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Columna
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La Institución

George W. Bush puede estar políticamente anémico y su popularidad por los suelos, pero el prestigio de la Institución sigue intacto. Ni siquiera los desaciertos del republicano han conseguido afectar a la integridad y al prestigio de la presidencia. Invito al que no comparta esta opinión a presenciar en directo el discurso anual sobre el estado de la Unión, que cada presidente dirige al pleno del Congreso todos los finales de enero, en cumplimiento de lo dispuesto en la sección 3ª del artículo II de la Constitución americana. Por séptima vez desde su toma de posesión en 2001, Bush cumplió con esa exigencia constitucional en la madrugada del miércoles. La situación no era favorable para el 43º presidente. La crispación política en Washington a causa de la guerra de Irak y del cesarismo desplegado por la Administración republicana era palpable. Pero, el respeto del pueblo americano por sus instituciones bi-seculares prevaleció una vez más sobre el sectarismo partidista. A pesar de que las dos Cámaras del 110º Congreso estaban, por primera vez en los últimos 12 años, en manos de la oposición demócrata, la ceremonia tuvo el mismo empaque y dignidad que han caracterizado este tipo de mensajes en los 220 años de historia parlamentaria estadounidense.

Interrupciones sí hubo. Más de 20. Pero, todas para aplaudir, con mayor o menor intensidad, las palabras presidenciales. La mayoría de los asistentes no compartía la filosofía del político Bush, pero todos respetaban, sin el menor gesto de desaprobación, el derecho de su presidente, del jefe del Ejecutivo, a exponer su política. Tiempo habrá después para desmenuzar e incluso triturar el discurso presidencial. Pero, hay que dejar intacta la dignidad de la presidencia cuando su titular lleva a cabo uno de los deberes que estipula la Constitución, incluso cuando la política de ese titular sea rechazada, como en el caso de Irak, por dos de cada tres ciudadanos. Eso es lo que demuestra la grandeza democrática de un país y no los gallineros organizados en otras latitudes cuando se desarrollan rituales similares.

Por su parte, Bush supo estar a la altura de las circunstancias, en lo que para este viejo observador de la política americana ha sido su mejor discurso sobre el estado de la Unión. Sabía que se enfrentaba a un Congreso en manos de la oposición con la primera mujer speaker (presidenta) de la Cámara de Representantes en la historia de Estados Unidos, Nancy Pelosi, una formidable adversaria política. Se la ganó en su primera frase con el reconocimiento del momento histórico que suponía el hecho de tener por primera vez una madam speaker de la Cámara y un panegírico del padre de Pelosi, antiguo alcalde de Baltimore. Consciente de la dificultad de la situación, Bush estuvo sobrio, casi humilde. Su arrogancia de otras veces brilló por su ausencia. Apeló en repetidas ocasiones a una política de consenso en política interior -"en otras ocasiones se han hecho cosas importantes con un ejecutivo y un legislativo en diferentes manos"- y anunció una serie de medidas sobre los temas domésticos más candentes: reforma de la seguridad social, educación, inmigración, donde su postura está más cercana a las tesis demócratas que a las defendidas por los legisladores de su propio partido, y ahorro energético. Su clara apuesta por las energías alternativas, su promesa de reducir en un 20% el consumo de gasolina en los próximos 10 años y su reconocimiento, por primera vez, de la amenaza del cambio climático provocaron una ovación unánime.

En cuanto a Irak, la retórica de la victoria, insensatamente expresada en el eslogan de misión cumplida de hace tres años, ha sido sustituida por una petición de apoyo a su nueva estrategia de asegurar la seguridad de Bagdad con el envío 21.500 nuevos efectivos, con el fin de permitir la consolidación del Gobierno de Nuri al Maliki y acometer la reconstrucción del país. Se cambia el concepto de victoria por el de estabilidad. Una estabilidad imposible de conseguir si el Ejército iraquí no demuestra más eficacia que hasta ahora. Su planteamiento fue hábil. "Votaran ustedes lo que votaran [en la anterior legislatura], estoy seguro de que no votaron para conseguir un fracaso [en Irak]". Una manera sibilina de recordar a los demócratas que votaron abrumadoramente a favor de la intervención en Irak, incluidos todos los aspirantes a sucederle en la Casa Blanca, presentes en el Capitolio el miércoles. Con una excepción. La del senador negro Barack Obama, que en 2003 no pertenecía todavía al Senado.

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