Rescate a la deriva
La peripecia del Marine I ilustra las dificultades que plantea enfrentarse razonablemente a las nuevas vías de inmigración clandestina. En el origen de este contencioso internacional que involucra a múltiples Estados se encuentra un comportamiento irreprochable de las autoridades españolas al atender la llamada de socorro de un buque en alta mar. El Marine I se averió en un corredor marítimo bajo la responsabilidad de Senegal, país que trasladó a España la petición de ayuda al carecer de medios para llevar a cabo el rescate. En estas circunstancias, las autoridades españolas no podían desentenderse de la suerte de cerca de cuatrocientas personas, cuyas vidas corrían peligro en un buque a la deriva.
A excepción de este primer paso se han multiplicado, sin embargo, la descoordinación y los errores por parte de los diversos departamentos españoles que tienen relación con el problema. El Ministerio de Asuntos Exteriores realizó una apuesta demasiado aventurada al comprometerse con el Gobierno mauritano a repatriar a los pasajeros del Marine I en el plazo de unas pocas horas, cuando aún no se conocía su número exacto ni su nacionalidad. El Ministerio del Interior, por su parte, ha improvisado las tareas de identificación cuando, en realidad, el problema ha ido fraguándose durante un largo periodo de tiempo -más de una semana- en el que el buque estuvo fondeado frente a las costas de Mauritania. Por último, el Ministerio de Trabajo parece haberse desentendido de cualquier estrategia común del Ejecutivo, hasta el punto de que su titular, Jesús Caldera, ha mantenido la agenda de su visita a Senegal obviando las implicaciones de este país en el origen de la crisis.
Con todo, la desafortunada gestión por parte de las autoridades españolas no exime de responsabilidad a los países ribereños, en concreto a Senegal y Mauritania. Su actitud frente a los náufragos del Marine I invita a extraer una terrible conclusión, y es que la obligación de prestar socorro en los mares, una de las normas internacionales más antiguas y respetadas, puede acarrear graves complicaciones. No serán pocos los buques ni las autoridades que, a partir de la experiencia del Marine I, sientan la tentación de desentenderse de las situaciones de peligro frente a sus costas o en alta mar. La paradoja de este comportamiento de las autoridades senegalesas y mauritanas es que la espiral que están contribuyendo a desencadenar se puede volver en contra de sus propios nacionales, muchos de ellos a la espera de emprender una aventura semejante a la de los pasajeros del Marine I.
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