Boceto para un retrato
El periodista australiano John Pilger es un ejemplo de honestidad y denuncia de las injusticias en medio del silencio o de la manipulación del lenguaje a los que sucumben otros profesionales.
A raíz del espectáculo de la ejecución de Sadam, el principio de justicia en todo el mundo se volvió incoherente
En la cubierta del nuevo libro de John Pilger, Freedom next time (Bantam Press, Londres), hay una cita de Noam Chomsky: "La obra de Pilger ha sido un verdadero faro en tiempos tenebrosos". Me gustaría hablar de la energía de esa luz. A lo largo del libro, las experiencias personales de Pilger en los campos de la muerte llevan al lector a enfrentarse al mundo tal y como éste ha venido siendo en los últimos 20 años. Los campos visitados son: Afganistán tras la invasión de Estados Unidos; Suráfrica desde el final del apartheid y la continuada exclusión de los pobres (negros); Bombay bajo el impacto de la globalización; Palestina y sus 60 años de resistencia frente a la disgregación planeada por Israel; y las islas Chagos, en el océano Índico, cuya población indígena fue desarraigada y desposeída por el Gobierno británico de Harold Wilson para que Gran Bretaña pudiera transferir las islas a Estados Unidos como base militar deshabitada.
En su introducción, Pilger cita el discurso de aceptación del premio Nobel de Harold Pinter, en el que éste declaró escandalosamente que mientras que los crímenes de la URSS se siguen mencionando constantemente, los medios de comunicación y sus expertos pasan por alto sistemáticamente los crímenes equiparables de Estados Unidos como si no hubiese pasado nada. (Es curioso que la BBC hiciera caso omiso de este discurso del Nobel británico). El consiguiente silencio ha contribuido enormemente a la mencionada tenebrosidad de los tiempos, y Pilger ha estado hablando en voz alta y clara en medio de este silencio durante 40 años.
Junto con el silencio está el secuestro del lenguaje perpetrado por los llamados "expertos de la comunicación". Todas las palabras empleadas actualmente para justificar lo que los poderosos están intentando imponer al mundo son falsas. Poderosos en este caso hace referencia a los ricos cargados hasta los dientes de armas de destrucción masiva. No hay precedente histórico para tal poder; aunque con esto no queremos decir que sea invencible.
El secuestro del lenguaje, aparte de sus oportunismos tácticos, tiene un objetivo estratégico bien pensado: a saber, dejarnos (a la mayoría aplastante) sin palabras. Cuando está sin palabras, la gente se vuelve pasiva, porque la desobediencia deliberada normalmente comienza por las palabras. Los términos clave empleados para justificar el nuevo dominio del mundo por parte de los ricos son: Orden, Democracia, Progreso, Justicia, Libertad. Y lo que quieren decir con ellas es precisamente lo contrario (en el mismo orden): ¡Caos, Manipulación, Regresión, Intereses Creados y Poder Adquisitivo!
La reciente y obscena ejecución del abyecto tirano Sadam Husein es un ejemplo muy ilustrativo de cómo funciona esta estrategia. A raíz del espectáculo organizado de esa ejecución, el principio de justicia en todo el mundo se volvió incoherente y confuso. Pilger, en cambio, insiste infatigablemente en el significado que tienen las palabras desde hace siglos. Escúchenle. "Es difícil describir la resolución de los isleños para conquistar la justicia y la libertad. Esto, y su rechazo a que se les asignase el papel de eternas víctimas, permanecen firmes en mi recuerdo. No tengo más que pensar en la tragedia esculpida en el rostro de Charlesia y su promesa de que 'nosotros luchamos, y luchamos'; y de Oliver, de pie sobre las tumbas de sus hermanos y hermanas, susurrando: '¡Ya no más!".
La situación del mundo es más desesperada hoy en día que cuando Pilger empezó a escribir, aunque él no se desanima, porque reconoce que está comprometido con una lucha histórica y, por tanto, continua. La ira y el orgullo mandan al desánimo a freír espárragos. O, por decirlo de otra forma, su larga perspectiva le ha dado una clase especial de resistencia.
