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Reportaje:

Aún queda polonio para rato

Tres semanas de investigaciones en media Europa mantienen el enigma sobre la muerte del antiguo espía ruso

Andrea Rizzi

El ex agente del KGB Dimitri Kovtun entró el pasado 28 de octubre en el BMW que le esperaba a su llegada al aeropuerto de Hamburgo. ¿Iba entonces en sus maletas o en su cuerpo el polonio 210 que la policía alemana detectó en el coche la semana pasada? De las decenas de preguntas que rodean el escalofriante homicidio de otro ex agente del KGB, Alexander Litvinenko, ésa parece hoy la que acerca más a la aclaración del misterioso crimen.

Kovtun fue una de las últimas personas que Litvinenko vio, en Londres, antes de caer enfermo. El encuentro -en el que estuvo presente otro ex colega de ambos, Andréi Lugovói- se celebró el 1 de noviembre en el bar del hotel Millennium, supuestamente por motivos de negocios. Cuatro días antes, Kovtun transportaba o ya estaba contaminado por la sustancia radiactiva que mataría a Litvinenko.

Es difícil creer que un ex agente como Kovtun pudiera manejar torpemente polonio

El hallazgo del polonio en Hamburgo -en el BMW, pero también en la casa donde Kovtun se alojó, la de su ex mujer- ha desplazado el epicentro de las investigaciones. Agentes de Scotland Yard han estado durante toda esta semana en Moscú para interrogar a una decena de personas. Las primeras de la lista, obviamente, Kovtun y Lugovói -amigos desde los tiempos de la academia militar-, que se encuentran hospitalizados por una posible contaminación por polonio 210. Los determinantes resultados de los análisis a los que están sometidos deberían conocerse esta semana, según avanzan las agencias de noticias desde la capital rusa.

Ambos rechazan cualquier implicación en el asesinato de Litvinenko, y avanzan la hipótesis de que el envenenamiento no se produjera en el Millennium, sino dos semanas antes. "Trazas de polonio han sido encontradas en mi ex mujer y mis hijos. Pensar que yo transportara el polonio sin tener el cuidado de no contaminarles es sencillamente ridículo", dijo a la prensa Kovtun, que actualmente dice trabajar como consultor de empresas extranjeras que planifican invertir en Rusia. Es difícil, en efecto, creer que un ex agente del KGB pudiera soltar torpemente material radiactivo por aquí y por allí.

Pero si el envenenamiento de Litvinenko se produjo en algún anterior encuentro en octubre, y no en el Millennium el 1 de noviembre, ¿cómo es posible que siete trabajadores del bar del hotel resultaran contaminados? Los expertos indican que para ello era necesaria una fuente notablemente activa de contaminación, sin ser suficiente lo que los rusos pudieran llevar en sus cuerpos.

Además, ninguna traza de polonio se ha detectado en los lugares frecuentados por Litvinenko la mañana del 1 de noviembre. En cambio, sí se han encontrado en el coche de Akhmed Zakaiev, el separatista checheno que le acercó a casa después del encuentro.

Por otra parte, los expertos señalan que la dosis ingerida o inhalada por Litvinenko era demasiado fuerte como para no producir efectos en pocas horas. Si así efectivamente fuera, esto excluiría la hipótesis de Kovtun.

En cualquier caso, se plantea otra duda importante: ¿cómo se explica la contaminación del experto en seguridad italiano Mario Scaramella, que vio a Litvinenko en un sushi bar de Londres pocas horas antes de que éste fuera al Millennium? Si el crimen se cometió el día 1, puede que el sushi bar fuera el escenario de un primer intento de envenenamiento, luego repetido exitosamente en el hotel. Sin embargo, en la hipótesis avanzada por Kovtun, resulta verdaderamente difícil todavía encajar la pieza Scaramella en el puzle.

Por su parte, la figura de Scaramella levanta numerosos interrogantes en Italia. Este hombre fue un consultor de la comisión parlamentaria Mitrojin, encargada de esclarecer las actividades y los contactos del KGB en Italia. Actualmente está investigado por la fiscalía de Roma, por tráfico de armas, y por la de Nápoles, por implicación en un sistema ilegal de gestión de residuos especiales.

Además, Scaramella fue interceptado mientras hablaba telefónicamente con el presidente de la Mitrojin -Paolo Guzzanti, un senador de Forza Italia, el partido de Silvio Berlusconi- concertando con él una estrategia para involucrar a Romano Prodi en un escándalo, alegando supuestas colaboraciones con el KGB.

Este turbio personaje italiano se citó con Litvinenko para enseñarle documentos que indicaban peligro de vida para ambos. ¿De dónde procedía el peligro para ambos? En otras palabras, ¿quién tenía más interés en matar a Litvinenko? ¿El Kremlin, para acallar a un disidente? ¿Los enemigos del Kremlin, para ensuciar internacionalmente su imagen? ¿Los servicios secretos rusos, de manera independiente, para dejar bien claro que no se puede abandonar impunemente el servicio y luego dedicarse a denunciar sus actividades?

Éstas son las insinuaciones más recurrentes en los discursos de la plétora de expertos entrevistados en estas semanas por la prensa. La vía más directa para contestar a esas preguntas parece pasar por el automóvil BMW de Hamburgo.

Un 'dossier' peligroso

Litvinenko fue asesinado por un archivo de ocho páginas "sobre un muy alto cargo de la administración Putin". Eso, por lo menos, opinó el ex agente del KGB Yuri Shvets, en una entrevista a la BBC hecha publica ayer. El dossier había sido encargado por una compañía británica. Su contenido convenció la empresa a renunciar a una importante inversión, haciendo perder al alto cargo "docenas de millones".

Según Shvets, que reside en Estados Unidos y colaboraba con Litvinenko, este último entregó a Andréi Lugovói una copia del archivo, posiblemente a finales de septiembre. Lugovói, fue una de las últimas personas en entrevistarse con Litvinenko antes de que éste empezara a sentirse mal, el día 1 de noviembre. Shvets, según la BBC, ya ha sido interrogado por Scotland Yard.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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