El territorio rebelde del norte de Kosovo
Los habitantes de las zonas de mayoría serbia no aceptan la posible independencia de la provincia
Como tantas otras veces en los últimos años, Belgrado vuelve a jugarse su futuro en las elecciones legislativas del domingo. Aunque es casi imposible que lleguen a formar Gobierno, una victoria por la mínima de los ultranacionalistas significaría un nuevo retroceso en el ya muy maltrecho camino de Serbia hacia Europa. El telón de fondo de los comicios ha sido el futuro estatuto de Kosovo, la provincia serbia de mayoría albanesa administrada por la ONU. Varios meses de negociaciones no han logrado acercar a las partes, y la comunidad internacional se dispone, el 26 de enero, a presentar un plan que concederá una independencia condicionada, algo inadmisible para el Gobierno de Belgrado y para los propios serbios de Kosovo.
Las matrículas de los coches y la moneda son distintas que en el resto de la provincia "Vamos a quedarnos en Serbia, y Belgrado tiene que aceptarnos", dice un alcalde
En Kosovo es bastante fácil perderse con las matrículas de los coches. Existen las placas impuestas por Naciones Unidas, en las que no se distingue si el coche es de una zona albanesa o serbia: son las únicas legales. Luego están las viejas placas yugoslavas, anteriores a la entrada de las tropas internacionales en 1999 que, como forma de protesta, se usan en las zonas de mayoría serbia, donde también circulan coches sin matrícula: pertenecen a serbios que necesitan viajar por territorio albanés, y quitan las placas de la ONU cuando vuelven a su área.
Al norte del río Ibar, en una zona prácticamente poblada sólo por serbios, no hay signos que relacionen este territorio con Kosovo, una provincia de Belgrado con una extensión similar a la de Asturias, de inmensa mayoría albanesa (el 90% de sus dos millones de habitantes), administrada por Naciones Unidas desde 1999, y que se prepara para ser independiente esta primavera.
"Nuestra población nunca va a aceptar la independencia", asegura Velemir Bojovic, el alcalde de Leposavic, una comunidad serbia del norte de Kosovo, de unos 20.000 habitantes. Allí, como en toda la zona, las matrículas, la moneda, las banderas son diferentes del resto de la provincia. Los ayuntamientos están financiados desde Belgrado y las ayudas que se reciben desde Serbia son el principal medio de vida. Las autoridades locales han roto cualquier cooperación con Pristina.
En todo Kosovo la moneda es el euro: aquí, el recién inaugurado cajero automático sólo proporciona dinares. La autoridad de la ONU ha llegado -el despacho de la representante de la Misión de Naciones Unidas para Kosovo (Minuk) está situado junto al del alcalde-, pero sus habitantes simplemente ignoran que existe un Gobierno albanokosovar.
"No vamos a respetar ni a Naciones Unidas, ni a nadie. Vamos a quedarnos en Serbia, y Belgrado tiene que aceptarnos", agrega Bojovic, un ingeniero de minas de 59 años que pertenece al partido nacionalista moderado DSS, del primer ministro Vojislav Kostunica. Además de unos cuantos minerales, su despacho está forrado de signos nacionalistas y sólo utiliza el nombre serbio para lo que los albaneses llaman Kosovo: Kosovo y Metohija, que quiere decir "tierra de la iglesia".
Más allá de unos pocos carteles dispersos, en el pueblo apenas se ven indicios de que esté en marcha una campaña para las elecciones generales serbias del domingo: en realidad, a muy poca gente le importan. Todos están pendientes del mediador internacional, Martti Ahtisaari, que presentará en Viena el 26 de enero su plan para el estatuto de Kosovo. Es un secreto a voces que propondrá una independencia condicionada y supervisada por la UE para Kosovo, aunque los albaneses reclaman la independencia total de Belgrado. Pero es un misterio qué ocurrirá al norte del río Ibar, donde sus habitantes viven en una partición de facto desde 1999.
