El muñeco y la horca
La ética y la estética mantienen una estrecha relación, por más que casi siempre permanezca velada. Una estética es el fruto de una elección moral. Lo hermoso es mejor que lo feo. La cortesía es mejor que la rudeza. Alguien que saluda amablemente tiene más boletos para ser buena persona que alguien que escupe sobre el zapato ajeno. Hubo un breve período de tiempo en que el cuidado de las formas parecía cosa del pasado, y que la sinceridad, la bondad o la honradez brillaban más en lo imprevisto, lo informal, lo descuidado: un rostro sin afeitar, un jersey deshilachado, una vaharada de mal aliento. Por suerte, la sociedad vuelve a apreciar los modales y concluye mayoritariamente que una vaharada de mal aliento es una vaharada de mal aliento. Sin más.
Todo esto viene a cuento de una desagradable experiencia vivida las pasadas fiestas navideñas en Ortuella. La Gazte Asanblada colgó de una de las ventanas del local donde se reúne una figura de Santa Claus ahorcado. El muñeco tenía los ojos vendados y sus manos habían sido atadas a la espalda. "Nuestra intención era protestar por la falsedad que representa la Navidad", se quejó uno de los miembros de la Asanblada. "Santa Claus no constituye una tradición de nuestro pueblo, mientras que el Olentzero sí". En otro de los ventanales del inmueble descansaba un muñeco del carbonero con el lema "Euskal presoak Euskal Herrira".
Se trata de otra demostración de que el fondo son las formas y las formas son el fondo. Ahorcar a Papá Noel no es un delito (espero que no lo sea nunca) pero el mal gusto que rezuma esta ekintza demuestra a las claras que a sus autores tampoco les conmueven los ahorcamientos de verdad. El mal gusto es un preludio del analfabetismo ético y hay que reconocer que, en este campo, la izquierda radical ha generado su propia subcultura, donde la dejadez y la sal gorda compiten diariamente con la brutalidad política y la indignidad moral. Otro ejemplo navideño: varios de los articulistas del periódico más cercano a la izquierda radical se han pasado el mes de diciembre, desde el día de la Inmaculada Concepción hasta la Nochebuena, blasfemando con impudorosa ostentación. Esta es una democracia liberal, lo cual quiere decir que, al contrario que en un régimen islámico, nadie se juega el tipo por blasfemar, pero el hecho de utilizar una columna periodística para hacerlo de forma sistemática dice mucho de la catadura personal del escribiente. Ninguno de los que se han dedicado a esta versión teológica del caca-culo-pis ha sido beneficiario, a Dios gracias, de la más mínima notoriedad mediática, pero la lección moral sigue siendo la misma: no es casual que los que buscan ofender gratuitamente a los demás sean los mismos que no pestañean cada vez que ETA asesina.
El sentido de las formas es reflejo de la estatura interior. Por eso los que jalean los asesinatos son, además de malvados, seres maleducados y ordinarios; gente, en fin, de baja estofa. Y el feísmo estético que practican revela su fealdad espiritual. Aquí los que blasfeman aprueban los asesinatos, los que escupen defienden la extorsión, los que eructan queman cajeros, los que calzan playeras apestosas destruyen el mobiliario público. Seguro que los que elucubran en Ortuella sobre "la falsedad que representa la Navidad" no tratan de usted a las señoras mayores. Y si para llamar la atención sobre los presos se hace necesario ahorcar un Papá Noel habrá que sentirlo por los presos: su causa no merece defensores tan groseros, aunque a lo mejor lo grosero de tal defensa indica elocuentemente la grosería histórica y política de la causa en cuestión.
Mucho antes de que este submundo de trogloditas aflorara entre nosotros, Thomas de Quincey le dedicó una frase impagable: "Se empieza asesinando y se acaba perdiendo el respeto a las señoras". Y la metáfora la redondeó, tiempo después, Cristóbal Balenciaga: "La elegancia que más admiro es la elegancia moral". Tenía razón el genio de Getaria. Su pensamiento rubrica la relación íntima y fecunda entre ética y estética. Sólo hay que imaginar qué opinión tendrán de la alta costura algunas militantes de la izquierda radical.
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