La alegría del Carnaval se impone a la lluvia
El chaparrón obliga a suspender las rúas de algunos barrios, pero los barceloneses pasean sus disfraces por las calles
Semanas y semanas preparando disfraces y carrozas y el día de Carnestoltes llegó por fin la lluvia, bendita sea, pero qué inoportuna. Llovió casi toda la mañana, pero a mediodía paró, lo que hizo renacer las esperanzas del personal. En vano. A las cinco de la tarde, en que debían salir las comparsas de los barrios para reunirse luego en la Gran Rúa de Gran de Gràcia, cayó el chaparrón, rayos y truenos incluidos.
Las rúas de buena parte de los barrios se suspendieron, pero el agua no apagó las ganas de fiesta del personal. Cerca de 20.000 personas, según la Guardia Urbana, acudieron a la gran cita.
En Sants se suspendió la rúa y la gente se desperdigó, con sus disfraces y bajo los paraguas, por todo el barrio. Cada uno siguió su propia fiesta en la calle y los más animados tomaron rumbo hacia la Gran Rúa de Gran de Gràcia.
La comparsa del Eixample tenía instalado el escenario en la plaza de Fort Pienc. Fue empezar a tocar a golpe de tambor el grupo Sona que Trona, nunca mejor dicho, cuando se inició el aguacero. Los músicos se vieron obligados a desalojar rápidamente el escenario y los vecinos aguantaron el tipo, aunque acabaron refugiándose en el mercado, que se convirtió en un improvisado escenario.
Otro grupo que debía desfilar en la comparsa del Eixample, La Cabrónica dels Morts de Barcelona, fue aclamado por ponerle sonido al mercado y convertirlo en una fiesta. El chocolate y los bizcochos fueron el acompañante perfecto para un carnaval distinto al de otros años pero vivido con la misma intensidad en muy poco espacio. Los niños fueron los protagonistas, con disfraces para todos los gustos, y disfrutaron a pesar de no poder campar a sus anchar por la calle.
Las fiestas de los barrios debían confluir en Gran de Gràcia al anochecer. Estaba previsto que desfilaran unas cuarenta comparsas, pero cinco no llegaron. Familias enteras, los niños disfrazados y los padres no, se agolparon en las aceras para ver el desfile. Una de las que más gustó, a juicio de los comentarios, fue la de Elvis Presley montado en su coche y seguido por unos 60 clones que, perfectamente sincronizados, tocaban la guitarra.
Entre musas del Liceu y el sabor de Bollywood, causó cierto desconcierto la gran burbuja que contenía un puñado de jóvenes en cueros, sólo equipados con una máscara.
Algunos vecinos comentaron que la fiesta estaba más sosa que otros años. Quizá fue la lluvia, quizá el cambio de emplazamiento o el volumen de la música más bajo y poco acorde con el estruendo del Carnaval. A las once todos en casa.
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