El carpintero de Alcorcón
Conocí a un carpintero que vivía en Alcorcón. Le hice varios encargos y un día de buen rollo me invitó a su casa a merendar. Aquel tipo, natural de un pueblito castellano, quería mostrarme orgulloso el piso que había comprado en esa localidad. El piso no estaba mal; sin embargo, el pueblo me pareció tan cutre que hube de hacer un gran esfuerzo por disimularlo. Muy bien debí de fingir porque el hombre estaba empeñado en persuadirme de que vendiera mi casa y me fuera a vivir a Alcorcón. Por más que miraba no era capaz de imaginar qué podía seducir tanto a mi buen carpintero de aquellas calles sin gracia, ni qué encanto encontraba en aquel caos urbanístico diseñado a puñetazos por el desarrollismo indecente de los años sesenta. Alcorcón era sencillamente horroroso, el mismo horror que exhibían impúdicos la inmensa mayoría de los pueblos "dormitorio" de Madrid. Han pasado más de dos décadas desde entonces y siempre que voy por allí me acuerdo del carpintero. Y lo hago desde el asombro ante la transformación que ha experimentado el municipio. Veinte años no serán nada en un tango, pero en ese tiempo Alcorcón ha logrado una metamorfosis tan profunda que hace irreconocible la sordidez del pasado. Un esfuerzo colectivo de superación como el realizado en sus aledaños Móstoles, Leganés o Getafe que los han convertido en buenos lugares para trabajar y para vivir. Alcorcón es hoy un espacio urbano bien pensado y bien comunicado con una ciudadanía sensible a la cultura, el deporte o el medioambiente.
Quien crea que aquello es un un foco de marginales al borde del estallido social es que no conoce Alcorcón
La irresponsabilidad del circo mediático contribuyó generosamente al efecto llamada de los radicales
Aunque tiene sus problemas, como los sufre cualquier municipio de la región empezando por la capital, quien crea que aquello es un arrabal o un foco de marginales al borde del estallido social es que no conoce Alcorcón. Puedo entender en consecuencia la indignación del vecindario por el tratamiento público que ha recibido esa localidad a consecuencia de los altercados callejeros registrados la semana pasada. Plantear lo sucedido casi como una contienda bélica motivada por crispaciones sociales latentes y actitudes racistas es, además de falso, profundamente injusto. Alcorcón no sólo es habitualmente un lugar tranquilo y pacífico, sino también un ejemplo de integración donde los romances mestizos difícilmente darían para una película como West Side Story por ser moneda corriente. El suceso que desató la cadena de incidentes no respondió en origen a un conflicto entre bandas ni a un enfrentamiento entre latinoamericanos y españoles. Se trató de un hecho puntual, un asunto de faldas estúpidamente magnificado hasta dar pábulo al afán de protagonismo de un puñado de niñatos que juegan a ser héroes. Ocurrió en Alcorcón como pudo suceder en cualquier municipio o barriada de Madrid donde también hay pandillas y chulitos de distinto pelaje que cobran por usar las canchas ante la dejadez policial. La desmesura e irresponsabilidad del circo mediático contribuyó generosamente al efecto-llamada de los radicales de uno y otro signo. Ni a los grupos de skin y extrema izquierda que hicieron acto de presencia en la "juerga" de Alcorcón, ni a los de extrema derecha que acudieron con sus soflamas xenófobas les importa un bledo la causa primigenia de lo acontecido, en el supuesto harto improbable de que la conocieran. Unos y otros van a cualquier follón como el que va a los sanfermines. Una orgía de despropósitos ante la que algunos papanatas no han dudado en establecer similitudes con las revueltas acaecidas en los arrabales de París cuyo trasfondo social es realmente complejo y profundo. Aún más intolerable que el disparate mediático es la bronca política. Por muy próximas que estén las elecciones municipales y autonómicas en incidentes así ha de primar la prudencia y la responsabilidad y nunca atizar fuegos que no se saben apagar. Gracias a todo ello las bandas juveniles han obtenido una publicidad impagable para engordar sus filas y su autoestima. Ponerle foco y altavoces a una bronca entre adolescentes ha sido un tremendo error. Algo impensable en otros países donde los poderes públicos y los medios de comunicación tratan de aplicar sordina a cualquier suceso donde intervengan menores para que el afán de notoriedad no estimule la delincuencia. Madrid ha avanzado mucho desde que merendé con mi carpintero en Alcorcón pero, desgraciadamente, aún nos queda bastante que aprender.
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