"La independencia no se va a producir", afirma en su despacho de Belgrado Sanda Raskovic-Ivic, presidenta (con rango de secretaria de Estado) del Centro Serbio de Coordinación para Kosovo y Metohija. "La comunidad internacional no va a romper sus propias reglas. Además, contamos con el veto de Rusia en el Consejo de Seguridad y con la palabra del presidente Putin", agrega Raskovic-Ivic, quien descarta cualquier partición. Desde los proeuropeístas hasta los nacionalistas más furibundos, todos los líderes serbios que se presentan a las elecciones del domingo coinciden en que no aceptarán la independencia: todos apuestan por una amplia autonomía de Kosovo, pero dentro de Serbia.
A diferencia de lo que ocurre en Mitrovica, donde sólo un puente separa a albaneses y serbios, aquí los incidentes étnicos son desconocidos -ni siquiera se produjeron ataques durante el pogromo antiserbio de marzo de 2004-, por lo que las tropas internacionales de paz de Kfor (17.000 soldados de la OTAN, 700 de ellos españoles) apenas estaban presentes. Sin embargo, hace un año, reabrieron una base cercana: muchos en el pueblo creen que su misión es encargarse de que, cuando se produzca la independencia, la autoridad de Pristina llegue hasta aquí.
El mayor Schmidt, del Ejército alemán, a cargo del destacamento en el que también hay tropas estadounidenses y austriacas, se niega a comentar estos rumores. "Kfor tiene un mandato para todo Kosovo y estamos aquí como estamos en otras partes. No tenemos ninguna misión especial sino mantener un ambiente seguro, y estamos preparados para ello", asegura en la espartana base, situada a las afueras de Leposavic. El despliegue de vehículos militares de todo tipo, el helipuerto y la presencia muy visible de las tropas en la zona corrobora su afirmación.
"Si están aquí por lo que dicen que están, todo irá bien. Si han venido a otra cosa, entonces puede haber problemas", dice el alcalde sobre la nueva base de Kfor. Por ahora, en una tarde soleada de invierno, en Leposavic se respira una plácida tranquilidad. Los estudiantes van y vienen de la Facultad de Económicas o se reúnen en el bar Palermo. En una zona donde el paro es muy elevado, la sensación de que mucha gente no tiene nada que hacer es grande.
"Pase lo que pase, nos quedaremos aquí. No es que nosotros no vayamos a aceptar la independencia, no la va a aceptar nadie. Además, no tenemos adónde ir", explica Zivic Gvozden, un electricista de 38 años que huyó de un pueblo cerca de Pristina en 1999 y se refugió aquí, con su mujer y sus cinco hijos. Malviven en un húmedo apartamento de 30 metros cuadrados. Gvozden es una víctima de la dinámica de venganzas que se apoderó de Kosovo. Bajo el reinado ultranacionalista enloquecido de Milosevic, las fuerzas serbias lanzaron un ataque a gran escala contra los albaneses, lo que provocó la intervención de la OTAN para evitar que se repitiese el genocidio de Bosnia. Con la entrada de las tropas internacionales, llegaron las venganzas albanesas.
"No van a Pristina para nada", asegura el abogado Nenad Traykovic, de 27 años, que trabaja para la ONG española Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad (MPDL) proporcionando asistencia jurídica gratuita. Va a Leposavic una vez a la semana. "La mayoría de los beneficiarios necesita documentación, desde certificados de trabajo hasta diplomas, y yo me ocupo de los trámites. Para ellos es demasiado peligroso ir a Pristina", señala Traykovic, que vive en un enclave serbio en la localidad de Kosovo Pojle. Para moverse de un lugar a otro sin necesidad de andar cambiando matrículas, utiliza otra variación: sus placas pertenecen a la localidad serbia de Vranje, que cuenta con una importante población albanesa. Los serbios ven un coche serbio y los albanokosovares piensan que se trata de un albanés de Serbia y no tiene problemas. Kosovo es, desde luego, un lugar muy complejo.
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