¿Un alto el fuego reversible?
La petición hecha ayer por Batasuna a ETA para que "mantenga intactos los compromisos y objetivos" de su comunicado del 22 de marzo anticipa, sin lugar a muchas dudas, cuál va a ser el núcleo del mensaje de la organización terrorista que se espera tras el atentado de Barajas. La falta de autonomía que Arnaldo Otegi y los suyos han evidenciado desde siempre no permite pensar que, precisamente ahora, se hayan atrevido a reclamar a ETA algo distinto a lo que ésta tenía decidido conceder.
Batasuna ha querido con su comparecencia dar una apariencia de iniciativa, tras quedar desarbolada por el bombazo del día 30. Su resistencia a dar por roto el proceso en tanto que no lo dijera expresamente ETA retrataba con exactitud el papel supletorio que ha asumido, y no parece que la declaración de ayer lo enmiende. Aunque sí denota el vértigo que ha debido sentir la izquierda abertzale al ver cómo le volaban los puentes en mitad de la travesía. Tras escuchar a Otegi, puede anticiparse que ETA dirá que la culpa de todo es del Gobierno, pero que, por su parte, esta dispuesta a volver a empezar en el casillero del 22 de marzo. Sin embargo, ¿cabe aceptar que se mantienen "intactas" las condiciones que permitieron iniciar el proceso después de lo sucedido?
La salvajada de Barajas, los dos jóvenes ecuatorianos muertos, los 235 kilos de explosivos introducidos en Vizcaya, las 350 pistolas robadas en Francia pueden ser omitidas en la declaración de Batasuna, pero se resisten a ser borradas de la realidad. Porque suponen una refutación de los requisitos con los que el Gobierno y la mayoría del Congreso se embarcaron en la búsqueda de un final dialogado del terrorismo. ETA ha demostrado que no se somete a ningún tipo de restricciones y que da a las palabras el significado que en cada momento se acomoda a su provecho. La tregua de Lizarra fue cualquier cosa menos "total e indefinida" y la permanencia de la de marzo se agotó en diciembre, si no antes. No hay que descartar que ahora pretenda imponer el concepto del alto el fuego reversible, por el simple procedimiento de afirmar que no se ha roto lo que se ha roto.
La ausencia de un anuncio de ruptura previo al atentado por parte de ETA y el aferramiento de Batasuna a los restos del proceso revelan sus zozobras. Saben que el tiempo corre, y no precisamente a favor de sus intereses. El hastío por las oportunidades malbaratadas ha terminado por agotar el poco crédito que al mundo de ETA le quedaba en el resto de las fuerzas políticas vascas, e incluso los nacionalistas más acérrimos rechazan avances soberanistas que dependan de su tutela armada. Sin proceso, ETA se queda sin horizonte estratégico. Puede seguir matando, pero sabe que la posibilidad de rentabilizar el terror se ha agotado y que condena a su brazo político a las tinieblas durante años.
Al constatar la defunción del proceso, el Gobierno ha trasladado a la organización terrorista la presión que ésta quiso endosarle con el atentado de Barajas. La tentación de ETA de sacudirse esa responsabilidad con la propuesta de reiniciar la partida es tan visible como inaceptable
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