Acordes a 60 kilómetros por hora
Decenas de músicos incumplen cada día la normativa que impide tocar en los vagones del metro
En ocho horas de trabajo, a Cassio, de 31 años, le da tiempo a pasar por 224 paradas de metro y a cantar 112 canciones. Una cada dos estaciones. Eso, cuando no se cruza con un vigilante. Si tiene la mala suerte de toparse con un uniformado, Cassio da media vuelta, coge el tren en dirección opuesta, y unos minutos más tarde vuelve a la carga con su guitarra y su repertorio brasileño.
Como él, muchos músicos deambulan por los 277 kilómetros del suburbano. La compañía calcula que entre 20 y 50 lo hacen cada día en los pasillos y vestíbulos; otros, decenas, van con sus instrumentos de vagón en vagón. Pese a que el reglamento prohíbe las actuaciones en trenes, escaleras o andenes porque dificulta el tráfico, cualquier usuario percibe que cada día se vulnera la norma.
Con una jornada de ocho horas, Cassio se embolsa más de 2.500 euros al mes
Rodeado de caras de aburrimiento, miradas distraídas y alguna que otra queja porque "ya llega otro con la guitarrita", Cassio acomete su trabajo -en esta ocasión, A minha história, de José Augusto- como si actuara en el Madison Square Garden. Y no se le da mal. Por cada canción recoge unos pocos euros. Pero sumando, sumando, este brasileño que lleva cuatro años en Madrid se embolsa a final de mes entre 2.500 y 3.000 euros. Por si cabe alguna duda, saca una libreta de ahorro de la cartera y enseña los ingresos de los últimos días: 140 euros, 70, 50...
"Son muy cansinos y dan mucho la lata". "De alguna forma tienen que ganarse la vida". "Sólo me molestan los que cantan mal". "Me da rabia si voy con el MP3, porque tengo que subir el volumen". "Me distraen en los viajes largos, pero no les doy dinero". Cada pasajero tiene una opinión distinta sobre los conciertos inesperados, pero algo les une: la falta de emoción ante lo que oyen.
Cassio es bueno en lo suyo y arranca algún movimiento de pies a los viajeros. Además, no parecen preocuparle las caras largas o los bostezos. Él se divierte con cada canción. No como cuando llegó a España, que se empleó en la construcción. Duró tres días. "Era muy pesado, muy duro", recuerda sin reprimir una sonrisilla.
Lo mejor de su trabajo, dice, es la gente. Lo peor, los vigilantes. En la parada de Acacias tiene que dejar una canción de So pra contrariar a medias. Un hombre de verde le ha visto y amablemente le pide que se vaya con la música a otra parte. "Pasa muy pocas veces. Dos o tres al mes", cuenta.
Y le ve el lado bueno al pequeño incidente: "Si ves a un vigilante, ya sabes que el resto de la línea va a estar libre y vas a poder trabajar a gusto". Las relaciones entre músicos son buenas. Saluda y le pregunta cómo fue el día anterior a un compañero mientras se mete en una cafetería de Alonso Martínez una buena comida para aguantar las horas bajo tierra que le esperan. Horario de oficina: cuatro por la mañana y cuatro por la tarde.
Batala, un paisano de Cassio -que aporrea su conga con un saxofonista estadounidense en el vestíbulo de Gran Vía- no tiene tan buena imagen de sus compañeros. Sobre todo de los de Europa del Este. Hace tiempo que se peleó con unos rumanos. "Ellos no son como nosotros, músicos de vocación. No saben tocar. Además, vienen con mafias y se intentan apropiar de todos los rincones. Por eso me tuve que pelear", explica. Fuentes de la compañía responden que no les consta que en sus pasillos se viva una guerra entre mafias o conflicto entre nacionalidades.
Después de ver tanta gente distinta, un músico ambulante acaba conociendo el perfil de cada uno. Cassio es ya un experto en diferenciar a quién gusta. Y dice que en el metro se hacen muchos amigos.
Hace unas semanas, un hombre se le acercó y le ofreció un pequeño estudio de grabación. Desde entonces, cuando no está en el metro graba un disco con cinco brasileños. "Ya lo tengo pensado. El dinero que me cuesta grabarlo lo recuperaré vendiendo el CD a ocho euros", dice, planificador.
Un 'casting' para un pasillo
Para actuar en el metro de Nueva York hay que pasar por una especie de Operación Triunfo. Desde 1985, el programa MUNY (Music Under New York) selecciona a los 100 grupos y solistas que desplegarán sus instrumentos en 25 lugares de la red neoyorquina. No llegan a tanto, pero otras ciudades españolas también han decidido ordenar las actuaciones en el metro.
Quien quiera agarrar un micrófono y cantar una canción en el metro de Barcelona tiene que inscribirse en la Asociación de Músicos de Calle. Más de 600 formaciones dan sus conciertos en 32 puntos distribuidos por la red.
Para apuntarse no es necesario cumplir ningún requisito de calidad, pero el reglamento sí establece quién puede tocar y cuánto tiempo. Los músicos tienen prohibido permanecer más de dos horas en un mismo punto.
En diciembre de 2006 se celebró la cuarta edición de un festival en la estación de Universidad en la que los protagonistas son los que cada día se desgañitan en el metro. A pesar de la regulación, los artistas del subsuelo barcelonés no han desaparecido por completo de los vagones.
En Valencia también velan por los oídos de los viajeros. En septiembre de 2005, los responsables del metro y de la radio pública Ràdio Nou seleccionaron 15 bandas entre las más de 40 aspirantes a amenizar las idas y venidas de los valencianos.
Los 15 grupos participaron en un festival que duró un mes a finales de 2005. El accidente que en julio costó a vida a 43 personas hizo que los responsables del metro consideraran que no era oportuno repetir el festival en 2006.
Metro de Madrid no tiene previsto tomar una iniciativa parecida a la de Barcelona o Valencia en sus instalaciones, aunque tampoco lo descarta.
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