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Columna
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Destemplados

Las frases enormes que suelen lanzar los políticos del PP los llevarán a perder elecciones. Comprendo la situación nerviosa del alcalde de Alhaurín el Grande, Juan Martín Serón, diputado provincial en Málaga del PP. El alcalde ha sido acusado de cohecho y prevaricación, como su concejal de Urbanismo, en un caso más de supuesta delincuencia inmobiliaria. (Deseo que, por su bien y el bien general, resulten inocentes los dos detenidos, ahora en libertad bajo fianza de 100.000 euros.) Han actuado la Fiscalía Anticorrupción, la Unidad contra la Delincuencia y el Crimen Organizado, un juzgado de Coín. Puesto en libertad, el alcalde popular dice que, mientras los etarras están en la calle, los alcaldes honrados van a la cárcel en la república bananera de Zapatero.

Estas frases convencerán y enardecerán a los convencidos y enardecidos. Los más templados esperarán la evolución de los hechos y procurarán olvidar las frases tremendas. Porque, si uno se para a pensarlo, cae en la cuenta de que el alcalde de Alhaurín el Grande niega la independencia del poder judicial en España, la probidad de la policía, la legitimidad del Estado. El alcalde se ha quitado de encima las acusaciones acusando a jueces y policías, devolviéndoles la etiqueta de sobornados prevaricadores.

El alcalde y el concejal deben sentirse especialmente molestos por las circunstancias de su detención: a la salida del encuentro con el líder nacional del PP, y en Marbella, lugar simbólico y en incesante campaña electoral. Estas cosas añaden escándalo al suceso, ahora que la detención de políticos municipales va dejando de ser un hecho insólito, es decir, un milagro, y los espectadores empiezan a perder el gusto que producía lo extraordinario. En este punto, a la salida de los juzgados, el alcalde del PP ha ofrecido una nueva tesis espectacular: el delincuente es el Estado, con sus jueces y sus policías. No creo que así el PP gane votos. No ganará muchas elecciones, que no se ganan con los fanáticos del partido.

Los máximos responsables del PP en Málaga y Andalucía, sorprendidos por los acontecimientos, piden prudencia y presunción de inocencia. (Tanto socialistas como populares sólo se aplican a sí mismos el cliché de la inocencia presunta: el adversario es culpable por definición). Pero, al mismo tiempo, suena una voz extremista en el PP, en este caso la del implicado principal, el alcalde, notablemente airado por su detención. Entonces el PP vuelve a brillar como partido extremista. El extremismo del PP huye del centro y de la posibilidad de ser un partido mayoritario. La distancia enorme entre el PP y el PSOE andaluces aumentará con cada frase enorme que pronuncien los jefes populares.

El centrismo consiste fundamentalmente en advertir que viejas contiendas políticas ya no funcionan, no tienen sentido, e imaginar nuevas propuestas que superen antiguos e intransitables callejones sin salida. Pero el PP parece empeñado en volver a enfrentamientos de hace medio siglo. Pone en entredicho al Gobierno democráticamente elegido, el papel de la ley, los poderes del Estado. Los votantes que, en la duda de optar por unos u otros, deciden su voto según la coyuntura de cada encuentro electoral, difícilmente buscarán la papeleta de un partido extremo. Es más probable que voten a un partido que defiende la legitimidad del sistema.

La gente ha cambiado, quiere seguir cambiando, se aleja del pasado polvoriento, y los populares tendrán dificultades para ganar elecciones, aunque el camino que han elegido tenga sus ventajas: perderá votos el PP, o no ganará votantes, pero creará una guardia de hierro de seguidores, inamovible minoría cada vez más aguerrida. A la mayoría de la población le gusta la calma, la discusión que no parte de la idea de que somos dueños de la verdad absoluta, es decir, sin discusión. El presidente regional del PP detectaba, hace poco, en sus correligionarios cierto conformismo en la derrota. Es que la ilusión de poseer la verdad nos vuelve presuntuosos y perezosos.

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