La oportunidad de aprender
Los fracasos que se producen en la política debieran servir para aprender de ellos. Sólo así es posible avanzar y construir un futuro algo mejor. Aprender implica crítica, especialmente autocrítica. Vivir en democracia significa que, salvo circunstancias muy especiales, nadie posee ni la verdad completa, ni el error total. Todos pueden y deben hacer autocrítica para construir el futuro.
Lo peor ahora que ETA ha roto el alto el fuego permanente -cualquier otra interpretación es patética- es que nos enredemos mirando hacia atrás en lugar de aprender de lo sucedido: el coche bomba, la llamada propuesta de Anoeta y el alto el fuego permanente.
Ni el recurso al término rectificación, ni la legitimación del intento de Zapatero tildando de injustas las críticas del PP tras el atentado invitan a aprovechar la oportunidad para aprender. La responsabilidad del coche bomba es de ETA, pero poco avanzaremos si nos quedamos en ello, como bien decía en estas mismas páginas J. M. Ruiz Soroa. En el llamado proceso han estado implicados otros muchos actores, por acción o por oposición. Todos deben hacer autocrítica.
Hay, al menos, tres elementos clave: no ha sido una política de Estado, pues faltaba el acuerdo del PP; no se ha tenido en cuenta suficientemente la realidad de lo que es ETA, y han valido más los deseos y la necesidad de legitimar una decisión tomada que la valoración realista de lo que es ETA; y sobre todo se han equivocado los temas y los tiempos.
En toda la legislatura el PP arrastra la forma de perder las elecciones, relacionada con su apuesta por apoyar a Bush en la guerra de Irak. Al Gobierno y a la izquierda en general les ha venido muy bien la dificultad del PP de librarse del trauma del 11-14 M, porque esa fijación le descalificaba y servía de excusa para dejarlo en el dintel de la democracia, si no fuera de ella. Los esfuerzos por contar con el PP eran saldados de antemano con la frase de que ya se sabía que era inútil.
Aprender de lo sucedido implica para el PSOE y el Gobierno que es muy peligroso iniciar una política que implica al Estado en su conjunto y en lo más íntimo -la defensa del monopolio legítimo de la violencia- sin contar con el acuerdo del principal partido de la oposición. Y aprender de lo sucedido implica para el PP que su oposición a lo decidido por el Gobierno debía haber sido más prudente, y administrada con muchísimo cuidado, pues no se trata de una cuestión partidista. En democracia es peligroso pensar que los fundamentos del Estado coinciden milimétricamente con los principios de un partido. Ni el Gobierno ni el PP han hecho esfuerzos serios para buscar el acuerdo en algo tan importante para el Estado y para la ciudadanía.
¿Cuál es la realidad ETA? Unos la demonizan: sus miembros son bestias, alimañas, enfermos. Construyen una imposibilidad casi metafísica para su desaparición. En la lucha contra ETA no cabe más que policía y represión judicial. A lo que hay que añadir el aislamiento del llamado brazo político.
La lucha policial y la represión judicial son necesarias, como es necesario el aislamiento político de Batasuna. Pero no es contradictorio pensar que todo ello quizá no baste: hace falta que desaparezca todo elemento utilizable en la legitimación de ETA. Y en este campo no todo es tan sencillo como piensa el PP: no pocas de sus formas de plantear las cosas propician a veces un clima que permite que quienes legitiman a ETA lo puedan utilizar.
Lo que no significa que determinada izquierda no haya caído en la tentación de pensar que los nacionalismos, incluido el violento de ETA, son producto de la derecha española, y que haciendo desaparecer todo atisbo de nacionalismo español hasta poner a disposición el concepto mismo de España y del Estado, ETA desaparecería como por encanto.
ETA no es producto de la derecha. ETA no es producto del nacionalismo español. ETA es producto de la incapacidad de aceptar la reforma constitucional y estatutaria. ETA es el producto de la incapacidad de aceptar la decisión democrática de los vascos. ETA es el producto de volverse especialmente violenta y virulenta cuando más libertad y autogobierno, más atención al euskera, más soberanía fiscal, más capacidad de autogestionar los recursos financieros ha tenido Euskadi en toda su historia. Una incapacidad cubierta de mil asesinatos. ETA es el terror, también el terror a enfrentarse a esa tremenda equivocación: la de iniciar su peor historia cuando menos justificación -en realidad ninguna- había para ello. La realidad de ETA es su mera supervivencia: mediante el terror o mediante la victoria política.
Y la equivocación de temas y tiempos. Se insiste en que el acercamiento de presos es más difícil que nunca después del atentado de Barajas. Esa insistencia es indicativa de la equivocación citada. ¿De qué se puede hablar con ETA? De presos. ¿Cuál es el significado único que puede tener la frase de que la política puede ayudar al fin de ETA? Que el Estado, a partir de la convicción inequívoca y compartida de la voluntad de ETA de ponerse fin a sí misma, puede buscar un tratamiento de los presos dentro de la legalidad, pero con generosidad.
De lo que no se puede hablar con ETA nunca es de política. Ni con Batasuna mientras exista ETA. No con Batasuna si existiendo ETA no rompe con ella. Es decir: la reforma del Estatuto es una cuestión off limits para el proceso de desaparición de ETA. La cuestión de los presos debiera haberse planteado con mucha mayor celeridad y claridad -aunque para ello era necesaria la colaboración del PP-. La cuestión de la reforma del Estatuto no se debía ni siquiera haber tomado en boca mientras ETA no desapareciera. O debiera haberse iniciado en la correspondiente comisión del Parlamento Vasco hace tiempo, independientemente de propuestas de Anoeta, de mesas y de treguas.
Hemos permitido que a ETA le importen las mesas y su paralelismo, y que no le importen los presos. El mundo al revés.
Joseba Arregi es profesor de Sociología en la Universidad del País Vasco.
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