El amor es sueño
Creado por George du Maurier en su novela de 1891, convertido en personaje teatral por John Nathaniel Raphael e inmortalizado en cine por George Fitzmaurice (1921) y Henry Hathaway (1935) con los sucesivos rostros de Wallace Reid y Gary Cooper, Peter Ibbetson, héroe del amor fou, arquitecto de la pasión onírica más allá de la muerte, podría ser el ancestro desaforado del Stéphane que encarna Gael García Bernal en La ciencia del sueño, tercer -y deslumbrante- largometraje de ficción del visionario maestro del vídeo musical Michel Gondry.
Asumiendo que amor y realismo son materias incompatibles, Gondry ha realizado una película que funciona como perfecto elogio de la inmadurez, casi un manifiesto íntimo que compendia, absorbe y sublima los trampantojos que siempre han distinguido su labor en el terreno del vídeo promocional, campo de experimentación utilizado por el creador para esbozar un fragmentario (y, con frecuencia, parasitario) discurso propio. La ciencia del sueño puede ser descifrada como el reverso luminoso de ¡Olvídate de mí! (2004), su anterior trabajo, lúgubre sonambuleo a través de la casa desolada del desamor con una linterna de luz en la mano. Sin la complicidad en el guión del alambicado y auto-consciente Charlie Kaufman, Gondry puede parecer aquí naïf, pero lo más probable es que ahora se nos esté mostrando con una mayor transparencia, sin interferencias: en suma, en el purísimo y envidiable estado de benignidad de lo sublime/ridículo.
LA CIENCIA DEL SUEÑO
Dirección: Michel Gondry. Intérpretes: Gael García Bernal, Charlotte Gainsbourg, Alain Chabat, Miou Miou. Género: Comedia onírica. Francia-Italia, 2006. Duración: 106 minutos.
La ciencia del sueño traslada la arquetípica situación del amor por la vecinita de enfrente al territorio de lo que podríamos llamar la épica onírica preescolar. Stéphane, héroe y álter ego de un cineasta que, según propia confesión, siempre ha tenido 12 años, tiene en la cabeza un late show televisivo en clave low-fi, significativo sucedáneo del monólogo interior que, como mucho, suelen abrigar bajo el cráneo los seres humanos con los pies en el suelo. El punto de partida de la película parece tener su germen en las palabras que el propio Gondry escuchó en su infancia en boca de su profesor de lengua: "Tu vida es tan interesante como la de cualquier famoso que aparezca por televisión. Háblame de ella". No parece caprichoso el hecho de que la principal localización de La ciencia del sueño sea el piso en el que Gondry vivió hasta hace 15 años: hay mucho de fantaseo privado, desde los confines estrechos de una habitación propia, en esta declaración de principios de quien parece conceder más relevancia biográfica a la vida secreta de los sueños que a los lances de una vida cotidiana que, siempre, debería ser más pequeña que nuestra imaginación.
Empeñado en seducir a su alma gemela y casi homónima Stephánie, varado en un trabajo ratonero, Stéphane sabe que el único camino de autoafirmación pasa por rendirse a una pulsión onírica que recorra los laberintos de la pérdida antes de conquistar un territorio que podría ser puro espejismo. Melancólica, poética, divertidísima, La ciencia del sueño confirma a Gondry como bisnieto genial de Georges Méliès.
Babelia
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