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Crónica:FUERA DE CASA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Desmemoriados callejeros

Veía caer la tarde en la hermosa plaza central del pueblo tinerfeño de Garachico. Todo resultaba armónico, incluso esa nieve falsa que le estaban añadiendo a un belén, esa decoración del frío en un lugar a más de veinte grados. En el pueblo hay un razonable diálogo entre los edificios civiles, los militares y los religiosos. Guarda esa hermosura que conservan algunos núcleos urbanos de la isla: Orotava, La Laguna y Santa Cruz también. Esa armónica tarde se llenó en un momento de contradicciones. Una noticia alteró el tranquilo transcurrir: Pinochet había muerto. El dictador no había rendido todas sus cuentas, pero no se librará de ser condenado por las buenas gentes que caminan por las calles de Santiago o por Garachico. Reconozco que me dispuse al paseo con una sensación de alivio, de alegría. En el mundo había un dictador menos.

Ajenos, unos chicos jugaban a la pelota. Seguramente no tienen ni idea de quién fue el tal Pinochet. Es lógico, no fue su dictador, ni el de sus padres o el de sus abuelos, aunque a todos indignara su historia. Mi felicidad se quedó en suspenso cuando vi el nombre de una de las hermosas calles que confluían con la plaza. Un rótulo que apelaba a nuestra memoria: calle 18 de Julio. Vaya nombre. Y lo peor es que no estaba solo. Que no estaban solos aquellas fechas, aquellos nombres de lo peor de nuestra historia, de nuestros dictadores cercanos, de nuestros totalitarios de rangos diversos. Ni eran una excepción en Garachico. En Orotava, en Santa Cruz también tuvimos que encontrarnos con centrales calles con nombres para la memoria de nuestra historia: General Sanjurjo, General Mola, Goded, José Antonio Primo de Rivera, Fanjul, Calvo Sotelo y Franco. Este último en varias modalidades: plazas, avenidas, calles y otros espacios por donde nuestra memoria es dañada. Como nos podemos encontrar, ¡ay!, en demasiados pueblos españoles.

Lo cuento desde Tenerife porque allí me tocó recordar la existencia de Pinochet, allí leí las primeras reacciones a la ley de memoria histórica y allí me enteré del renovado "no" que los miembros del PP -en este caso de Santa Cruz- han dado al intento de renovar el callejero lleno de memorias franquistas. Es curioso porque los partidarios de conservar esa memoria histórica del franquismo acusan a los que pretenden una renovación de ese callejero de "hurgar en la herida". Además del "retrógado revisionismo histórico" -un político popular dixit- que supone "abrir viejas heridas". De repente, el mundo me parece al revés. Es decir, lo retrógrado es retirar a los retrógrados de nuestras calles. Y las heridas las abren los que quieren recordar quiénes fueron aquellos que mantienen calles y placas en muchos pueblos de España. Aquellos que creen, que creemos, que no se merecen una calle algunos dictadores y servidores de una dictadura.

Quizá no sea importante, quizá a los chicos que juegan al balón en la calle 18 de Julio no les duela en su memoria la fecha de aquella calle. Quizá dentro de unos años todos seamos desmemoriados de fechas y nombres. Pero los que todavía no queremos perder nuestra memoria, ni la memoria de nuestros mayores, cuando menos nos parece injusto que los verdugos tengan más honores que las víctimas.

No tengo ni idea de cómo estará el callejero de Santiago de Chile. Pero sí sé lo que pensará, por ejemplo, Carmen Soria, la hija de Carmelo -uno de los españoles asesinados por el pinochetismo y ahora protagonista de una novela que en estos días toma una renovada vigencia, Al sur de la resurrección, de Armas Marcelo-, si tuviera que pasear ella, o sus hijos, o cualquiera de los asesinados, encarcelados, exiliados y machacados por una de las más feroces últimas dictaduras; si tuvieran que pasear, digo, por alguna calle dedicada al general Pinochet, a sus compañeros torturadores o a sus compinches de latrocinio.

Las dictaduras se alimentan de mentiras y de desmemoria. Rescriben su historia, modifican su pasado, manipulan el presente y se cambian el nombre de las calles. Cuando caen, cuando mueren, tenemos que seguir viviendo, conviviendo; llegamos a pactos, acuerdos, amnistías, superaciones del pasado, transiciones para la convivencia; perdonamos a los verdugos, y otros puentes necesarios para mirar hacia adelante. Para no vivir obsesionados con un pasado que fue peor. Vale. Pero ¿tenemos que soportar su nombre en las calles de nuestra vida, en los paseos de nuestro futuro? Sé que hay cosas mucho más importantes en nuestro debate sobre la memoria histórica, los juicios, los muertos, las sentencias..., pero en qué país civilizado se celebra con una calle, con unas placas, a los que fueron históricamente condenables. ¿O es que nuestros dictadores, nuestros golpistas, nuestros secuestradores de libertades fueron más honorables que las huestes de Pinochet? Un poco de memoria, un poco de por favor. Y si quieren calles, seguramente habrá callejones sin salida, oscuras callejas que lleven a ninguna parte, que puedan recibir esos nombres que no queremos olvidar. Pero no a costa de que sean el nombre de nuestra calle.

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