_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Departamento de felicidad

Aunque el título hubiera podido ser también "Los billetes". Y es que acabo de leer que el Gobierno de Tony Blair ha encomendado a una comisión -especialmente creada con ese fin- la tarea de evaluar el grado de felicidad de los ciudadanos británicos. En realidad, lo que ese Gobierno pretende es averiguar qué tienen que hacer sus ministros para que la gente del Reino Unido sea más feliz. La iniciativa en sí ya me parece una razón para que al contribuyente se le ponga buen cuerpo, para que le suba la autoestima ciudadana y se sienta un poco más dichoso, aunque desde aquí la verdad es que cuesta imaginar lo que se siente; cuesta hacerse una idea cabal del cimiento y del recorrido democráticos que supone la puesta en marcha de un Departamento de Felicidad (como allí ya se le conoce) ciudadana. Sobre todo, últimamente en que nuestros políticos parecen empeñados en los Departamentos de Crisis (de ansiedad), creados no para hacer feliz a la ciudadanía, sino para ponerla al borde del ataque de nervios.

Da pena no aprovechar una noticia como ésa, echarla al contenedor del reciclaje sin estrenar. Por eso, voy a imaginar por un momento que nuestros políticos, en lugar de pedirnos que les acompañemos en sus convocatorias, que suscribamos sus pancartas, que ocupemos las gradas del circo donde celebran sus espectáculos de gladiadores (mientras las fieras siguen por ahí), que en lugar de pedirnos oído nos lo prestan, o que en lugar de pedirnos voto nos piden voz: consejo, asesoría, datos que les permitan hacernos más felices. Da pena no aprovechar una oportunidad así. Por eso, aunque no me lo haya preguntado ninguna instancia pública, como si fuera inglesa, voy a contestar.

Seguramente porque vivo en Euskadi, donde nos toca compartir espacio y tiempo con la sinrazón y altas dosis de a, sub o infranormalidad civil, a mí lo que me hace ciudadanamente feliz es lo corriente y lo racional, la mera lógica, la simple inteligencia aplicada a los asuntos colectivos. Veo un destello de talento dedicado al servicio público, a la vida en común, y es que me cambia la cara. Los ciudadanos somos, aunque a los dirigentes no les parezca, seres humanos, quiero decir, de carne y hueso. Tenemos por ello la experiencia de que la felicidad donde mejor se expresa es en los espacios pequeños, en los detalles, o de que la felicidad no es una gran categoría, sino una estricta comprobación. Lo digo por si a algún político pudiera interesarle, y porque a mí la felicidad de lo público donde más se me manifiesta es en la pequeñez. Cuanto más diminuto es el asunto tratado con lógica o cabeza, más feliz me siento. Y lo mismo funciona al revés: el sinsentido aplicado a lo mínimo es lo que más me hunde en la miseria ciudadana.

Y aquí entran en juego los billetes. No es que en Euskadi resulte una opción cómoda, y mucho menos práctica, pero en general utilizo el transporte colectivo. Que tengo que ir a Bilbao, pues cojo el autobús. Que a Ordizia, pues el tren. Y así viajo infeliz, por los billetes. No es posible, entre Donostia y Bilbao, coger un billete de autobús de ida y vuelta. Parece mentira, pero así es. Aquí, haces cola y coges la ida. Allí, tienes que volver a hacer cola para coger la vuelta. Y algo parecidamente absurdo sucede con los trenes de cercanías. Que un ciudadano está cerca de la Estación del Norte, pongamos a media mañana, y quiere aprovechar y coger un billete para viajar a media tarde a Urnieta, Tolosa o Beasain, pues no puede. Los billetes sólo valen si se sacan dentro de las dos horas anteriores al viaje. ¿Cómo se come eso? Sé, por experiencia, que con un subidón de adrenalina o de cualquier otra hormona del estrés. ¿Cómo se entiende? Personalmente, considero que no hay manera.

Por eso, a quien corresponda, como si fuera inglesa, se lo pido: mera lógica, simple inteligencia, elemental racionalidad, básico respeto del usuario. Párvulo sentido común y de la felicidad ciudadana.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_