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Las familias y el riesgo de las inversiones

La intervención por parte de la autoridad judicial de las empresas Afinsa y Forum Filatélico se suma a otros episodios que se vienen sucediendo en nuestro país en los últimos años. En todos los casos asistimos a la desesperación de pequeños ahorradores que pierden buena parte de su dinero, cuando poco tiempo antes estaban completamente seguros de lo acertado de su inversión y completamente satisfechos con los rendimientos que obtenían. Al margen de los aspectos concretos que puedan explicar estos hechos, la sucesión de episodios en los que las familias asumen fuertes pérdidas por inversiones fallidas nos lleva a plantear la siguiente cuestión: ¿Por qué no valoran adecuadamente los pequeños ahorradores el riesgo asociado a sus decisiones de inversión?

El inversor no encuentra argumentos contrarios a su decisión de invertir e incluso, lo habitual, es que esté dispuesto a asumir altos costes
Los legisladores han de evitar las ofertas de inversión cuya opacidad pueda poner en marcha mecanismos que impidan la percepción del riesgo

En la fértil obra de Albert O. Hirschman encontramos una guía para indagar las causas que impiden la percepción del riesgo asociado a una decisión económica, identificando la doble ilusión que lleva a los individuos a emprender acciones que jamás habrían realizado si el riesgo fuese percibido. Esa doble ilusión se genera como consecuencia de que quien decide sobreestima sus conocimientos y subestima las dificultades inherentes a la decisión que adopta.

En el caso de las dolorosas experiencias por las que están pasando algunos pequeños inversores españoles, la obtención de altos rendimientos, superiores a los obtenidos en la inversión en activos convencionales, suele ser la fuente generadora de la primera de las ilusiones. El pequeño inversor cuando constata que efectivamente realiza altos beneficios y que estos se mantienen o incluso crecen con el paso del tiempo, se convence de lo acertado de su decisión y comienza así a formarse una visión distorsionada de la naturaleza de su inversión, que se refuerza en el momento en el que se evidencia el cobro de tales rendimientos. Es sabido que en no pocas ocasiones convencido de sus supuestas habilidades inversoras y de su supuesto conocimiento de las posibilidades de inversiones alternativas, se anima incluso a convertirse en "asesor" de amigos o familiares. Se fomenta así la existencia de comportamientos manada, muy común en este tipo de episodios, que resultan claves para la formación de un fatal círculo vicioso en el que así como los nuevos pequeños inversores quedan atrapados, alimentan con sus aportaciones de capital el rendimiento de las inversiones más antiguas.

Es un comportamiento de este tipo el que provoca, en otras ocasiones, la generación de una burbuja financiera. En palabras del recientemente fallecido profesor J.K. Galbraith, "... individuos e instituciones son cautivados por la satisfacción maravillosa de acrecentar la riqueza. ... El movimiento alcista confirma el sentimiento de agudeza personal y de grupo. Y así hasta el momento de la decepción masiva y del hundimiento".

Por otro lado, aun cuando la gestión de cualquier cartera de inversión es compleja y costosa, existen, en ocasiones, mecanismos que difuminan esa complejidad y minimizan el coste, y que fomentan la generación de la segunda de las ilusiones. En el caso de que la actividad en la se materializa la inversión sea fraudulenta, suele ser el impulsor del fraude quien fomenta esta ilusión, transmitiendo a quien invierte sus ahorros una información sesgada sobre el destino de sus fondos. En otros casos, como se pudo constatar durante la expansión de la burbuja especulativa bursátil que se desarrolló hasta 2000, fue la existencia de nuevos activos financieros, especialmente diseñados para atraer a los pequeños inversores, lo que fomentó la falsa percepción de que el proceso inversor es análogo al tradicional mecanismo de los depósitos a plazo. La difícil y compleja actividad del gestor de los fondos de inversión o fondos de pensiones, en la medida en que no es totalmente captada por el inversor, fomenta la subestimación de lo sofisticado de la inversión financiera en la actualidad.

