La cueva del tío Chilera
Un museo recuerda las humildes casas excavadas de Tielmes, en las que se vio obligada a vivir la mitad del pueblo durante la posguerra
A muy poco de donde acaba la flamante R-3 está el pueblo de Tielmes. El GPS dice "ha alcanzado su destino" justo a los 46 kilómetros y 114 metros de la Avenida de América. A 20.200 kilómetros bajo el satélite que guía el camino, la calle Real está sin asfaltar y las bocas de las alcantarillas sobresalen 15 centímetros del suelo. En medio, la nueva Casa Cueva Museo Etnológico de Tielmes da cuenta de otra época sin gepeses ni alcantarillado.
Tras una minimalista verja de hierro (muy de museo moderno que respeta el entorno) lo primero que sorprende de esta casa cueva es que huele a leña y a chorizos. Aquí vivió el tio Chilera durante décadas hasta que el ayuntamiento se la compró a su familia por 60.000 euros (reformarla ha costado otros 90.000, más de dos tercios de los cuales han sido financiados con fondos europeos).
No hay baño; sí hay una cuadra para la burra y un gallinero con gallinas disecadas
"Las 'riquiñas' nos llamaban 'cueveras' y no se nos juntaban", dice Laura, de 85 años
Por fuera no parece una cueva ya que hay un corte vertical en la ladera y tiene una puerta. Es la única, en el interior las nueve habitaciones se separan por cortinas. La cocina, el portal y el comedor tienen ventanas, el resto se abovedan en la oscuridad subterranea. En los cuartos nobles las paredes están dadas de llana, alisadas con yeso, en el resto, hay roca viva. No hay baño; sí hay una cuadra para la burra y un gallinero con gallinas disecadas ad hoc para el museo. Se ha cuidado cada detalle: de las paredes cuelgan aperos, ajos, crucifijos, un calendario de 1962 con la foto de Lola Flores y un espejito medio roto con una cuchilla de afeitar oxidada.
"Recuperar las cosas pequeñas que forman parte de nuestra historia y nuestras tradiciones es tan importante como recuperar las grandes", dice Rosa María Ferreras, concejala de cultura de Tielmes, donde también la antigua escuela también se ha convertido en un museo. En etnografía, tanto vale una cueva como un castillo.
Las casas cueva han alojado a los habitantes de la Ribera del Tajuña desde la segunda Edad de Hierro. No son cuevas naturales, sino orificios excavados por el hombre en las laderas de los montes. Habitaciones arrancadas a la tierra a fuerza de pico y pala. Hogares sin luz ni agua. Casas de pobres.
A mediados del XVIII se extendió la costumbre cavernícola entre los jornaleros. "Los más desprotegidos pedían permiso a los nobles para horadar las laderas señoriales", cuenta la concejala. "Luego, en la posguerra, la crisis económica hizo que medio pueblo viviese así". En los años cuarenta llegó a haber en Tielmes 235 cuevas para unos 1.000 habitantes.
Cerca del ayuntamiento, que hoy tiene censados 2.468 vecinos, un grupo de jubilados pasa la mañana entre boinas y bastones. "De niños jugábamos aquí mismo al enjalamado, al tintín y al churro", dice Félix Rubio, de 77 años. "Pero sobre todo trabajábamos", replica Emilio Aguado, de 76, que con siete ya estaba trillando con su padre, "aunque casi no podía levantar la carga". El jornal se pagaba entonces a unas dos pesetas. La pobreza era la norma. Los chavales araban o pastoreaban y todos recogían agua de la única fuente del pueblo porque vivían en cuevas.
"Mi padre picaba la cueva mientras mi madre, mi hermana y yo esperábamos con las alforjas para ir sacando la tierra", cuenta Félix de cuando tenía cinco años. Emilio recuerda que su abuelo le contó que pagaban a la marquesa que les prestó la ladera con una jarra de agua al año. "Y qué le íbamos a pagar", dice.
"La del tío Chirila es una señora cueva porque era un señor albañil", dice Félix que conserva la suya, mucho más pequeña, para guardar leña y trastos.
Hoy quedan una veintena en Tielmes. Muchos vecinos costruyeron casas convencionales delante dejándolas como trasteros, bodegas o lugares donde dormir la siesta, porque no hay sitio más fresquito en verano.
Laura Rincón y Vicente Aguado, de 82 y 85 años, acaban de reformar la suya y le han puesto agua corriente. En ella nació Vincente y su hermano de 90. En la misma habitación del fondo, nacieron sus hijos, y aquí vivió la pareja hasta los sesenta. Para bañarse se iba al río o a la palangana, el servicio de los chicos estaba en el barranco o el basurero, el de las mujeres en la cuadra.
"Las riquiñas nos llamaban las cueveras y no se juntaban con nosotras, aunque sólo vivían una miajita mejor", recuerda Laura. "Ahora son mas cariñosas cuando nos cruzamos en la peluquería", dice con una perfecta cabellera blanca. La pareja vive en una casa adosada a la cueva, que van a usar para dormir en verano y montar comilonas. ¿Merece la pena reformarla? "Es un capricho, a mis padres les costó mucho sacrificio, no la puedo dejar abandonada", dice Vicente, y su cueva se convierte en un castillo.
Gruta frente a minipisos
Tielmes no es el único pueblo con casas cueva.Los cercanos Carabaña, Perales de Tajuña o Fuentidueña tienen también una larga tradición de hogares excavados.
La mayoría de estas cuevas fueron terrenos cedidos (o alquilados por un canon) a las familias por los señores ricos o los ayuntamientos. En la posguerra tuvieron su auge y fueron degenerando hasta que se llegó a hablar de "chabolismo de cueva" en los setenta.
Ya entonces comenzaron los planes para solucionar el problema de estas excepcionales infraviviendas. En Tielmes, a la muerte del Marqués de Santa Genoveva, todo el terreno no escriturado pasó a manos del Ayuntamiento y éste cedió las cuevas a sus inquilinos. En Carabaña los planes de realojo en pisos subvencionados se extendieron hasta los noventa.
También hace tres décadas se inició otro proceso curioso, la "gentrificación", termino por el cual se conoce la revalorización de viviendas o zonas deprimidas que se convierten en lugares chic. Como el Soho neoyorquino en los ochenta, Chueca en los noventa y Lavapies ahora. En 1977 este periódico publicaba una información sobre las cuevas chabola en Fuentidueña en la que se decía: "Más de un madrileño, puede que por snobismo, ha comprado las cuevas que quedan vacías, cuyos precios llegan hasta las 100.000 pesetas".
A Vicente Patón, arquitecto que junto a Alberto Tellería, ha recuperado la Casa Cueva Museo Tecnológico de Tielmes, le consta que hay bastantes cuevas de fin de semana y veraneo, pero sólo conoce un caso de unos decoradores madrileños que compraron una cueva hace cuatro años por 42.000 euros y la pusieron de punta en blanco. "La cuevas son perfectamente vivibles. Cálidas en invierno y frescas en verano", dice el arquitecto, "basta con poner un baño y una cocina para tener un piso". Las grandes desventajas son la humedad y la falta de ventilación, "pero con la arquitectura moderna, todo tiene solución", dice Patón.
Emilio Aguado, que habitó una de estas cuevas en Tielmes durante casi toda su vida, cuenta que tiene un vecino que vende la suya por 100.000 euros. "Y hay madrileños dispuestos a pagarlo", dice Vicente, "teniendo en cuenta lo caros y pequeños que están los pisos en Madrid, no es tan raro".
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