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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El escultor, el poeta y el maestro

Un escudo de la Inquisición, gastado y sucio, pervive en el muro del Museo Marés, junto a la catedral de Barcelona, como si fuera una pieza más de la colección cedida a la ciudad por el escultor Frederic Marés Deulovol (Portbou 1893-Barcelona 1991). Su obra estatuaria de corte institucional es menos conocida hoy que el resultado de su pasión por el coleccionismo, este singular museo municipal creado hace seis décadas. Se puede contemplar aquí la más importante colección de escultura románica, gótica, renacentista y barroca de España.

El edificio gótico que lo cobija, detrás de la plaza del Rei, forma parte del antiguo Palau Reial Major, residencia durante cinco siglos de los reyes de Aragón y condes de Barcelona y, más tarde, sede del Tribunal del Santo Oficio. Fue Marés el restaurador de las tumbas reales del monasterio de Poblet, en la posguerra. Antes había hecho el monumento al abogado laboralista Francesc Layret y reconvertido para la Victoria de Franco, en paseo de Gracia-Diagonal, el erigido a Francesc Pi i Margall, presidente de la I República.

Hasta finales de abril, el Museo Marès ofrece La fortuna d'unes obres, breve pero sustanciosa exposición de los escasos restos recuperados del expolio del monasterio románico de Sant Pere de Rodes. Empezando por las que ya eran dos joyas del propio museo: el retablo de mármol L'aparició de Jesús als seus deixebles al mar -más conocido como La vocació de Sant Pere- y Agnus Dei, clave de arquivolta del altar mayor, atribuidos al Mestre de Cabestany, como la mayoría de otras 22 piezas del siglo XII.

Produce una emoción extraña contemplar en sus vitrinas de cristal estas cabezas, columnas, cornisas, capiteles y otras piezas, rotas y roídas por el tiempo, y la insignificancia de su número frente al inmenso vacío decorativo de los arcos, capillas y lo que queda del claustro del espectral cenobio benedictino. La dignidad monumental que las obras de restauración de la década de 1990 han conferido a las ruinas resalta aún más los daños perpetrados a lo largo del siglo XIX, desde el momento en que los monjes abandonaron la soledad de la sierra del cabo de Creus.

Hay una leyenda clerical que atribuye el abandono y expolio a los efectos de la desamortización eclesiástica en 1835, pero ya en 1798 los monjes habían comenzado las obras de un nuevo convento en Vila-sacra, que abandonaron en 1805 para instalarse en Figueres, donde el actual asilo Vilallonga. En el catálogo, los artículos de Pilar Vélez, Eduard Riu-Barrera y Jaume Barrachina ilustran con detalle la historia de la destrucción y de los primeros pasos para su recuperación.

Fueron los propios monjes quienes autorizaron las primeras extracciones de piedras del monasterio, tarea a la que se sumó la gente de los pueblos, ya fuera para aprovecharlas en sus casas o por mera venganza antifeudal. Los monjes habían sido muy poderosos. Se sale de la exposición con ganas de acercarse a Selva de Mar, donde lucen algunas piezas de mármol en la puerta de la casa Vives, adosada a una torre de defensa. O de aprovechar los horarios de culto -hoy muchas iglesias están cerradas el resto del día- para visitar la parroquia de Port de la Selva. En una capilla lateral, sin otra indicación que una fotografía del monasterio, hay la estatua de san Pedro de piedra policromada que un grupo de fieles bajó en 1842 por los abruptos senderos de la montaña.

La exposición del Museu Marès descubre también algunos nombres clave para la localización y recuperación de las piezas expuestas, cuando a finales del siglo XIX se valorizó el arte románico como patrimonio artístico y arquitectónico. Llama la atención el nombre de Carles Fages de Climent, que en la década de 1950 vendió a Marés nada menos que la pieza más valorada del Mestre de Cabestany, el citado mármol de La vocació de Sant Pere. Viene a la memoria del cronista un personalísimo artículo juvenil del poeta, contrario a las primeras propuestas de restauración del monasterio, una elegía romántica de sus ruinas. ¿Escribiría a la vista de tan preciado tesoro? Los Climent están documentados en Selva de Mar desde el siglo XV y se instalaron tres siglos después en Castelló d'Empúries, donde el poeta apuraría para subsistir su ya menguado patrimonio.

Menos conocido es el nombre de Esteve Trayter, el maestro a cuya escuela pública de Figueres asistió de niño Salvador Dalí. En su Vida secreta traza los rasgos de esta personalidad fuera de lo común, de aire pintoresco y barbas fluviales. Viajó por Europa para conocer las últimas corrientes educativas, a la vez que recorría el Empordà, salvando restos artísticos y arqueológicos, con los que formó una colección que vendió a los últimos condes de Peralada. Entre ellos, la cabeza de mármol de san Pedro que se muestra hasta abril en la exposición barcelonesa del Museo Marés.

Si el escultor Marés y el poeta Fages de Climent son bien conocidos, en el maestro Trayter hay una figura y una obra por descubrir. Por ejemplo, un cuaderno de campo con dibujos de los pueblos del Empordà de 1898, prácticamente inédito.

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