Con la soga al cuello
Sadam Husein fue ejecutado la madrugada del 30 de diciembre de 2006. Murió ahorcado, aunque el Gobierno iraquí insiste en que se cumplieron todas las normativas internacionales. Eso me tranquiliza, pues debió ofrecer al dictador un ahorcamiento lo más humanitario posible. Alegrémonos, ya que finalmente se ha impuesto la democracia sobre la barbarie. El hombre que encarnaba el Mal, que amenazaba la libertad y la paz mundial, alentador del terrorismo, ha sido borrado de la faz de la Tierra. Por fin podremos dormir tranquilos.
A pesar de todo, no me siento más seguro al conocer la noticia de su muerte. Es extraño, pues no hace tanto que se nos aseguraba que acabar con Sadam era el camino para acabar con el terrorismo. Pero, por algún motivo, me cuesta creer que imponer la democracia con la fuerza militar y colgar de una soga a un hombre, por muy oscura y retorcida que fuera su alma, haya hecho que vivamos en un mundo mejor.
Es posible que mi interpretación de los principios democráticos sea errónea, pero lamento enormemente que entre los valores occidentales que exportamos a Irak olvidáramos incluir el respeto a la vida. Quizá seamos nosotros los que estamos con la soga al cuello.
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