Es australiano, y cuando pienso en su resistencia, algo me hace caer en esa leyenda nacional australiana y popular de The Diggers, esos soldados australianos y neozelandeses de la Primera Guerra Mundial que nunca decían "Muere", que no tenían un pelo de tontos, que odiaban a la autoridad y desconfiaban de toda retórica, que tenían confianza en sí mismos, que eran leales y siempre estaban dispuestos a echar una mano a un compañero, y a los que no les sorprendía descubrir que estaban solos. En alguna parte hay algo de digger en Pilger.
Pilger es algo más que reportero y testigo incansable; quiere que se haga justicia y, hasta que eso suceda, seguirá siendo implacable e intransigente. Es consciente de que hombres como Dick Cheney, Milton Friedman, Pinochet, Blair o Sarkozy eran y son tan crueles como las injusticias de las que son responsables el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y de Comercio) y la red de empresas capitalistas en todo el mundo, a todas horas del día y de la noche.
Por ejemplo, Pilger hace una larga entrevista a Nelson Mandela, a quien quiere, y durante ella le amonesta repetidamente por colaborar con el Banco Mundial y con las multinacionales. En realidad no pregunta qué capacidad de maniobra tenía Mandela en 1994 cuando, a los pocos años de salir de prisión, se convirtió en el primer presidente negro de Suráfrica. Sin embargo, para bien o para mal, la práctica política consiste en maniobrar en un espacio limitado determinado. En vez de eso, Pilger cuestiona a un ídolo caído. Un ídolo caído al que quiere. Así es como termina Pilger el relato de su encuentro: "Yo le dije, '¡a veces debe de sentirse desconcertado por lo irónico de su situación! Le agarran por el antebrazo'. 'Todo el tiempo', respondió. Mientras se subía a su Mercedes plateado, todavía llevaba desatado el cordón de los zapatos, y su pequeña cabeza gris apenas era visible en medio de una bandada de barrigudos hombres blancos con enormes brazos y cables en las orejas. Uno de ellos dio una orden en afrikáans, y el Mercedes y Mandela se fueron".
Pilger es despiadado no porque tenga un corazón pequeño, sino porque nunca deja de vérselas con el carácter despiadado de los nuevos gobernantes del mundo. Él es la infatigable Fiscalía en la sala de un tribunal que no existe, excepto en la vasta e implacable memoria de los pobres abandonados. Por eso su intransigencia, que, como toda intransigencia, puede ser estrecha de miras, tiene sin embargo algo de inmensa: sobrepasa un horizonte tras otro.
Hegel señala en alguna parte que, por naturaleza, la Justicia ha de ser obligatoriamente templada y modulada, porque su cometido es arbitrar entre reivindicaciones encontradas. En la práctica, esto es una gran verdad y, en cierto sentido, pone a Pilger en su lugar. ¡Aun así, le tengo un gran respeto a ese lugar!
En un par de ocasiones él y yo hemos hablado desde las mismas plataformas políticas, pero nunca me he sentado a solas con él, excepto cuando leo alguno de sus libros. Daría mucho por sentarme frente a él, porque me gustaría dibujar su retrato. Con un lápiz y sin palabras. Sospecho que las líneas de su rostro, el desgaste alrededor de las cuencas de sus ojos causado por todo lo que ha observado y que se niega a dejar de lado, el humor en sus ojos, el rictus decidido de su boca, el áspero cuello inquieto, los hombros ladeados; sospecho que todos los rastros de su vida revelarían una integridad que trasciende cualquier contradicción y que es la fuente silenciosa de la energía que lo convierte en faro.
PD. Uno debe intentar escribir de tal forma que lo que escriba, aunque crea que tan sólo lo van a leer unos pocos, hable alto y claro si se lee en cualquier parte o en todas partes.
Traducción de News Clips.
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