. ¿Cómo podemos encarar un futuro netamente laico, con los dioses en las casas de cada cual y las administraciones en la de todos, si ni siquiera hemos resuelto nuestras muchas dependencias con la religión dominante? El error se multiplica por momentos.

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No sé si la solución es la que plantea Javier Angulo, aunque tiene su divertimiento. Pero como nos hemos vuelto aburguesados, cómodos y un tanto pasivos, veo difícil organizar ese boicoteo de apostasía, y menos tener éxito. Además, la Iglesia complica tanto el simple hecho de borrarse de sus filas, que el cansancio es previo a la acción, cansancio de puro aburrido. Pero algo habrá que hacer para no parecer más tontos de lo que somos. O rompemos con la impunidad o la Iglesia hará con nosotros lo de aquel pobre marido del dicho catalán: que era cornudo y encima pagaba la bebida.

www.pilarrahola.com

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