Viajes y precios
Hace dos años y medio viajé a Roma. En ese momento tenía el mismo empleo que tengo hoy, en la misma empresa y con el mismo salario. Sin cambios en ese sentido. En 2004 topé con una Roma imposible para mi bolsillo: comer y cenar, aunque fuera en lugares incluso mediocres, era un lujo que tenía que sustituir por comida rápida. Desplazarme me parecía caro, y comprar ropa, ni siquiera planteable.
Hoy mismo acabo de volver de otra escapada a la Ciudad Eterna, adonde me fui con miedo, recordando aquella debacle económica que supuso el viaje anterior. Cuál ha sido mi asombro cuando he descubierto que esta vez no ha sido para tanto. "¿Por qué? ¿Habrán bajado los precios en Roma?", me preguntaba al principio ingenuamente. Luego llegué a otra conclusión: cenar antes en Roma por 25 euros me parecía caro. Cenar hoy en Roma por 25 euros me ha parecido normal, porque hace ya un tiempo que estoy pagando eso por cenar en cualquier restaurante de categoría media en Madrid, y hace dos años y medio haber pagado eso hubiera sido un total y absoluto dispendio, de aquellos que sólo se hacen una vez al mes, siempre y cuando no fuera enero.
Pero no es sólo eso: ropa de marca (y de no marca) que cuesta lo mismo en Roma que en Madrid; un servicio de metro y transporte público que, aunque muchísimo menos eficiente y extendido que aquí, es más barato; una noche de hotel a 60 euros, lo que difícilmente se encuentra ya en nuestra capital; pero, en cambio, un sueldo medio que es por lo menos un 20% más de esos oníricos 1.800 euros que los políticos se empeñan en decir que tenemos en España.
Entonces es cuando me congratulo por tener cada día más y más habilidad en administrar mi salario elástico, y pienso: "Qué bien esto de ser europeo, que soy igual que un italiano y ya no tengo que tener complejo alguno".
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