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Columna
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¿Quién defiende a Gaudí?

Mientras se está preparando una exposición de Gaudí desde la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior que debe viajar a China, aquí sus obras más paradigmáticas están siendo vulneradas bajo la mirada indiferente de las instituciones. Se trata de cuatro obras, todas ellas declaradas Patrimonio de la Humanidad, sobre las que está clavada la espada de Damocles. Empezando por la Sagrada Familia, la que creó el precedente aludiendo toda clase de subterfugios impresentables fruto de una megalomanía desfasada. Además de ser una tarea absolutamente innecesaria y fútil, la de su continuación, es una solemne equivocación desde el punto de vista estético. No se aguanta ni desde una órbita estructural -esas columnas sobrecargadas de cemento que van a craquelarse (al cabo de unos 50 años, quizás) en cuanto el óxido empiece a carbonatar las armaduras- ni bajo un criterio social ¿Quién puede querer a estas alturas otro templo expiatorio (en Barcelona hay varios) cuando con la Cripta es más que suficiente para los feligreses del barrio? El método de trabajo y de continua búsqueda y creatividad de Gaudí desautoriza el empleado por los directores del proyecto, quienes han escogido una fase del proceso que utilizó el maestro pero que superó y abandonó. Sin una gran creatividad, pretender continuar la Sagrada Familia lleva a errores inconmensurables que están a la vista de todos. Con un planteamiento estructural contrario al ideado por Gaudí y con una falta de respeto hacia la obra ya construida -uno no sabe ya, ni se hace saber a nadie, dónde comienza y dónde acaba Gaudí- se prosiguió el trabajo bajo unas pautas franquistas y se ha persistido en el error durante tanto tiempo que aquello huele a putrefacto. ¿Y con qué autoridad quieren romper la estructura de Cerdà sin haber definido el proyecto, sin saber por dónde se accederá a la fachada principal? Mas las salvas de la modernidad la están acechando, empezando por el torpedo de la Torre Agbar en cuanto a potencia plástica y siguiendo por el paso del AVE que amenaza sus cimientos.

Sin una gran creatividad, continuar la Sagrada Familia lleva a errores inconmensurables
A punto ha estado de ser aniquilado el suelo del interior de la Cripta si no llega a ser por la Iglesia

Otra clase de amenazas -esta vez la de los Tribunales- ha caído sobre la remodelación de la Cripta de la Colonia Güell. En estos momentos se halla enjuiciada por lo criminal, y la obra en un estado lamentable: entra agua a chorros cuando llueve, por un defecto en los materiales empleados en la restauración. Bajo la excusa de solucionar unas goteras y la amenaza de las termitas, ha sido fatalmente intervenida la mejor obra de Gaudí, la intocable, la obra en donde ensaya el paraboloide hiperbólico, la que reúne su vademécum, la obra más radical, la más sublime, la que resume el pensamiento y el método de trabajo de uno de los artistas más universales. Su testamento ha sido machacado. ¿Cómo es posible que durante estos años gloriosos y en nuestras propias narices se haya dejado destruir un 2% de la Cripta (dicen los expertos) en aras de una reinterpretación contemporánea? Partes importantes del conjunto han sido transformadas, derribadas o manipuladas sin un concepto global de conservación y sin ninguna necesidad constructiva. Se han realizado obras muy costosas sin criterio para la conservación y sin ser adecuadas a la categoría del monumento en cuestión. Se destruyó sin ninguna razón aparente la integración de la iglesia en el terreno que le rodea, y en el atrio e interior de la Cripta fueron desmantelados de forma irreversible acabados y tratamientos de superficies artísticos de muy alta calidad, sin documentar el estado anterior a la intervención. Asimismo, han desaparecido los antiguos tabiques originales de separación de la parte posterior de la sacristía, se han revocado todas las bovedillas trapezoidales del techo del coro y se ha desgraciado la capilla del Santo Cristo entre otros desaguisos, como la rápida degradación de las barbaridades realizadas en el exterior del monumento. Además de que las técnicas aplicadas no corresponden al estándar internacionalmente exigible en el campo de la protección patrimonial, daños ocurridos por culpa de las obras se han tapado mediante revocos en un intento de hacerlos desaparecer. Ha perdido el carácter tan modesto y respetuoso del conjunto original, ¡ha perdido el aura! ¿Cómo es posible que hayamos sufragado la remodelación de una obra absolutamente innecesaria (sólo tenía goteras y termitas, y las sigue teniendo) con un informe que nuestros devotos funcionarios ni siquiera han leído? Parece ser que izquierdas y derechas, políticos y técnicos, se pusieron de acuerdo en este laissez faire,laissez aller, o peor aún, se dejaron colar por incompetentes un proyecto que cayó en sus manos y que fueron incapaces de estudiar con detenimiento. Ni diputaciones, ni ministerios, ni consorcios, ni personajes ilustres que estaban al caso, cuestionaron una restauración que ha destruido la unidad de medida -la cana catalana, la escalinata, la triple cubierta- y que añadía de su cosecha -tejado, cubierta, escalinata, muros, remates, suelos, vidrieras, luces- sin que los ciudadanos, o sea, quienes pagamos la fiesta nos enterásemos. A punto ha estado de ser aniquilado el suelo del interior de la Cripta si no llega a ser por la Iglesia, que finalmente ha hecho valer sus poderes para impedir continuar con semejante cataclismo, y ha conseguido detener las obras. Y a ello se ha unido buena parte de la crítica, las universidades, museos y entendidos en la materia. Se trata del escándalo más grave al que se enfrenta el nuevo equipo consejero de Cultura, al que se pide la deconstrucción inmediata de esta nefasta intervención.

Mas la tropelía no acaba aquí: en estos momentos, el responsable de este gran estropicio está tratando de recomponer los errores que cometió hace unos años en la remodelación del Palau Güell. Allí se encuentra de nuevo, encerrado a cal y canto, amparado por el mismo equipo de la Cripta de la Colonia Güell y rodeado del máximo secretismo. El FAD ha solicitado una visita institucional y no le ha sido dada. No ha estado más que unos pocos años abierto al público el Palau, que ya han aparecido desprendimientos de la cerámica hexagonal de la cúpula, y se encuentra cerrado una vez más. La del Palau Güell fue una restauración muy cuestionada en su día: desvirtuó el terrado a base de recubrir de trencadís las chimeneas, además de ennoblecer, también gratuitamente, las dependencias del servicio en las golfas, desmontando y eliminando los tubos del órgano, etcétera.

Y a este continuo descalabro se viene a sumar la voz de la ciudadanía -hay recogidas más de 10.000 firmas- pidiendo la eliminación de esos cuatro pisos de la Manzana de la Discordia, construidos durante la era Porcioles, que suponen una agresión y una degradación hacia la Casa Batlló, además de una vulneración de la Ley del Patrimonio Artístico. Gaudí resolvió la entrega de la cornisa con el edificio contiguo original mediante una oreja que aún se ve en la fachada de la Casa Batlló, como esperando que el alzado se respete y recordando que cabe la posibilidad de retornar las cosas a su medida. No tiene explicación que en esta última rehabilitación, desde los múltiples filtros de Patrimonio, se haya dado el permiso de obra nueva al acondicionamiento de semejante disparate.

Ahora veremos cómo afronta esta situación insostenible la nueva Administración, y si hace honra a sus postulados republicanos y de izquierdas.

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