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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Centimetrovacesa

Metrovacesa, la primera empresa inmobiliaria española y una de las más importantes de Europa, pagó ayer muy cara la insólita segregación decidida por los principales accionistas de la empresa, la familia Sanahuja por una parte y los Rivero y Soler por otra. Su valor en Bolsa llegó a caer casi el 20% cuando se reanudó su cotización ayer, y al cierre perdió más del 8%. Las causas de semejante depresión hay que buscarlas en el anuncio, conocido el lunes pasado, de que Metrovacesa se escindirá en dos sociedades, Metrovacesa y Gecina -hoy la filial francesa de Metrovacesa-, controladas la primera por la familia Sanahuja y la segunda por los socios Rivero y Soler.

El primer hecho relevante de esta operación a contracorriente es precisamente la escisión. Existen pocos precedentes de una división empresarial, puesto que en los casos de enfrentamiento societario suele recurrirse a la solución de que una de las partes venda su paquete accionarial a la segunda. El caso es que la escisión reduce o jibariza la fuerza empresarial. España pierde una inmobiliaria de referencia en Europa y esa estrategia empresarial menguante difumina el valor del accionista. Una compañía que llegó a cotizar a casi 120 euros -bien es cierto que como consecuencia de una carrera caliente de OPA entre los Sanahuja y los Rivero- cayó a un precio de 75,67 euros, que es el que se ofrece como consecuencia de la relación de canje derivada de la segregación.

La segunda pieza decisiva es la compleja secuencia de OPA que encarrilarán a cada accionista hacia la mitad de la empresa que desee. Aquí cabe exigir a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) que vigile estrechamente la cadena de ofertas para que nadie resulte perjudicado: ni siquiera los accionistas minoritarios.

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