Escapismo
Procuren no perderse los dos últimos capítulos de la primera temporada de Prison break que La Sexta emitirá esta noche. Están a la altura de las expectativas creadas desde que se estrenó en abierto (anteriormente se estrenó en Fox). Tienen la virtud de dejarte en una especie de limbo inicial desde el que, como ocurre en los mejores videojuegos, todo vuelve a empezar. A diferencia de lo que ocurría en El prisionero, que se estrenó hace casi cuarenta años, aquí no hay misterio surrealista sino un realismo que no hace concesiones y que incluye, como elemento de propulsión argumental, durísimas críticas al sistema penitenciario, a la corrupción judicial, a los intereses políticos y a la manipulación de los poderes fácticos económicos.
Lo más inteligente de Prison break es que consigue que la cárcel parezca un lugar más seguro que el exterior. Por dura que sea la condena, fuera se entrecruzan conspiraciones, asesinatos, chantajes y sobornos, mientras que, entre los convictos, subsiste cierto código relacionado con las lógicas aspiraciones de evasión y, por extensión, de supervivencia. En cuanto al conflicto moral, abundan los intentos de redención entremezclados con posibles historias de amor que, curiosamente, acaban en tragedia. Cuando el espectador entiende que el argumento es inverosímil, ya está atrapado por la dimensión heroica de ese joven brillante que se hace detener para salvar a un hermano injustamente condenado a muerte. Los vuelcos narrativos son espectaculares y resquebrajan el tratamiento realista de la historia, pero, a esas alturas, ya has recorrido demasiados túneles y maquinado demasiadas vías de escape para volver atrás o desentenderte del destino de los que aspiran a fugarse. Así como otras series justificadamente aclamadas tienen una dimensión metafórica y simbólica y multitud de segundas lecturas, Prison break ofrece un nivel de adhesión más directo sin que eso rebaje su ambición (una virtud que también tiene la extraordinaria e injustamente ninguneada The wire).
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