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Reportaje:Guerra en el Cuerno de África

El fracaso de la experiencia afgana en África

La Unión de Tribunales Islámicos logró una gran popularidad en la capital al imponer un cierto orden tras 15 años de guerra civil

Ramón Lobo

El primer intento serio de crear en el África subsahariana un Estado islámico basado en la interpretación estricta del Corán ha fracasado. De momento. Las condiciones se mantienen intactas en Somalia y en otros países africanos hundidos en la miseria y la corrupción. El Banco Mundial denunció, en un informe publicado en 2005, que las misiones de paz internacionales no habían modificado un ápice las razones estructurales que provocaron las guerras cuyas consecuencias intentan paliar. Se refería a Liberia y Sierra Leona, pero sirve para casi todos. Ése es el cultivo para los radicales islámicos: pobreza extrema e injusticia duradera.

La Unión de Tribunales Islámicos fue también una consecuencia, la del hundimiento de Somalia. Desde la batalla de Mogadiscio en marzo de 1993 (Black Hawk derribado), cuando las milicias de Mohamed Farah Aidid mataron a 18 estadounidenses y arrastraron algunos de sus cuerpos, nadie ha vuelto por Mogadiscio, excepto algunas ONG. Quince años de luchas callejeras entre clanes, subclanes y sub-subclanes, que se repartían a tiros barrios y manzanas, cobraban peaje y abusaban de la ley de las armas, generaron un ansia colectiva de orden, de cualquier orden. Los Tribunales Islámicos fueron la respuesta práctica a esa necesidad social. Algunos comerciantes locales, hastiados de las pérdidas, financiaron unas cortes de justicia basadas en la sharía (ley islámica). El éxito de los siete primeros tribunales en 2005 les permitió extenderse rápido, coaligarse entre ellos, en este año, y crear una milicia propia.

Algunos comerciantes, hartos de las pérdidas, financiaron tribunales basados en la 'sharía'
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Al dinero de los comerciantes de la capital se sumó el de las organizaciones wahabíes (visión rigorista del islam suní que se predica en Arabia Saudí) y de grupos relacionados con Al Qaeda. Los servicios de espionaje de EE UU detectaron esos movimientos y la Casa Blanca se apresuró a identificar a los islamistas somalíes con el caballo de Troya de Osama Bin Laden en el Cuerno de África.

La irrupción de unos islamistas radicales en un Estado fallido como Somalia fue un recordatorio de que una repetición del Afganistán de los talibanes era posible. Su proximidad con Arabia Saudí, el guardián de las esencias del wahabismo, convertía a Somalia en un experimento extremadamente peligroso. EE UU financió en secreto a una coalición de matones, responsables del colapso de Somalia, reunidos en una coalición autodenominada de señores de la guerra laicos. Fue el abrazo del oso. Ese apoyo dio alas a los islamistas, que en junio conquistaron Mogadiscio. Después, Washington alentó la entrada en el escenario de Etiopía, una potencia regional pronorteamericana pero con viejo armamento soviético. La invasión etíope en apoyo del Gobierno provisional somalí reconocido por la ONU tiene riesgos colaterales a medio y largo plazo. Etiopía es un país al que muchos somalíes consideran el enemigo histórico (ambos mantuvieron una guerra en 1977-1978 por el control del desierto del Ogaden, habitado mayoritariamente por clanes étnicamente somalíes) y que, además, es de mayoría cristiana. Un defecto que la Unión de Tribunales ha sabido airear en el mundo musulmán llamando "cruzado" al régimen de Addis Abeba. El recuerdo de los atentados de Dar el Salam y Nairobi de agosto de 1998 debe de estar en la mente de todos. Como Irak y Afganistán. Esta guerra no ha terminado porque la otra, la gran batalla contra la pobreza y la injusticia, apenas ha comenzado.

Un soldado gubernamental pasa junto al cuerpo de un miliciano islamista al sur de la ciudad de Baidoa.
Un soldado gubernamental pasa junto al cuerpo de un miliciano islamista al sur de la ciudad de Baidoa.AP

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