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Columna
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Los gallegos ante la economía

Resulta infrecuente llevar a cabo reflexiones en torno a los comportamientos de los gallegos y mucho menos desde el ámbito económico. Los economistas suelen enfocar los análisis sobre los factores que tradicionalmente se han trasmitido por los clásicos. Los conceptos de recursos naturales, mano de obra y trabajo cualificado, capitalización y formación de capital, moneda y transacciones financieras, comercio y expansión de los mercados o tecnología y difusión de las innovaciones constituyeron, en consecuencia, elementos básicos en los estudios de los especialistas. Pero también existen otros campos de análisis que requieren ser explicados para comprender con mayor detalle los comportamientos de la economía.

Los gallegos enfocan sus decisiones sobre un análisis científico fundamentado en una rígida objetividad, dentro de un sistema de costumbres y de una manera de ser singular. O sea, marcando distancias sobre las características globales y uniformizadoras y subrayando que nuestro método de análisis ha de contener notas de enorme significado específico, diferentes de otras realidades sociales.

Dos consideraciones resultan básicas: la complejidad psicológica del ser gallego y su sentido de la economía. En relación al primer aspecto, se parte de la determinación de unos límites, que no llegan a ser topes pero que no pueden ser superados. Por eso, "el gallego disputa sus análisis en una permanente lucha entre dos instancias: en la de la superstición y en la de la creencia pura". El sociólogo Víctor Pérez Díaz, al traducir dicha ambivalencia, afirma que somos "sabios en la ocultación de nuestros propósitos", aunque para nosotros dicha consideración está muy alejada de la realidad porque esa percepción externa no se corresponde con nuestra interpretación de los hechos. Una segunda referencia a la complejidad psicológica es la tocante a la identificación con la tierra natal. Este sentimiento no es sólo aplicable y contrastable en lo que hace referencia a espacios concretos sino que va hasta la supervivencia en el más allá. Así, la vida del gallego no se detiene en un límite concreto, sino que se traslada y planea como una parte intangible, pero que está presente en cualquiera de nuestras pautas de comportamiento y, sobre todo, en lo que hace referencia a los niveles organizativos. Es decir, mantenemos "deudas permanentes con nuestra tierra y con nuestro pasado", como si todas nuestras actuaciones también tuvieran que ser atendidas en el futuro. Y lo hacemos en la creencia de que es preciso dotarnos de una organización, aun cuando sea mínima, que nos permita resguardarnos y autodefendernos.

El segundo aspecto es el sentido económico del gallego. Dos notas de enorme importancia destacan sobre las demás: la generosidad y el máximo rigor para administrarse. La generosidad significa desprendimiento y altos grados de cooperación, que refuerzan el concepto de individuo activo ante situaciones extraordinarias. El máximo rigor en la necesidad de administración se ha puesto a prueba a partir de los niveles de aprovechamiento de los medios y de la capacidad de participación y colaboración, en suma, del concepto de ayuda y de convivencia. Los gallegos hemos sido maestros en el arte de los cálculos previos de la producción y de las estrategias, evitando las deseconomías y los esfuerzos baldíos. O sea, dinámicas de aprovechamiento y de necesidad. Estos dos elementos han guiado nuestro comportamiento económico.

De ahí que, en ocasiones, el constreñimiento y encapsulamiento estructurales de Galicia nos determinen el campo de de las soluciones limitadas. Este constreñimiento es el resultado de un modo de conducta singular, en la que fue la familia quien amortiguaba las fases productivas críticas, sumando miembros para sostener la explotaciones, y en la que se apreciaba una particular división social del trabajo: unos emigraban y otros se mantenían en una economía de subsistencia. A medida que se elimina el constreñimiento, la economía gallega se expande, por lo que las iniciativas de futuro radican en abrir espacios y lograr poner en marcha nuevas pautas y relaciones sociales que, sin detrimento del reconocimiento colectivo, configuren un nuevo respeto.

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