Lo que se necesita para ser presidente
"No basta con ser mayor de edad y tener la nacionalidad española; hace falta algo más para ser presidente". Lo dijo Mariano Rajoy, después de su bochornosa actuación en el debate parlamentario en el que se discutió sobre lo indiscutible: por qué se había roto el alto el fuego (como si el Gobierno, y no ETA, tuviera algo que decir al respecto). La pretensión de Rajoy era descalificar, una vez más, al presidente del Gobierno: un añadido a sus continuas acusaciones de que el presidente "es un ignorante", "un bobo", "un cándido" o un "soñador", por utilizar solamente algunos de los más suaves improperios que el líder de la oposición le brinda habitualmente. A pesar de ello, la pregunta implícita en la afirmación de Rajoy es buena: ¿qué se necesita tener para ser presidente? Y como fue Rajoy el que hizo la afirmación, también parece legítimo rebotarle a él la pregunta: señor Rajoy, ¿tiene usted lo que se necesita para ser presidente?
Hay dos versiones sobre lo que "se necesita" para ser presidente. Una dice que el presidente (los políticos en general) han de ser personas normales, con las mismas características y cualidades que tiene el común de los mortales, a los que piden el voto y a los que, en su caso, representan. Otra, más elitista, dice que el presidente (los políticos en general) tienen que tener unas cualidades especiales que les diferencien del resto de los ciudadanos, tales como el aguante, la capacidad de liderazgo, la visión, la ambición de poder en el buen sentido de la palabra, etcétera.
Es evidente que Mariano Rajoy, al decir "se necesita algo más que ser mayor de edad y tener la nacionalidad española para ser presidente", apuesta por la segunda visión y no por la primera. Nada que reprocharle: a menudo se cita al actual presidente de Estados Unidos, George W. Bush, como el ejemplo del "hombre medio" norteamericano, y miren a lo que esta mediocridad nos ha llevado. Dios (o su equivalente laico) nos libre pues de los hombres que "conectan" y "entienden" al pueblo porque "en realidad son como el pueblo". La historia nos ha regalado muchos de éstos, con, casi siempre, funestas consecuencias.
El punto de partida de Rajoy es pues asumible. Pero la pregunta es: ¿se ajusta él mismo a este tipo de versión de lo que debe ser un líder político?
De todas las características que he mencionado antes, quizá el liderazgo es la que mejor define a este tipo de forma de ver y entender a los políticos. ¿Qué es el liderazgo? Como mínimo, es la capacidad de diseñar estrategias que te aúpen al poder, y luego, de imponerlas sobre tu partido y sobre los grupos y personas que en principio te apoyan para conseguir tus objetivos. Ésta es una definición mínima, que no asume ninguna cualidad taumatúrgica ni mística en el líder (si hiciera esta asunción, Rajoy tendría problemas). Pero que Dios (o su equivalente laico) nos libre, también, de los visionarios, que de ellos llenos está el mundo, también con consecuencias desastrosas.
La estrategia que ha diseñado Mariano Rajoy para auparse al poder y desbancar a Zapatero está hoy en día aproximadamente clara. En una primera fase (digamos, los dos o tres primeros años de la legislatura) se trataba de ganar la moral perdida por la derrota del 14-M, y de conseguir que los fieles del PP siguieran apoyando al partido. Esto se conseguiría endureciendo el discurso y exacerbando, hasta el límite de lo imposible, la crítica al Gobierno. Ello incluía centrar el fuego en la figura de su presidente: siendo el líder más valorado de la política española, las continuas descalificaciones hacia su persona, incluso aunque fueran exageradas, irían, día a día, haciendo mella en su imagen. Al mismo tiempo que ésta se desmoronaba, los votantes tradicionales del PP irían recobrando el entusiasmo y cerrando filas en torno a su líder.
En una segunda fase (digamos, desde el tercer año de la legislatura), Rajoy, una vez conseguido el objetivo de mantener su suelo electoral, iría moderando su discurso, con el fin de atraerse al famoso centro, es decir, a todo aquel conjunto de personas, de talante moderado, que priman en un líder político y en un partido cosas como la eficacia, la serenidad, la seriedad, el buen hacer, y sin las cuales es muy difícil ganar unas elecciones.
El punto de inflexión, el momento en el que se produjo ese "rolo de viento" está, además, perfectamente claro: fue la aprobación del estatuto andaluz en el Congreso, con los votos del PSOE y del PP (amén del de otras formaciones políticas). Ésa fue la señal que "el líder" Rajoy dio a sus acólitos para que empezaran a moderar su discurso, para que empezaran a ganarse a los más moderados de entre los electores a través de la propia moderación del partido.
A partir de ahí, la historia es bien conocida: ETA decide romper su alto el fuego poniendo una bomba en la T-4. Mueren dos personas. Estas dos personas son inmigrantes. Se convocan manifestaciones en repulsa del atentado. Todos salen a la calle, menos el PP. Rajoy pide explicaciones al presidente en el Congreso. Zapatero las da. Rajoy le dice que "si hay bombas es porque usted no ha cedido, y si no las hubiera, sería porque lo ha hecho". La ruptura es total. Y todos los esfuerzos realizados hasta el momento para dar a entender que el PP se estaba moderando, caen hechos pedazos.
Rajoy ha sido incapaz de ejercer su liderazgo dentro del partido, es decir, de seguir con la estrategia de moderación que, tras los primeros años de legislatura, se había marcado. Las pasiones y las tensiones internas del partido, la necesidad de "sangre" que todavía impera en su seno después del "robo del 14-M a manos del PSOE", los cantos de sirena que incitaban al líder a estrellarse contra las rocas, todo ello ha podido mucho más que cualquier intento de racionalidad, que cualquier intento por atarse al curso de acción originalmente diseñado.
Visto lo visto, ¿tiene pues Rajoy ese "algo más" que el propio Rajoy entiende que se necesita para ser presidente? Es legítimo dudarlo.
Antonio Estella es profesor titular de Derecho Administrativo de la Universidad Carlos III de Madrid.
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