Barcelona abre una ventana a Bollywood
El veterano cine Maldà ultima su renovación para dedicarse a programar filmes de la industria del cine de India
Dicen que, ahora más que nunca y con los tiempos que corren, hay que renovarse o morir. El veterano cine Maldà, que abrió sus puertas en Barcelona el 4 de diciembre de 1945, ha hecho de esta recurrente frase una máxima a lo largo de su dilatada trayectoria. Después de permanecer cerrada tres años y tras renovar de arriba abajo sus instalaciones, la histórica sala, situada en las galerías comerciales homónimas con salida a la plaza del Pi, iniciará una nueva andadura a finales de enero con una programación dedicada prácticamente en su totalidad al cine de Bollywood, el producido, en hindi, por la poderosa industria cinematográfica de India, especialmente en la ex Bombay, hoy Mumbai.
Los programadores confían en los millares de inmigrantes indios y paquistaníes de la ciudad
La iniciativa pretende satisfacer una demanda creciente en la ciudad, tal como explica Javier Escrivà, programador de los Maldà, quien señala que las películas asiáticas circulan ya ampliamente por los videoclubes del Raval, donde se ha asentado buena parte de la población inmigrante de Barcelona. Por otro lado, es una buena forma de combatir la competencia de los multicines, que tienen como gancho los éxitos de la industria norteamericana.
El emergente cine indio tiene su principal centro de producción en Mumbay. La industria cinematográfica que acoge pone en el mercado alrededor de 1.000 películas al año, una cifra que casi triplica el número de títulos que genera la factoría norteamericana. De hecho, el apelativo Bollywood se debe a la capacidad que tiene este cine para competir en producción y éxitos de taquilla con Hollywood.
Estos largometrajes cuentan en su país de origen con un público fiel que sigue con entusiasmo los estrenos de la cartelera, pero también han conseguido hacerse un hueco en ciudades europeas donde hay una gran presencia de inmigrantes asiáticos. Las películas pueden llegar a durar más de tres horas y narran historias melodramáticas de amores imposibles con final feliz. Sin embargo, lo que verdaderamente marca la suerte de una cinta es la banda sonora que la acompaña. Cada filme incluye cuatro o cinco números musicales, que si finalmente llegan a seducir al espectador son reproducidos en fiestas y discotecas para que la concurrencia repita las vistosas coreografías.
"Los barceloneses están demostrando mucho interés por la propuesta y esperamos que los más de 50.000 inmigrantes que han llegado a la ciudad procedentes de India y Pakistán vengan a ver las películas que hasta ahora siguen en DVD", señala Escrivà, quien añade que las puertas del cine están abiertas a todo el mundo porque no quieren "que se convierta en un gueto". La idea de reorientar la programación del Maldà y combinar el cine de repertorio con los largometrajes asiáticos surgió en el verano de 2005, precisamente, de uno de esos inmigrantes indios, Shankar Kishnani.
El Ayuntamiento de Barcelona había ordenado en octubre de 2003 el cierre del cine porque no reunía las condiciones de seguridad necesarias. A partir de entonces, los trabajadores de la sala comenzaron su reforma, pero hace un año y medio se quedaron sin fondos. Kishnani, que llegó a Cataluña en los años ochenta y es propietario de un hotel y varios edificios de apartamentos en Barcelona, propuso dedicar la sala al cine de Bollywood y aportó buena parte de los 600.000 euros que han costado las obras.
Desde el viejo techo de madera hasta la moqueta que recubría el suelo, todo lo que había entre aquellas cuatro paredes ha pasado a mejor vida. El local cuenta ahora con un ascensor, nuevas salidas de emergencia y un moderno proyector. También se ha reducido el aforo, que ha pasado de 313 localidades a 206.
La semana próxima, Kishnani viajará a Londres para ponerse en contacto con las distribuidoras del cine que se produce en Bollywood, porque el objetivo del Maldà es participar del estreno simultáneo que Mumbay y otras ciudades hacen de los principales títulos que se ponen en el mercado.
A lo largo de sus más de 50 años de historia, la mítica sala de Ciutat Vella ha sabido reinventarse a sí misma para hacer frente con éxito a las demandas del público. Su primera sesión en 1945 estaba compuesta por tres cortometrajes y La quimera del oro, de Charles Chaplin. Después de una primera etapa dedicada al cine de estreno, apostó en la década de los cincuenta y sesenta por los programas dobles. El local cambió de manos en 1977 y la empresa Círculo A comenzó a programar entonces películas de autor. El nuevo ciclo se inició con Sacco y Vanzetti y hasta 1992 no faltaron títulos firmados por grandes directores como Pier Paolo Pasolini. En los noventa hizo una pequeña incursión en el anime japonés, que tuvo un éxito tan fulgurante como efímero, y hasta el cierre volvió a confiar de nuevo en la programación doble.
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