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Columna
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Nación o tierra conquistada

Nos quejamos de que sólo salimos en los medios de comunicación por catástrofes. Catástrofes anunciadas en las que unas veces nos echa la mano el Gobierno con un petrolero arriba y abajo para extender su carga y otras veces nos ayuda la Xunta planificando durante años nuestro desorden urbanístico y forestal, para tener el territorio bien salvaje. Luego actúan vecinos nuestros, pues casi nunca vienen chinos con cerillas y pegan fuego al caos para que brille el espectáculo de una nueva desgracia gallega. Que luego con las lluvias torrenciales el monte quede pelado y las cenizas quemen la almeja es el estrambote: nos gustan las desgracias sucesivas. Damos espectáculo.

Pero es lo que nos queda para saber que existimos. Nos hacemos daño para eso, para que se nos vea, como los bonzos o los que amenazan suicidio. Hace más de veinte años imaginé unos personajes, los firmantes del Manifesto kamikaze, que preconizaban el suicidio colectivo del país, acabar con todo de un carallo de una vez. Mi madriña, me pusieron verde, pero no era porque les pareciese mal lo de suicidio del país, lo que enfadó a la gente eran las prisas. Tanta prisa, tanta prisa, a dónde vamos a parar. Queremos ir a modo, ir yendo, el caso es ir yendo. No se sabe muy bien a donde, por eso es mejor ir despacio. Desapareciendo como país, un devenir lánguido. Adormecidos con el sopor de la digestión de un cocido perpetuo despertamos de cuando en vez con alguna tragedia, catástrofe o evento grotesco. Entonces por ahí adelante exclaman: "¡Coño, ya están otra vez los gallegos!" Y nosotros exclamamos: "¡Coño, ya estamos otra vez los gallegos!"

Se me viene esto a la cabeza cuando una persona que trata con jefes de estado y presidentes de gobierno me comenta que le suelen preguntar por Cataluña y por Euskadi, pero nunca le preguntaron por Galicia. Y yo le digo que por qué le iban a preguntar por hadas, trasgos u otros seres etéreos. Si Galicia sobrevive, más o menos, o perdura, dentro de lo que cabe, en el bosque de las vaguedades, brujas y leyendas es precisamente para no asomarse a la vida, a la historia, para que no se nos note que andamos por aquí, o sea por ahí, o por donde cuadre. Que no se nos note. Eso de ser nación, eso de vivir como un país con voluntad civil, dueño de si, se lo dejamos a los otros. Pero es que son temerarios, quieren ser reconocidos como nación y decidir y planificar su futuro. Hay gente que nunca tiene bastante. Ahora va y resulta que Cataluña y País Vasco quieren existir. Menos mal que estamos los gallegos para poner un poco de sentidiño a la cosa, qué carallo. Nosotros, no. Eso se lo dejamos a los étnicos, locos, atávicos, identitarios y demás ralea. Nosotros, como siempre, con quien mande. A ver, ¿quién manda aquí? Pues eso. Un poco de sentidiño, que no hay cabeza.

Y por eso los gallegos ante la tesitura del ser o no ser, o sea ante reconocerse a sí mismos como nación de ciudadanos, nos encogemos. "Nación", caramba, qué palabra tan grande. La hemos oído siempre con voz tan estentórea, casi tan fuerte como aquel "¡Arribaspaña, coño!" Pero también decían nación los juiciosos Castelao y Bóveda, el Partido Galeguista (¡en qué manos cayeron aquellas siglas que hoy arrastran!), su nación no era militarista y golpista sino ciudadana, laboriosa, europea. Una nación que buscaban sinceramente encajar en España y en la Península Ibérica, por eso formaron parte de las listas electorales y del proyecto republicano español. No tiene por qué haber contradicción sino un encaje.

Cuando se discute la palabra nación para Galicia lo que decide es lo que somos capaces de ser. Y si somos dignos de heredar una cultura política propia que existe desde Faraldo y los liberales del Rexurdimento, si merecemos un país que tiene una lengua y una agenda histórica propia. Si no nos comprometemos a ser nación de ciudadanos es que deseamos ser un territorio vencido. No mereceremos siquiera el reconocimiento nacional que se nos hizo en la Constitución. Devolvámoslo, dejémoslo a quien lo merezca mejor. A nosotros nos corresponderá ser sometidos a la suerte del vencido, a ser serviles, a ser saqueados y colonizados.

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