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Columna
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El balancín

Manuel Vicent

Ésta es la pequeña crónica de un hecho casual, muy simple, que acaeció en Madrid, a las doce del mediodía de 5 de enero de 2007, en el parque infantil situado al aire libre en la entrada del Corte Inglés de Serrano. Allí hay un tiovivo, un tobogán, una cabaña y un balancín, que suelen estar siempre animados por niños adorables y bien vitaminados procedentes de las más selectas camadas del barrio de Salamanca. Cualquiera que pase a la altura de esa calle los verá jugar protegidos por la mirada del padre o de alguno de sus abuelos, mientras la madre seguramente está de compras en los propios almacenes o en las lujosas tiendas de alrededor. Aquella mañana, víspera de Reyes, en un extremo del balancín, sobre un asiento de color rojo, al cuidado de su abuela se hallaba un niño de tres años de edad, nieto de un famoso ex ministro socialista de Felipe González. Como bien es sabido, el balancín es cosa de dos. Para que la barra pueda bascular se necesita que en el extremo contrario haya otro niño más o menos del mismo tamaño. El balancín estaba parado porque el nieto del ex ministro socialista no tenía ningún compañero con quien jugar, pero en ese momento llegó al parque el ex presidente Aznar con su nieto y tres discretos guardaespaldas. Sin dirigir una palabra ni siquiera una mirada a la abuela del vástago socialista, a la que sin duda no conocía, Aznar aposentó a su nieto en el otro extremo del balancín sobre el asiento, que era de color amarillo. Los dos niños comenzaron a balancearse. El nieto del ministro socialista y el nieto del presidente Aznar se impulsaban hacia arriba y hacia abajo, uno desde el asiento rojo, otro desde el asiento amarillo. Lógicamente para que el primero se elevara el segundo tenía que bajar y al revés, pero no era el aparato el que mandaba sino el ritmo interior de cada uno el que imponía las reglas: toda una lección de la vida. Durante el tiempo en que duró el juego, Aznar con la vista en el suelo se echaba con la mano hacia atrás su melena de Dartañán y consta en la crónica que ningún ciudadano se acercó a darle la mano y menos a vitorearlo, pese a que ese barrio es la pecera natural del Partido Popular. La abuela socialista le advertía a su nieto: " No tan fuerte, no tan fuerte, que ese niño es más pequeño y puedes hacerle daño". Sin que los abuelos se miraran a la cara, finalmente los dos niños cansados de jugar se fueron cada uno por su lado y el balancín quedó paralizado. Si algún día llegan a diputados sería bueno que lo volvieran a utilizar.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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