La gorra y la vida
Joan Arnau, propietario de la sombrerería Mil en la calle de Fontanella (Barcelona), muestra una fotografía tomada desde un principal sobre un concurrido paseo de Gràcia. No sabe en qué año fue tomada la imagen, pero debía de correr 1934 o 1935, "antes de la guerra en cualquier caso". Era invierno, eso se reconoce en seguida por la luz blanca del día, los abrigos pesados y sobre todo por los sombreros, gorras y boinas con que se cubren los paseantes. En ese prodigioso río de tocados, el ciudadano descubierto es la excepción. "Tants caps, tants barrets!", reza jocosamente el pie de la instantánea, concentrando en el punto de admiración una expectativa comercial que se pierde en la línea del horizonte. Se comprende que para la familia de los Arnau la imagen tenga valor de fetiche.
"En la década de los cincuenta esa visión ya era imposible", sentencia Joan, desde la atalaya de sus 82 años. Pues hoy, no digamos. Nadie pasea por el paseo de Gràcia: lo cruza, si es un atribulado profesional de la city, o lo recorre erráticamente con la nariz apuntando al modernismo, si uno es guiri. Por lo demás, uno y otro espécimen no suelen ir cubiertos. Pero el establecimiento del señor Arnau parece vivir al margen de estas circunstancias y revienta de clientela, una de estas últimas tardes de festiva y enloquecida pulsión compradora. Se diría que los pocos que todavía gastan esa prenda se concentran todos a la misma hora en este renombrado comercio. "En 1940 yo era secretario del gremio y había como 70 tiendas especializadas en Barcelona. Hoy quedamos dos. Nosotros y los Obach de la calle del Call. Tres, si contamos al Rei de les Gorres de Sants
[establecimiento sentenciado por la próxima prolongación de la calle de la Diputación]", concede Arnau para explicar el hiato profundo entre el sinsombrerismo de la calle y la aglomeración en su tienda.
Los Arnau tienen gorristería desde 1850. El primer negocio se hallaba en la calle del Hospital, pero el abuelo de Joan lo trasladó a Fontanella en 1917, animado por el movimiento que generó la apertura de la Via Laietana. Joan tomó las riendas en 1937 y allí sigue, con la hija y el yerno en posición de relevo. "El sombrero decayó con la revolución, porque se asociaba a los señores. Luego vino la popularización del coche utilitario y fue su sentencia, pues resultaba incómodo; no como en el Reino Unido, donde los vehículos son altos. El negocio lo ha salvado principalmente la gorra deportiva, aunque el sombrero de vestir también se vende, no crea, lo que ocurre es que se utiliza para una ocasión concreta y luego se deja en el armario. Es una prenda difícil, hay que saber llevarla". Joan Arnau lleva un pocket de fieltro y ala corta de la casa italiana Guerra. De ese país vende también los míticos borsalino y no le faltan los stetson americanos, las gorras de tweed inglesas y un amplio surtido de boinas españolas. Pero ha sabido combinar la gama alta con una oferta más popular: gorras de béisbol, capelinas impermeables e incluso cascos de moto. Nada que proteja la azotea le es ajeno.
Joan Arnau se enorgullece de la clientela que esta oferta ha convocado a lo largo de los años. Por el libro de firmas del establecimiento han pasado, entre otros, Tony Curtis, Ingrid Bergman, Marcos Redondo y Gila, que solía aprovisionarse de boinas. Más recientemente, han pasado por aquí Ronaldinho, Quim Monzó, Eduardo Mendoza y Josep Carreras. "¿Sabe cuál ha sido el secreto? Aguantar. En los tiempos difíciles pensé que siempre habría alguien que compraría un sombrero. Y si esto era así, yo estaría allí para vendérselo".
Bendita determinación, la de Joan Arnau. A los Fancelli no les fue del mismo modo. Mosén Joan Clapés i Corvera (1872-1939), historiador, repasa en sus Fulles històriques de Sant Andreu de Palomar (1931) los oficios de la villa, hoy barrio barcelonés. Por la entrada Gorristeries registra: "La primera s'establia en 1870 per un italià, que posava parada al mercat; s'establí a la casa número 233 del carrer de Sant Andreu. Era el Senyor Fancelli. Els dies feiners anava als pobles de l'entorn i al Vallès, amb la típica canasta que llavors usaven els d'aquest ofici; més tard se'n establiren dos a la plaça del Comerç. Actualment hi ha una mitja dotzena d'aquests establiments". Ese Fancelli, Primitivo Fancelli, era mi bisabuelo, llegado a Sant Andreu de Palomar procedente de Borgo a Mozzano, en la Toscana. En el número 233 de la calle Gran de Sant Andreu, junto al mercado, hay hoy una tienda de deportes. Su hijo -mi abuelo- no continuó el negocio, se empleó en Fabra & Coats. Por cierto, a mosén Clapés, que da nombre en el barrio a un casal d'avis, una asociación de comerciantes y una plaza de la que ha desaparecido la escultura erigida en su día -pese a seguir figurando en la web municipal-, la mitología familiar le ha atribuido la siguiente frase, dirigida a mi bisabuela, que pretendía que su hijo, el de Can Fabra, se metiera a cura: "Més val un bon pare de família que un mal capellà!". Le debía este recordatorio a mosén Clapés. Como se lo debía al sector de la gorrería y la sombrerería. A ambos, finalmente, les debo la vida.
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