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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crece la esperanza

El Sinn Fein ha dado en Dublín un paso de enorme simbolismo que, si es correspondido, puede colocar al Ulster a las puertas de un Gobierno compartido entre protestantes y católicos, algo absolutamente impensable muy poco tiempo atrás. La decisión de los republicanos de respaldar a la nueva policía de Irlanda del Norte, impulsada con convicción por Gerry Adams,va mucho más allá del hecho de que puedan incorporarse libremente a esta fuerza reformada. Significa que uno de los dos bandos en pugna desde hace medio siglo y después de cuatro mil muertos allana el camino para que el otro, los unionistas, fuerza mayoritaria en la provincia británica, diga ahora si acepta compartir responsabilidades de Gobierno con sus enemigos irreconciliables.

El proceso de paz de Irlanda del Norte ha llegado así a un punto culminante. La decisión del brazo político del IRA no pierde trascendencia por tratarse de algo implícitamente anunciado y cuidadosamente escenificado. La policía del Ulster, denostada por los católicos como fuerza al servicio de la causa protestante (convicción avalada por un reciente informe demoledor sobre su connivencia con paramilitares lealistas en los años noventa), ha venido siendo un escollo insalvable para el eventual entendimiento entre ambas comunidades. Como es impensable dar sin pedir, el Sinn Fein vincula el final efectivo de su veto a la devolución en plazo por Londres al Parlamento de Stormont de las competencias de Interior y Justicia.

Si todo va muy bien, y de acuerdo con lo pactado por los partidos norirlandeses en octubre pasado, habrá elecciones en marzo, y ese mismo mes, Blair restablecerá la autonomía de la provincia. Para ello es necesario que se imponga el sentido común y que el anciano y radical Ian Paisley, que reconoció ayer el valor del gesto del Sinn Fein, persuada a sus huestes, en las que todavía hay serias resistencias, para aliarse con quienes hasta unos meses eran la encarnación del maligno. Probablemente lo de menos sea que no haya el más elemental programa de Gobierno para dirigir al millón y medio de personas que dependerían de esta alianza de irreconciliables. Sería insólito en un escenario alimentado durante generaciones por el terror sectario y el odio hacia el otro.

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Nada puede darse por hecho en el Ulster todavía, como demuestra dramáticamente la experiencia. La radicalización política que ha ido lamentablemente laminando a los moderados de ambos bandos puede ahora tener la cínica ventaja de que no hay partidos relevantes en los flancos de republicanos y unionistas capaces de hacer naufragar un acuerdo firme entre ambos. El milagro parece posible si Paisley y Adams, los dos hombres al timón, mantienen la opción de allanar el camino al futuro, en lugar de torpedearlo.

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