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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Todo debe seguir su curso

Pedir perdón

ETA hace una de las suyas en Barajas y la oposición mediática exige elecciones anticipadas, ya que, como es natural, Rodríguez Zapatero es culpable de ese atentado. Ni el PP ni sus rumberos han pedido perdón al Gobierno ni a los ciudadanos por afirmar, sugerir, insinuar que los socialistas llegaron al poder mediante un golpe en colusión con ETA y otros bandidos, y resultaría muy complicado argumentar que los socialistas pactan la rendición del Estado con ETA y la banda responde reventando el aeropuerto madrileño. No es la lógica el punto fuerte de estos correveidiles, y esta es la hora en que todavía se esperan sus excusas por la constante difusión de infundios muy interesados. Por lo demás, el proceso de paz debe replantearse más allá de las provocaciones. Ni ETA tiene otra salida ni el Gobierno debe atemorizarse ante el chantaje armado. Demasiada esfinge para tan poco secreto.

Un Zapatero hastiado de tener que verse con Rajoy rompe el pacto con los terroristas vascos a fin de que revienten el aeropuerto de Barajas como atajo para convocar elecciones con la ilusión de perderlas

Sadam, ahorcado

Si hubiera que ahorcar a todos los tiranos no habría cuerda bastante en el mundo para conseguirlo. Si el generalísimo bis Pinochet hubiera tenido en los últimos años de su atroz vida la gallardía militar de la que tanto abusó en su asesina madurez y se hubiera sometido al dictamen de la justicia sin refugiarse en las faldas de sus achaques de anciano, habría sido quizás condenado a un confortable arresto domiciliario sin peligro alguno para el resto de su vida atroz. Al ahorcar a Sadam en Irak, George Bush exorciza a uno de sus fantasmas preferidos, quien sabe si con el propósito de ver en la cuerda tensa a unos cuantos más antes de finalizar su mandato, y a fin también de que más pronto que tarde no se vea ante uno de esos tribunales, tan necesarios, que entienden, cuando les dejan, sobre los crímenes de guerra.

Ley por el suelo

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Si el tal Julio de España se alzó con la presidencia de las Cortes Valencianas es que en política, incluso en la democrática, puede suceder cualquier cosa, Dios nos bendiga. Poco antes de las fiestas, el presidente hizo alarde de un espíritu muy poco navideño al refilar por los suelos el auto judicial que le entregaba Antoni Such y en el que se exculpa a dos diputados socialistas (todavía no al gran Zaplana), así que la ley quedó como la chata en ese espacio de nadie que media entre la mesa de la presidencia y la tribuna de oradores, un pasillo famoso porque nadie se salva del agua mineral cuando se interna en sus escalonadas estrecheces. Después, el desdeñoso presidente se arrepiente de lo hecho y atribuye el despelote a una falta de coordinación con el diputado. De coordinación gestual, se entiende, pues de la otra no hay noticia ni cortesía parlamentaria.

Por La Mancha

No es de extrañar que Alonso Quijano acabara como una cabra y dado al vicio de leer, algo que no ha llevado jamás a nadie a ningún buen sitio, salvo quizás a los estadísticos, los economistas de postín (ahí tienen al boyante Miguel Boyer, sin ir más lejos) y los expertos en demografía que terminan publicando libros juveniles para sus hijos mayores. Paseando el otro día, en compañía agradable, por las tierras de La Mancha más próximas a Ciudad Real, se entiende que uno es valenciano para siempre, y que acaso un manchego también. No es ya el clima continental, sino ese paisaje austero y reiterado en el que caben pocas sorpresas. La belleza es un estado del alma, así que sobrevive al compás de los ciclos anímicos. Horizontes abiertos sin una colina que llevarse a las pestañas, nubes en tránsito siempre tentadas de tocar suelo, y el clamor de la tierra como un reclamo sin raíces. No me extraña, ya digo. Donde también el Guadiana fluye de incógnito.

El declive de la izquierda

La verdad es que Carlos Marx, con su jeta de profeta barbudo, no sería hoy votado por ninguno de los ciudadanos de izquierda, esos que en su tiempo votaron al elegante Enrico Berlinguer con el resultado por todos conocido. La izquierda nació con el propósito de imponer un igualitarismo sin tacha más acorde con los dictados del corazón que con los intereses de quienes no reparan en el desvalimiento ajeno, de manera que los pobres son ahora los excluidos, y los que creen que algún día dejarán de serlo votan más bien a la derecha por aquello de la firmeza sin mariconadas y la bajada de impuestos. Gana el centro, esa entelequia de sociología aplicada, cuando la libertad de votar está asegurada y los jóvenes más animosos colaboran algunos fines de semana con los servicios sociales por hacer algo de provecho. El descrédito de la política es el refugio en la sumisión de una caridad controlada que remite con los primeros michelines atenuados por el plan personalizado de pensiones.

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