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Columna
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Jugando con el sexo

Uno de los objetos más queridos de nuestra vida siguen siendo los juguetes. Los chicos recordamos con cariño aquel coche teledirigido por cable que hacía tantos kilómetros de pasillo como nosotros (hubiera dado casi igual empujarlo con una caña) o ese balón de reglamento tras el que soñábamos marcar el gol imposible. Las chicas que hoy cumplen 30 añoran su Nenuco tanto como sus madres rememoran con dulzura su Mariquita Pérez.

Ni mi padre, que jugó con un disfraz de soldado, ni mi hermana o mi madre se convirtieron en machistas y feministas debido a aquellos juguetes. Las niñas de los años cincuenta ejercieron de mayores los roles propios de su tiempo (muchas amas de casa y otras muchas, además, trabajadoras) independientemente de que a los siete años fingiesen cambiar pañales a culos de plástico. De la misma forma, las jóvenes de hoy reivindican, luchan y disfrutan de un mundo de igualdades a pesar de haber mecido muñecos y haber cocinado guisos ficticios en sartenes diminutas.

¿Hasta qué punto los juguetes marcan nuestro rol en la vida? ¿Jugar con una muñeca o una cocinita predispone a las niñas a ser madres y amas de casa sumisas y abnegadas por encima de eficientes profesionales? ¿El fuerte de los clicks inculca a los niños valores xenófobos y una futura conducta agresiva y dominante? La Comunidad de Madrid tiene claro que los niños deben jugar con Barriguitas (o con las esthercañarizadas Bratzs, que es lo que se lleva hoy) tanto como con Action Man; y que las chicas deberían atender de igual forma a las demandas fisiológicas de una muñeca que a las justicieras de un Spiderman de goma. Bajo el lema Cuando jugamos todos somos iguales, Esperanza Aguirre se ha gastado 180.000 euros en una campaña que, desde la semana pasada y hasta el 2 de enero, recorrerá 14 centros comerciales de la Comunidad. Diversos talleres pretenden fomentar la compra de juguetes mixtos como puzzles y diábolos (no creo que ningún niño sepa en qué consiste este juego ni que se divierta cuando lo descubra) e informar a los padres de que los juguetes "no tienen sexo".

El problema es que los niños sí lo tienen. Si algo nos ha enseñado la creciente igualdad social entre los hombres y las mujeres es a apreciar las diferencias. Pero no las distinciones forzadas por la tradición o la cultura, sino aquellas innatas y que nadie, en realidad, quiere abolir. Lo interesante, misterioso y excitante son precisamente las disparidades en la forma de sentir, de relacionarse o en la escala de prioridades que establecemos los hombres y las mujeres de una forma instintiva. Negar o empeñarse en espejar los sexos está abocado a la sinrazón o al fracaso.

Uno de los sociólogos que atendía en el puesto todossomosiguales del Xanadú la semana pasada aseguraba en este periódico que los valores que representan los juguetes dirigidos a los niños son la fuerza, la agresividad y la competitividad, además de incitar a los trabajos productivos. Sin embargo, los juguetes "para niñas" apelan a la belleza, la ternura, la maternidad y a las tareas domésticas. ¿Quién puede negar que, en general, los hombres son más activos y las mujeres más emotivas? ¿A quién sorprende que, a la hora de escoger un muñeco (como se demostró en el Xanadú), los chicos optasen por un guerrero musculoso con coraza y arma láser y las niñas lo hicieran por el novio de Barbie, sonriente y bien vestido, con una caja de bombones en una mano y un ramo de flores en la otra? Casi todos estamos de acuerdo en erradicar la discriminación o la marginación sexista, pero eso es una cosa, y otra es la mera diferencia, sin superioridades ni imposiciones, sin sometimientos ni lucha.

La Nancy o el barco pirata no son juguetes sexistas. Hasta el momento no se ha demostrado que lobotomicen a las niñas para asumir en el futuro un papel inferior al del hombre ni menos reconocido socialmente. De hecho, hoy, entre una generación de treintañeros mileuristas desencantados profesionalmente, dedicarse a cuidar de los hijos es una de las experiencias más gratificantes. Si alguien salió ganando con el reparto de juguetes tradicionales fueron las chicas, que hicieron un ensayo previo. Los hombres, sin embargo, no sólo nos hemos frustrado al crecer y no invadir Normandía, ni salvar al mundo con una máscara o marcar el penalti decisivo en un Mundial, sino que incluso nos perdimos el útil simulacro de ser padres.

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