La fuerza por el teclado
Los gallegos tenemos fama de callados y de otras dudosas virtudes que tienen que ver con la educación, la resignación y la poca vehemencia en general. Al menos por parte de aquellos que son más achispados y elocuentes, que -hay que decirlo- tampoco es todo el mundo, y menos al norte del paralelo 42. No saben que cuando nos calentamos somos capaces de invocar a varios tipos de dioses: el bendito, el por nacer, el sandiós, el femenino diola e incluso al dios negro, todo sea por no ofender al de verdad. Somos expertos en el arte de quedarnos a gusto, aunque luego se nos vaya la fuerza toda por la boca.
¿Qué pasa entonces cuando a un pueblo de carácter tímido pero lengua afilada se le pone una herramienta que permite soltar toda clase de sapos y desafiar al contrario sin que se conozca la identidad que evidencie su propia miseria? No hablo de las máscaras de Entroido, quizá la manifestación más ancestral del mismo mecanismo de defensa, sino de las conversaciones de Internet. Lo vemos a diario y desde hace unos años en foros, blogs o listas de correo que tratan de arreglar dialécticamente el país con un número de voces y empecinamiento nunca visto antes, o no de manera tan pública. La política de taberna se hace ahora en distintas tabernas virtuales, con una serie de ventajas muy atractivas. Para empezar, la palabra escrita, que es una herramienta de provocación mucho más útil que la oral. Y que, a falta de comunicación no verbal en que apoyar nuestra retranca, está especializada en lanzar dardos envenenados: los queridos e inevitables flames.
Ni las bullas absurdas y eternas en Internet son nuevas ni las hemos inventado nosotros, aunque se nos den especialmente bien. La cibercultura las llama flamewars. Según la Wikipedia, un flame es un mensaje deliberadamente hostil o insultante enviado sin ningún propósito constructivo. Con él no se intenta clarificar ni persuadir en la discusión; su razón de ser no es dialéctica, sino social o psicológica, provocada por un sentimiento muy fuerte respecto al tema que se está tratando. Fútbol aparte, pocos temas generan aquí emociones tan fuertes como la cosa patriótica, en todos sus matices. Y es precisamente en los matices en donde se origina la guerra. Porque no se trata de españolismo versus galleguismo, paradójicamente a esa lucha nos resignamos: es más divertido jugar a quién la tiene más grande. Entiéndase la galleguidad.
Cuando el espacio mediático para los gallegohablantes es escaso, es normal que nos peleemos por él. Se dice que la flamewar es uno de los problemas económicos conocidos como la tragedia de los bienes comunes, en los que un grupo comparte un recurso (en este caso, la atención comunitaria), pero cada uno de los miembros individuales tiene un incentivo para sobreexplotarlo. ¿Y qué es lo que incentiva a los flamers patrios? Cualquier tema que nos enfrente, por ejemplo, con nuestros vecinos, predominando el clásico marco divisor de fincas, muchas veces lingüísticas o culturales. Aunque lo que mejor funciona es aquello que nos enfrenta con nosotros mismos, al fin y al cabo los demás tampoco nos hacen tanto caso. Nos basta echar un vistazo a las discusiones más populares (en Arroutada Noticias, Chuza! o Vieiros) para comprobarlo. Hay flames que llevan abiertos meses y que han llegado a los 3.000 mensajes, puro intercambio de insultos seguramente desde el mensaje 3, y en el fondo inofensivos. La red nos ha venido de perlas como lugar terapéutico donde descargar nuestras frustraciones, individuales y como pueblo. Hemos encontrado allí otras personas con las que discutir temas para nosotros candentes. Sabiendo que todavía estamos en la brecha digital, es intrigante pensar en qué dará toda esta guerra cuando se popularice la conversación online.
Algún día nuestros nietos estudiarán en las facultades a estos flamers pioneros. Nos preguntarán: "¿Abuela, pero de verdad erais tan cafres?" "No, lo que estábamos era muy aburridos, y también muy preocupados por este país". "¿Preocupados? Pues mira cómo habéis dejado todo". "Ya, hijo. Se nos fue toda la fuerza por el teclado, pero no veas lo bien que lo pasamos".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.