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Reportaje:

De oscuro, con corbata y con cierto decoro

Stéphane Lissner emprende una campaña de reeducación del público de La Scala de Milán que es apoyada y contestada a partes iguales

Enric González

"Se agradece el traje oscuro en las primeras representaciones y siempre el traje y la corbata para los señores espectadores. Se recomienda, en cualquier caso, en todas las representaciones, una vestimenta acorde con el decoro del teatro".

El aviso figura esta temporada en el reverso de las entradas de La Scala. El superintendente del teatro operístico milanés, Stéphane Lissner, considera que el público debe aportar prestancia al espectáculo, y ha lanzado algo parecido a una campaña de reeducación. Nadie será expulsado, dice, pero se realizarán "controles discretos" y los disidentes del corbatismo serán "invitados a observar las reglas".

La nueva política de La Scala suscita apoyos y rechazos a partes casi iguales. El asesor de Cultura del Ayuntamiento de Milán, Vittorio Sgarbi, expresó ayer en el diario La Repubblica su deseo de generalizar la formalidad indumentaria: "Haría falta obligar a los turistas a vestirse de modo adecuado cuando visitan monumentos, y eso vale también para los teatros". El Nobel Dario Fo consideró, en cambio, que La Scala lanzaba "una mala señal". "El hombre hace el vestuario y el estilo, no al revés", dijo. "Temo que La Scala prefiera contar con espectadores muy similares entre sí, y de un cierto rango social. Es una forma de discriminación".

Dario Fo: "El hombre hace el vestuario y el estilo, no al revés"

Estas cosas ni se plantean en otros teatros. En el Metropolitan de Nueva York, una institución mucho más potente que La Scala, cada uno va como quiere: el esmoquin y el traje largo se mezclan con los vaqueros y los chaquetones, sin que nadie se sienta extraño. Lo mismo ocurre en Londres. "En Holanda falta poco para que se presenten en calzoncillos", comenta el director Riccardo Chailly, quien se muestra de acuerdo con la imposición de la corbata: "La tradición de La Scala impone un comportamiento distinto", según él, al de otros teatros de primer nivel.

A Saverio Borrelli, ex fiscal de Manos Limpias y hoy fiscal del mundillo futbolístico, la de Lissner le parece una causa perdida: "No creo que se pueda aspirar a reconstruir los formalismos del pasado", opina. Borrelli, fanático de la ópera y habitual de La Scala, a la que asiste siempre con corbata, admite preferir "un cierto decoro" en el teatro, pero teme que las nuevas normas devuelvan la ópera al pasado y "mantengan alejado al gran público". El compositor Fabio Vacchi, por el contrario, califica de "vanguardista" la decisión del superintendente, porque "quienes hacen auténtica ostentación son quienes se presentan en vaqueros". Y Carlo Fontana, polémico antecesor de Lissner en la superintendencia, llega a invocar a Vladimir Ilich Ulianov en su defensa de la formalidad: "Lenin hizo la revolución con chaqueta, chaleco y corbata", proclama.

En general, y muy especialmente en las funciones inaugurales, la gran mayoría del público se viste de noche. El vestíbulo constituye un espectáculo en sí mismo, abundante en sedas, tules y joyas. Dada la escasez de espacio, que impone una cierta economía de movimientos, y la proliferación de rostros momificados por la cirugía, en algunos momentos se tiene la impresión de contemplar fotos de época. Sólo una minoría osa comparecer con atuendo informal, y son rarísimos los casos en que se percibe auténtica dejadez en el aliño indumentario. La imposición de traje y corbata, por otra parte, no garantiza prestancia: hay chaquetas y corbatas que ofenden a la vista, en La Scala y en cualquier otra parte.

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