Como consecuencia de esa doble ilusión, Albert O. Hirschman considera que se erige ante los inversores una mano encubierta que provoca que el riesgo asociado a la inversión no pueda ser percibido. El inversor no encuentra argumentos contrarios a su decisión de invertir e incluso, lo habitual, es que esté dispuesto a asumir altos costes. Esto es lo que parece haber ocurrido en el caso de las dos empresas recientemente intervenidas por las autoridades. No son pocos los inversores que le habían confiado todos sus ahorros.

Al margen de estos factores presentes hoy en cualquier país desarrollado, el contexto en el que viven las familias españolas tiene rasgos de singularidad que los potencian. A pesar de la sucesión de períodos de crisis, las familias españolas viven desde los años sesenta en un inusual contexto de creciente prosperidad, lo cual provoca que hoy, casi todas las generaciones, convencidas de que con el tiempo todo mejora sustancialmente, afrontan el futuro con optimismo, lo cual genera un contexto de especial confianza hacia las decisiones de inversión. Por otro lado, no debemos olvidar que el funcionamiento de los sistemas financieros es hoy mucho más complejo que en el pasado y que las familias españolas adoptan sus decisiones de inversión sin un proceso de aprendizaje previo en otro contexto menos complejo. De ahí lo arriesgado de las decisiones que las familias españolas han venido adoptando desde mediada la década anterior, tanto en el mercado bursátil como más recientemente en el inmobiliario, en los que se han constatado rendimientos inusualmente elevados.

El mecanismo de la mano encubierta desaparece cuando se hacen visibles las pérdidas de la inversión y con ello el riesgo asociado a la decisión adoptada. Lo perverso del mecanismo no debe hacernos olvidar que actúa también como un factor clave para la puesta en marcha de los procesos de aprendizaje social, por el incentivo que supone la necesaria solución de los problemas que generó la falsa percepción del riesgo.

Algunas lecciones debemos extraer de estas dolorosas experiencias. Los pequeños ahorradores deben aprender a ser conscientes de sus limitaciones en una tarea tan compleja como es la gestión de sus inversiones. Desde la segunda mitad de los años noventa, el nivel de la renta disponible de las familias españolas las capacita para acumular importantes cantidades de ahorro. La profunda transformación de los sistemas financieros que madura durante esos mismos años, exige un nivel de información y de capacidad de análisis muy superior al necesario poco tiempo atrás, para tener una idea aproximada del riesgo de las inversiones. Además, la existencia de rendimientos muy altos y sostenidos durante un largo período de tiempo difícilmente tiene justificación económica y puede estar peligrosamente protegida por algún mecanismo que oculte el riesgo. El descalabro que el ajuste bursátil de 2000 provocó sobre las finanzas de muchas familias, así como la experiencia recientemente vivida, dan buena cuenta de ello.

Los legisladores, por su parte, han de desarrollar algún tipo de regulación que evite la existencia de ofertas de inversión en las que su opacidad pueda poner en marcha mecanismos que impidan la percepción del riesgo. Aun cuando resultará del máximo interés conocer si estas empresas ahora intervenidas funcionaron como "esquemas Ponzi" o si sólo lo hicieron una vez que su estructura financiera se desestabilizó, el riesgo de sus operaciones debe ser conocido y limitado. La amplia legislación desarrollada para evitar la adopción de decisiones en exceso arriesgadas por parte de las instituciones financieras, incluidas las acciones de persuasión, ha de servir de referencia.

La nueva legislación que regule actividades como las descritas, junto con el aprendizaje por parte de los pequeños ahorradores, y por la sociedad española en general resultarán decisivos para que en los próximos años no se cumpla la profecía de J. K. Galbraith cuando afirmaba "...habrá otro de estos episodios y otros más después. Tarde o temprano a los incautos se les desposee de su dinero. Y lo mismo les sucede a quienes son cautivados por la creencia en su propia perspicacia financiera. Así ha sido durante siglos y así continuará siendo en un futuro lejano".

Ana Esther Castro y José Francisco Teixeira son profesores titulares del Departamento de Economía aplicada de la Universidad de Vigo.

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