'Nápoli' y 'Prestige'
En Derecho Marítimo se conoce con el nombre de "avería gruesa" la decisión de causar un mal menor a un buque y/o a su carga con el fin de evitar un mal mayor. Los gastos de esta avería son soportados por los bienes salvados. En el caso del Nápoli, un portacontenedores de bandera británica que sufrió en el Canal de la Mancha los embates del huracán Kyrill que le produjeron daños en la obra viva, inundación en la sala de máquinas, escora y que le dejaron a merced de los elementos y con riesgo de hundimiento, las autoridades marítimas británicas tomaron como primera medida evacuar a la tripulación con helicópteros y después vararlo cerca de una playa en aguas poco profundas.
Resultado: se ha evitado su hundimiento, se pueden abarloar buques auxiliares para trasvasar su combustible y después descargar los contenedores que permanecen a bordo -la gran mayoría- y establecer barreras anticontaminación que en aguas resguardadas son eficaces, posibilitando su posterior remolque a un astillero para su reparación.
Las autoridades marítimas británicas provocando una avería gruesa han demostrado por qué son potencia mundial en ese campo, y han acertado.
En el caso del Prestige, un petrolero con una brecha en el costado de estribor, si en vez de enviarlo mar abierto a luchar con un temporal contra el que no tenía ninguna posibilidad de éxito, se le hubiese llevado a la ría menos poblada de la costa gallega y allí se hubiesen desplegado las barreras anticontaminación, que, repito, en aguas tranquilas son efectivas, se hubiese podido trasvasar el fuel-oil a petroleros auxiliares, se hubiese podido salvar el barco para después llevarlo a reparar a un astillero y, en el peor de los casos, sólo se hubiese contaminado una ría. Avería gruesa. Se hizo lo contrario.
Resultado: barco perdido, todo el Cantábrico contaminado y operación de rescate del fuel que se hundió con el buque a tres mil metros de profundidad. Operación costosísima. Perdóneseme la broma. Avería gorda.
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