Pablo Bordonaba 'in memoriam'
Abro el periódico al azar y me encuentro con la necrológica de Pablo Bordonaba. No lo hubiera reconocido en la fotografía, ni conocía su actividad de librero en Barcelona, ni sabía qué había sido de su vida desde aquellos tiempos que han venido ahora a mi memoria. Bordonaba, como lo conocíamos en mi casa, pasó su infancia -o al menos parte de ella- en la Casa de Misericordia de San Sebastián, en Zorroaga, acogido allí como muchos otros huérfanos de la media España derrotada en la guerra civil. En aquella Santa Casa (que así se llamaba), cuando las funciones de dirección pasaron a la madre superiora, mi padre se dedicó a impartir clases durante casi 40 años a los alumnos mayores, preparando a los que habían superado las enseñanzas primarias y se disponían a presentarse a modestas oposiciones o a puestos en los que se exigía algún conocimiento algo menos elemental o iban a examinarse como libres en el instituto.
El Bordonaba que yo conocí era un chico rollizo, de buen color, que aparecía por mi casa en pantalón corto para recibir alguna clase especial que mi padre le daba muy gustoso, pues debo reconocer sin reservas -o así me lo parecía entonces- que era su alumno (discípulo, decía él) preferido y con frecuencia nos contaba durante las comidas alguna ocurrencia de aquel chico que siempre le pareció fuera de lo corriente.
La noticia de su muerte me ha frustrado uno de esos propósitos que suelen tomar forma real cuando ya no son posibles: buscar a Bordonaba y pedirle que me contara algo de aquella infancia difícil y del papel que mi padre tuviera en ella. Cuando se trata de conocer a nuestros padres siempre queda algo pendiente. Descansa en paz Pablo (para mí, Bordonaba).
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