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Columna
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La sombra de las casas es oscura

Como todo el mundo, Juan Urbano seguía en la Prensa la muerte de Pinosanguinochetburundá, como llamó Rafael Alberti al antiguo dictador de Chile en su serie de poemas Los cinco destacagados, y al ver en la televisión a los que hacían cola en la capilla ardiente del otro Santiago, a los que despedían al truhán con el saludo fascista, llevaban carteles con fotos suyas y la leyenda "gracias" o besaron el cristal de su ataúd como si le mordieran los huesos a sus víctimas, recordó las multitudes que en 1975 honraron el cadáver de Franco en las calles de Madrid y les dedicó a todos ellos, a los mismos distintos de ahora y entonces, aquel insulto en verso de Alberti, que debía estar tan indignado y tan triste por la muerte casi simultánea, en esos días aciagos, de su amigo Pablo Neruda y de Salvador Allende, que no encontró palabras suficientemente puntiagudas en el Diccionario y tuvo que inventarse otras: "El Inmenso el Inmenso / el más destacagado hijo de atrás del Grande / el atiranorror / el despomastaorror / el funéreo funerísimo funegeneralísimo / el más destacarancho roedor / comedor / triturador / nato quebrantahuesos / vampiro chupador / el más destacagado traidor / usurpador gorgojo / piojo incendiario / Pinosanguinochetburundá el Inmenso / el más destacagado ovario / de mi madre Adefesio / hija y madre del Grande / el cagador de dólares / borrapueblos / borrado / robacobriboludo petroludo." Para que luego digan que Alberti no sabía pintar.

Las cifras del agravio le habían dejado perplejo: 3,5 millones de casas vacías en España

Pero Juan Urbano olvidó a Pinochet en cuanto volvió la página del periódico y leyó la noticia de que la Generalitat piensa expropiar de manera temporal los pisos vacíos que hay en su territorio para alquilárselos a quienes de verdad los necesiten, durante un máximo de seis años. Le pareció interesante y, de inmediato, deseó que la iniciativa del Gobierno catalán se le contagiara al de la Comunidad de Madrid. El asunto de las casas desocupadas es una de sus obsesiones, porque lo considera un ejemplo máximo de la injusticia del mundo: la injusticia es siempre una frontera, una raya en el suelo que coloca a un lado, por ejemplo, a los que tienen casas de sobra, y al otro a los que luchan desesperadamente por lograr una vivienda digna. Hacía poco, había leído las cifras de ese agravio y le habían dejado perplejo: casi tres millones y medio de casas vacías en toda España y alrededor de 310. 000 en la Comunidad de Madrid. Si metes en esas 3.500.000 casas a sólo dos personas, los 7.000.000 que te salen son toda la población de Madrid o de la propia Cataluña, o la suma de las de Galicia, el País Vasco y Castilla y León; o a la de media España, si te vas a autonomías más pequeñas. Qué horror, porque a la hora de hablar de casas "vacío" no es sólo lo contrario de "lleno", sino también lo contrario de "vida".

Juan Urbano se disfrazó por dentro de estadista y se vio dictando leyes que acabasen con ese vacío. Fomentó leyes que subvencionaban a los propietarios un porcentaje de la rehabilitación de sus pisos y los protegían de los morosos agilizando los juicios por desahucio, suponiendo que mucha gente no sacaba sus propiedades al mercado para evitarse disgustos y problemas. Promovió reformas del IRPF que equilibraran el trato fiscal de la compraventa con el del arrendamiento. Y, para terminar, le copió a la Generalitat la expropiación transitoria de las casas baldías, para llevarla a cabo en los casos en que los propietarios, a pesar de todas esas ayudas, persistiesen en mantener vacías sus casas.

Fue un sueño bonito. Juan vio esos fragmentos rectangulares de la nada que son las habitaciones de las casas vacías llenarse de libros, jarrones, calendarios, ordenadores, juguetes, aromas de comidas... todo lo que no es la oscuridad y el silencio. Porque eso es lo que en su opinión son las casas deshabitadas: veneno para la luz, embajadas del silencio. Pagó el desayuno que acababa de tomar y se fue dando un paseo bajo el sol helado de diciembre, calle de Atocha arriba, acordándose de unos versos oportunos de la "Oda a la casa abandonada" de Pablo Neruda, aquel poeta de todas las cosas y todos los días al que el hoy cadáver impune Augusto Pinochet, vampiro chupador, piojo incendiario, Pinosanguinochetburundá el Inmenso, había dado el último empujon hacia la muerte en septiembre del año 1973: "Sólo la sombra / sabe / los secretos / de las casas cerradas."

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